Foto de Elena López García
Hace
algún tiempo nos dijeron como si fuera una novedad de ultimísima moda, que
había que reciclar, como si nuestras abuelas y bisabuelas no lo hubieran hecho
siempre. El barreño de cinc que se picaba y terminaba con un agujero o varios,
servía para sembrar las prímulas o las margaritas que se ponían en el patín que
todas las casas solían tener delante de la puerta de entrada. He visto lavabos
que se han rajado, bañeras, bidés y por supuesto tazas de wáter, con plantas de
todas clases, sobre todo de las pequeñitas que salen en primavera y otoño
(margaritas, lobelias, etc.) y, hoy con
la vida moderna que llevamos, tiramos todos esos objetos en los
barrancos y caminos y así nos va, porque además y a pesar de que sabemos que
debemos reciclar, no lo hacemos por dejadez, falta de tiempo o por lo poco
cívicos que somos en ocasiones. Todo esto contamina nuestros bellos paisajes
naturales y se vuelven en nuestra contra, y no lo tengo que decir, ya que se nos está
mostrando día a día por desgracia.
Recuerdo
cuando se me estropeó la tostadora. Sabía que debía ir a tirarla al punto
limpio, pero he ahí el dilema, el tiempo que nos acosa y nos falta. Empezó a
dar tumbos por distintos recintos de mi hogar, hasta que se me encendió la luz.
Cogí las tijeras de arreglar el pescado y corté el cable. Limpié bien el
interior de la tostadora y la rellené de tierra. Compré una macetita de esas
que venden en algunos super de “pensamientos”, que me gustan con locura y más
si son malvas o lilas y la trasplanté a mi improvisado tiesto. La puse en la
ventana baja de mi casa y recuerdo que mientras que leía o hacia cualquier
actividad, veía a las personas pararse y sonreían mientras contemplaban mi
tiesto improvisado, incluso recuerdo haber visto al alguien hacerle fotos, y es
que parecía sonreír a todo el que pasaba. Estaba agradecida de que le hubiera
renovado la vida y se notaba que devolvía el favor mostrando su mejor semblante
en forma de flor.
Nani,
marzo 2025