Con Viernes Creativo Escribe una historia. La fotografía es de Javier M. Reguera, de la Serie «City 01Skate Days», 2019.
Nos
gusta mucho viajar con nuestra Paquita (le pusimos nombre a la caravana) y esta
vez hemos decidido ir a La Alpujarra granadina para pasar el último día de
vacaciones, con nuestro amigo Miguel Ángel en Ugíjar. Ha sido una verdadera
odisea adentrarse por esas carreteras estrechas, con giros de casi noventa grados.
Una verdadera osadía adentrarnos por esos parajes con la Paquita, no porque
esos lugares no sean de interés, todo lo contrario, son una verdadera maravilla,
pero ir con la Paca por carreteras de esa índole, es otra cosa. La Paquita no
es muy grande, pero la hemos amoblado de manera que no queda un milímetro
desaprovechado. Todos tenemos cama en la noche, comedor o habitación de lectura
durante el día, cocina, aseo y los correspondientes armarios para ropa. El día
lo pasamos en Granada y se nos fue el santo al cielo, ya que esa ciudad atrapa.
Después del almuerzo y un ligero
descanso a las afueras, nos dispusimos a emprender la aventura. A medida que
íbamos subiendo, una espesa niebla nos fue invadiendo y con el inminente ocaso,
decidimos acampar en algún lugar algo más ancho esperando ver si se aclaraba la
tarde o bien, pasar la noche en un lugar fuera del alcance o peligro de
vehículos que se atrevieran con semejante carretera invadida por las nubes a
pie de asfalto. A la altura del embalse de Rules, situado en el cauce del río
Guadalfeo (según mi mapa de carretera) y aprovechando un ensanche con mirador
(esto lo apreciamos cuando pasó la niebla después del amanecer), decidimos
aparcar y pasar la noche en este lugar. Estaba tan oscuro como boca de lobo y era
muy peligroso segur adelante. Aparqué todo lo pegado que pude a la valla y nos
dispusimos a hacer la cena para acostarnos cuanto antes pensando madrugar y
proseguir nuestro viaje, en el momento que la niebla fuera desapareciendo.
Mariam preparó unos sándwiches y unos vasos de leche caliente, ya que apetecía
tomar algo que nos entonara. Nos dispusimos a abrir nuestras camas cuando nuestra
hija gritó descontrolada, al observar ─dijo, unos ojos pegados al cristal de su ventana.
Aterrorizados todos, nos apretujamos y observamos de nuevo. Un vaho empañó el cristal
y con una servilleta intenté limpiarlo, pero pudimos comprobar que dicho vapor
estaba adherido por fuera, por lo que no nos quedó otra que esperar, escuchar y
mirar si de nuevo se asomaban esos ojos. De pronto escuchamos como un relinchar
y ya no me quedó más remedio que salir a ver que estaba pasando. Cogí la
linterna que llevaba junto a la puerta de entrada, abrí mientras le decía a mi
familia que permanecieran juntos y enfoque la luz al lugar correspondiente a la
ventana que corona la cama de nuestra hija. ¡Me quedé de piedra! Sobre un caballo
como el tizón, había un hombre con ropas como de otra época y oscuras, la cabeza
cubierta con turbante y la cara casi tapada también, tan solo se podían observar
unos ojos penetrantes que me dejaron helado. En la mano derecha empuñaba una
espada enorme que brillaba como la luna si la hubiera habido esa noche y con la
mano izquierda, sujetaba las bridas con las que daba órdenes al caballo negro
de pura raza. Cuando me recuperé del asombro, pregunté que quién era y qué quería
de nosotros. Me contestó con voz potente y con la fuerza de quién está
acostumbrado a dar órdenes, que era Boabdil el último monarca nazarí del reino
de Granada y que salía todas las noches para vigilar Las Alpujarras de
bandidos, enemigos y de la propia reina católica que le arruinó la vida hasta el
punto de humillarlo y hacerle llorar cuando salió de su palacio como parece ser
─dijo, cuenta la leyenda. Le dije que nosotros éramos gente de bien y que
estábamos haciendo turismos (siempre con precaución creyendo que fuera un
desdichado loco que andaba por aquellos andurriales jugando a los héroes),
aunque todo lo que decía me sonaba a las historias que había leído e incluso
estudiado, así que me froté los ojos con fuerza, creyendo que el cansancio me estaba
jugando una mala pasada. Al abrirlos, Boabdil seguía allí y comenzaba una
letanía de la que tan solo entendí algo así como: “Por Alá todo debe quedar
como está, ya nadie cuida la naturaleza, las aguas, ni las nubes y que si por
la mañana observaba que dejábamos basuras o semejantes, con un dedo de su mano,
empujaría a la Paquita (él dijo esta cosa) y pararíamos dentro del hueco del
tiempo, que hay antes de llegar al agua del embalse”. Se dio media vuelta y al galope de
quién conoce el entorno, desapareció, dejando un aura añeja y un olor a eucalipto
que hasta creo, nos despejó la nariz y la mente. Entré, conté a mi familia todo lo ocurrido y
la mirada vivaracha de mi hija y su
pronta respuesta, me dijo que estaba contándoles un cuento para dormir. Yo le
dije que posiblemente era eso, y no quise insistir en nada más por si acaso se asustaban
de verdad. A otro día cuando llegamos a casa de Miguel Ángel, le conté todo y
me dijo que era verdad, que el alma de Boabdil andaba errante por todos
aquellos parajes y que muchas personas lo habían visto por allí a lomos de su
tizón, sobre todo en noches de niebla y que en algunas ocasiones se dijo, que
salvó muchas vidas de la niebla traidora y de los fantasmas que salían a
enfrentarse con él.
Nani.
Diciembre 2019