Tema; Pesadillas Imagen obtenida de la red
Amaneció
aquel día muy, como se dice por mi pueblo: “Cielo panza burra”. O sea, que
parecía que iba a nevar, así que hacía un frio de mil demonios o así lo
recuerdo. Esos días había que ponerse las pilas, porque si llovía, nevaba o
simplemente hacía demasiado frío, las faenas del campo no se podían realizar y
los campesinos, en este caso “cortijeros”, aprovechaban para venir al pueblo a
hacer las compras, vender huevos y gallinas o realizar todas las tareas que tan
solo se podían hacer en el pueblo y como mis padres eran los encargados de la
pequeña taberna, no quedaba otra que tener preparado para cuando llegara el momento
de comer algo, sobre todo el pescado que era lo que más les gustaba y yo, debía
traer el aceite antes de ir al colegio para freírlo.
Me
recuerdo muy pequeña. A la vuelta, la cántara llena de aceite me pesaba
bastante. La tienda de ultramarinos del “Compadre”, estaba en la calle
principal, pero solo a la vuelta de la esquina y unas tres casas más. Así que
me mandaban todos los días, bien a por harina, aceite o lo que mi madre necesitara
en la cocina. Entonces la compra era diaria e incluso repetida, dependiendo de
la venta. A más pescado frito, más veces a comprar harina o aceite y pescado.
A
lo que iba. Ese día tenía mucho frío e iba con prisa porque había que llegar a
tiempo al colegio. Al volver la esquina y pisar la calle principal, un pitido
muy fuerte de la bocina de un camión Pegasso, me hizo volver la mirada
dejándome parada en seco. Me pitaba a mí, ya que la calle estaba solitaria. Sobre
la cabina del camión, había un muñeco que se inflaba y desinflaba, muy feo e
impresionante y que al mismo tiempo, me pedía que me acercara. De pronto, se
deslizó por delante de la cabina el horrible hombre blanco lleno de michelines,
pero ágil como una pluma y pretendió acercarse a mí. Como me dio tanto miedo,
salí corriendo a refugiarme casa del “Compadre”, puesto que el horrible
personaje al mismo tiempo me perseguía, solo que le cogí ventaja, ya que él con
aquella vestimenta, no corría como yo. Una vez en la tienda de ultramarinos, me
tranquilicé y me sentí protegida. Mientras me llenaban la cántara de aceite, miraba
por los cristales de la tienda, medio escondida en un rincón de la puerta.
Conseguí ver pasar el enorme Pegasso con el Michelin (luego supe que así se
llamaba), subido de nuevo en la cabina.
Cuando
llegué a casa y mi madre me notó tan sofocada, me pidió que le contara que me
pasaba y una vez más, me dijo que no debía leer el periódico que papá compraba
para los parroquianos, que había cosas que los niños no entendíamos. Más tarde,
en el mimo periódico, vi un anuncio que ocupaba una página entera de ese
personaje y por eso me enteré que tenía nombre, pero a estas alturas de mi
vida, todavía lo veo nítido deslizarse por la cabina del camión, llamándome y
luego, tras de mí.
Más
tarde cuando tenía pesadillas producidas por la fiebre (de niña tuve
arrechuchos a menudo), no conseguía bajarme sola de la cama, porque sabía que
el Michelín o su amigo, otro monstruo con cabeza muy gorda y que se comía a los
niños, estaban debajo de mi cama.
Desde
entonces mi madre me escondía el suplemento del ABC, pero yo lo encontraba y la
verdad es que cuando vi el cuadro de Goya “Saturno devorando a su hijo”,
aquello debió incrementar mis pesadillas. Aunque también podía ser, que a cada
instante nos decían que no nos fuéramos lejos, porque venía el hombre del saco
y nos llevaba. ¿Estaría influenciada por lo que veía o por lo que me contaban?
Aunque
lo del Michelín estoy segura que ocurrió de verdad, siempre me dijeron que
tenía mucha fantasía, pero hay cosas que pasan aunque nadie te crea y esa fue
verdadera. ¡El Michelín me quiso llevar y me persiguió!
Francisco de Goya, "Saturno devorando a su hijo" 1819-1823
Nani.
Febrero 2021