Llevaba mucho tiempo haciéndole favores. A cambio, ese señorito le prometió sacar al hombre de su vida de la cárcel.
A él lo encerraron porque no soportaba que los señores les dejaran sin sopa. No admitió que los niños del pueblo se fueran a la cama sin haberse llevado en todo el día, un cachico pan. Se enfrentaba a ellos si apaleaban a los viejos del pueblo, cuando intentaban llevar lo que fuese a sus nietos. Los pobres ancianos sabían que ya tenían poco que perder y si podían agenciar unas uvas, manzanas o ciruelas, ¡buenas eran!
Se enfrentó a los que se decían caballeros y su hombría consistía en llevar a la cama a las mocitas. Para ellos era un triunfo estrenarlas y se jactaran de ello. No soportó nunca, que su madre volviera a casa derrotada y harta de limpiarles sus miserias, a cambio de un chusco y una manzana y por eso y otras cosas, le metieron en la cárcel, donde picaba piedras y lo encerraban en la celda de castigo si se revelaba contra el chulo de turno que jodía a todos.
Desde enero de 1935 estaba en el penal y ya contaban que la guerra había terminado. Su mujer le quería con todas sus fuerzas. La puta guerra no les había dado oportunidad de que se quedara preñada y ahora el asqueroso del general, le pedía sus favores prometiendo que haría lo posible por sacar a su marido de aquel antro asqueroso, húmedo y pestoso que era la cárcel de la ciudad. Ella que le dijo siempre que sería la madre de sus hijos, su esposa, su amante y su todo.
Había pasado ya demasiado tiempo y todo quedaba en promesas, falsas sonrisas y alguna vez, una botella de vino que se bebía mientras le metía mano y a la par, se emborrachaba y se volvía más miserable aún. A ella le dio siempre asco aquel baboso frustrado que en un principio, por miedo y falta de experiencia hizo que accediera a sus peticiones, pero ya no soportaba más la situación. Ahora, después de tanto tiempo de espera y de falta de esperanza, tanto le daba ir también a la cárcel, para el caso, su vida ya era una cárcel donde todo se volvía cada vez, más negro y triste. Ese hombre se estaba lucrando de su juventud y del amor que le tenía a su marido. Las esperanzas estaban perdidas. Los periódicos decían que las tropas estaban retiradas y el truhán que le había hipotecado la vida, se disculpaba diciendo que no podría conseguir nada, que las cosas habían cambiado y ya no tenía tanto poder.
Ese día, ella llevaba en el bolsillo del vestido las tijeras de cocina. Ese día, sabía que el asqueroso frustrado, no haría sufrir a ninguna otra mujer y mucho menos, presumir de virilidad. De un tijeretazo le quitó todos los humos.
Relato basado en un hecho real en época de guerra en mi ciudad.
Nani. Septiembre 2010.