Le réveil (1876). Eva Gonzalès
Despierta todas las mañanas
con el aroma de las violetas recién cortadas y colocadas en la mesita. Las
cortinas corridas para que entre el sol mañanero. Hay días que es el aroma de
las mieses recién cogidas, las que le alegran la vida, así como los que huelen a tierra mojada le hacen sentirse un
poco más nostálgica. Su tierra es más soleada y lo acusa. Cuando abre los ojos
a la vida, a pesar de las sábanas suaves y delicadas, la cálida habitación y
todas las comodidades que la rodean, le pesa minuto a minuto. Ya se va haciendo
habitual despertarse a media noche y desvelarse. A veces coge el libro que
tiene sobre la mesita pero le cuesta centrarse y prefiere escribir en una
libreta que usa como diario y que esconde bajo el colchón. Echa de menos a su
madre y a sus hermanos. Desde que se fue a vivir a la gran casa, no les ha
visto y teme que no estén bien, ya que son escasas las cartas que recibe o
mejor dicho, nulas desde hace unos meses. Al principio todo fue muy llamativo y
aunque vino forzada por las circunstancias y necesidades de los suyos, ahora teme que ya no se estén
cumpliendo los acuerdos. En lugar de estar en esta casa, hubiera preferido
seguir en la que compartía con su familia y continuar en la escuela. La señora
Manuela la había introducido en la lectura, le prestaba libros y últimamente
conseguía hacer ella misma sus propias historias, pero aquello a su padre le
resultaban bobadas. “Las mujeres tienen que saber cocinar, remendar, cuidar de
sus hijos y sus padres cuando son viejos”, ─decía. Siempre escuchó la misma
cantinela hasta que un día se presentó con el que algunos días se acuesta a su
lado. Al principio fue habitual, pero desde que ella empezara a preguntar por
las cartas de su familia y a querer ir a visitarles, todo se volvió un poco
hostil. Va para dos años lo que llevan casados y al principio les ilusionaba
tener descendencia, pero parece que la fortuna no les ha sonreído, hasta ella
pensó que podía ser la solución a su desgana y apatía, pero no parece que sea
este su futuro. ¡Ni para ser madre!, ─le reprochó un día. Por eso levantarse de
la cama le cuesta cada día un poco más. Tiene comodidad y ropas confortables, calor
en el fuego de las habitaciones, pero la soledad y la nostalgia la dejan helada
y le entumecen las piernas y hasta el pensamiento. Quiso hablar con él y
pedirle que no fuera tan seco con ella, que se esfuerza para que todo vaya
bien, pero no se atrevió después de desear ir al médico de la ciudad para que
les recomendara algunas hierbas o algo que favoreciera su maternidad. Eso lo
pondría en evidencia, él era muy hombre y nunca se expondría a que le
cuestionaran su honra, si no se quedaba preñada, ─le dijo─, sería por su culpa,
ya que estaba resultando ser una jaca muy poco productiva. Le está cogiendo
miedo y no entiende que es lo que debe hacer. En su casa se cocinaba de manera
muy sencilla y aquí se esfuerza, la cocinera le enseña y la inicia en las
costumbres de la casona. Es la única persona que la trata con cierto cariño y a
la vez, respeto. El resto es muy distante, pero está segura que es lo que le
tienen mandado. Hay días que no habla con nadie, que come sola y las paredes la
oprimen como si se estuvieran reduciendo las habitaciones y le faltara el aire.
Recuerda a las vecinas de su casa y lo divertidas que eran cuando se juntaban
en el lavadero, en la plaza o cuando se acercaba una fiesta y en el horno
hacían los bollos para el patrono, los dulces de Navidad o para celebrar la
recogida de la cosecha. Todas se ayudaban, las niñas colaboraban y a la vez, se
quedaban con los trucos y recetas para cuando les tocara estar ellas en ese
lugar. Mientras, sus hermanos jugaban en la plaza al trompo, a las bolas y los
días que llovía, al pincho y a embadurnarse de barro unos a otros. Siempre envidió
a sus hermanos, se lo pasaban muy bien y no tenían apenas obligaciones, pero a
pesar de las diferencias fue muy feliz hasta que se convirtió en una joven
dicen que muy bonita y deseada. Fue así o eso dijeron, pero ahora no sabe que
es o quiere ser. No se atreve a nada
porque para colmo, unas semanas antes la sorprendió ayudando en la cocina a
recoger y a poner el asado, menester que tuvo un poco vetado y para más inri,
olvidó sazonarlo. La ponía nerviosa encontrarse ociosa y quería colaborar, pero
no sabía cómo hacerlo. Aquel día, se
levantó de la mesa con el primer bocado todavía en la boca y la abofeteó. A
partir de ese momento, si algún resquicio de ilusión le quedaba, todo se vino
abajo como si un huracán hubiera arrasado la poca que le quedaba. La trató como
un trapo viejo y lo que más le dolía era la forma en que la miraba. Se le
notaba agriado y puede que ya no deseara tenerla en casa. Día tras día sus ojos
le decían que era una inútil, que ni para madre servía, aunque en el fondo sabe
que hubiera sido igual, está acostumbrado a poseer palomas o cisnes, le da lo
mismo si lo que consigue es apoderarse
de la inocencia y presumir luego entre los amigotes. Era el dueño y
señor de todo el contorno y las mujeres, piensa que son un objeto de decoración
o para disfrutarlas y después arrinconarlas, se lo puede permitir y no es la
primera vez que se jacta de ello. Aunque nadie le contara de sus aventuras y de
sus fanfarronadas, ella lo intuye. Su desprecio se ve en los ojos vidriosos y
lascivos que se acentúan más y más. Y ahora ella solo desea volver a su casa, la
suya de verdad, pero no puede hacerlo, había un acuerdo y el precio por las
fanegas de tierra que su padre compró, era ella. Todo se convertía en un
círculo vicioso y solo le apetecía estar escondida en el rincón más oscuro y
triste de esa gran casa, pero se aproximan las fiestas de la vendimia y debe
organizar el festejo que se celebra en la casona habitualmente. Al recordarlo
siente que aún le queda una pavesa encendida; podrá ver a sus hermanos y le
contarán. Allí acuden los más afortunados del contorno y ellos estuvieron en la
fiesta anterior. Toca estar a la altura, visiblemente bonita para hacer los
honores. No deben faltar las jarras de vino dispuestas, el escabeche de perdiz,
patés, golosinas y lo acostumbrado, aunque de ello se ocupan los criados, ella
estará expuesta como la araña que cuelga del techo, que es lo que le importa a
él y sobre todo, que no se noten las heridas no cicatrizadas, ni las patadas en
el vientre que últimamente le propina. Ese día sí exige que esté reluciente, el
resto no importa como repite continuamente: “Lo que no se ve, no existe”.
Dentro de este primer proyecto VisiBiliz-arte, en Mujeres en el arte, en la antología dirigida por Esther Tauroni Bernabeu, ha sido publicado mi relato «NO EXISTE LO QUE NO SE VE». En dicha antología, podéis leer excelentes historias todas ellas destinadas a las mujeres en el arte como protagonistas de los cuadros. Para leerlas, solo tienes que pinchar el enlace.
Nani. Noviembre 2020