
Está amaneciendo. Lleva tantos meses durmiendo mal y necesitando ver el renacer del día, con el sol asomando entre las antenas, las tejas y chimeneas o eso que se les parece y que llaman respiraderos, en estas grandes ciudades. Que distinto era allí en el campo, donde ella creció y crió a sus tres hijos junto a aquel hombre rudo, arrugado por el sol pero tan tierno cuando se quedaban a solas. Esto nadie lo hubiera entendido. Todos creían que era un hombre demasiado tosco, demasiado basto, demasiado triste. Algo así, como aquellas manos duras y acostumbradas a coger el arado, la azada, la soga de esparto con la que ataba los serones a los mulos. Lo que nadie podía imaginar, es que aquella fuerza física y toda esa rudeza, se convertía en la dulzura y suavidad más tierna. Que el amanecer le recordaba aquellos ojos azules tan dulces, que le hacían estremecer y sentirse más cerca de él, anhelando cada vez con más fuerza, estar cuanto antes a su lado. Sus hijos nunca entenderían cuanto le echaba de menos y que por eso, necesitaba abrir esa ventana por mucho frío que entrara. Tampoco entenderían, por que la sorprendían con los brazos extendidos hacía fuera, como queriendo asirse a algo imaginario. Ni entenderían, que se quedara dormida en la antigua mecedora donde les amamantó y les contaba aquellos cuentos de la vieja aldea. No podrían entender esos tres hijos, que necesitaba sentirse cerca de la naturaleza, que necesitaba el aire fresco. Que precisaba abrir su corazón a los recuerdos, que necesitaba el beso que él le enviaba con aquel primer rayo de sol caliente, cuando se posaba en su mejilla, sintiendo el mismo estremecimiento que en su día le produjeron los dedos de él, cuando le penetraban por su nuca y se enredaban en su corto pelo. No entenderían por que la sorprendían con los ojos húmedos aún explicándoles que no era tristeza. Como decirles que era emoción, la misma que le hizo temblar aquel día que pudieron distraer y despistar a la carabina que les asignaba su madre, cuando fueron al baile que se hacía en la era, cada catorce de agosto. Cómo decirles, que le seguía queriendo igual que el primer día y que le buscaba a cada instante, con más pasión y más deseo.