Si
estás leyendo este escrito, es porque se ha cumplido el acuerdo que hice con el
mismísimo diablo. Le vendí mi alma a cambio de que me sacara del olvido y en algún
momento, hiciera visible mi vida y mi trabajo, aunque fuera después de muerta, que sería lo más probable.
¡Al fin vamos a ser visibles, porque lo que no se ve o no se conoce, no existe!
Siempre
me gustó escribir e incluso intercambié cartas con María de la O. Al vivir en
las condiciones que tuve o tuvimos las mujeres de nuestra época, mi manera de prodigarme
fue bastante penosa. A ella en particular, le debo que me publicaran bajo el seudónimo
de Gerardo Colmenero, en la revista Blanco y Negro, (1920 a 1922 y algunas
otras fechas). Después que estallara la guerra civil, a ella le fue imposible
ayudarme y a mí encontrarla. Además de que ella no era la conocida sino su
esposo, aunque fuera María la autora de toda la obra que él firmaba. Una mujer
no podía prodigarse en la cultura de aquellos tiempos. Recuerdo cuando en casa
descubrieron un manuscrito en el cajón de mi cómoda, preparado para enviarlo a
la editorial; me fue requisado y más tarde, supe que sirvió para alimentar la
chimenea del estudio de nuestro padre.
Cuando
reclamé aquel tomo de folios escritos todos a mano, con una esmerada letra que
bien sabe Dios el trabajo que me costó, ya que todo lo hacía a escondidas y
sobre todo, cuando los hombres estaban fuera de la casa. Pues como decía,
cuando los reclamé, se me informó que yo no debía escribir ya que mi vida tenía
un solo objetivo y, que estaba por supuesto decidido. Sería la esposa del coronel
de la marina “Sánchez Ortiz”.
─
¡Un orgullo!, ─dijo padre. Qué era una honra para mí, ocupar el lugar de su
fallecida esposa hacía unos meses. Qué necesitaba una mujer que se ocupara de sus seis hijos, de su casa y por supuesto,
de él cuando se encontrase en tierra.
Era
un viejo señor, que a mi lado podía pasar muy bien por mi padre y su hijo mayor,
podía haber sido mi hermano; aunque a un hermano no hay que distanciarlo con
cerraduras de por medio. Me quedé aterrorizada cuando se me comunicó toda esta
parafernalia, aunque ya estábamos habituadas las mujeres a estos pasajes y, no
nos quedaba otra que aceptar o tirarnos al río.
Lo
siguiente que hice cuando fui consciente del futuro que me esperaba, fue
recoger otros manuscritos que tenía entre mis dos colchones de lana y llevarlos
al desván, ocultarlos en el baúl que contenía la ropa y enseres de mi bisabuela,
ya que sabía que allí no llegaban manos algunas por respeto al tiempo que
llevaba muerta y porque a mi familia, les daba pánico tocar lo que había
pertenecido a los que ya habitaban el mundo de los muertos. ¡Esas
supersticiones a veces nos salvan! Sé
que gracias a ello, hoy me vais a conocer y todo el legado que allí dejé. Estoy
segura os va a encandilar el día que llegue a vuestras manos y no es que sea
una presuntuosa o creída. Ya a estas alturas de mi «no vida», eso es lo que menos
me preocupa y sí, que sepáis de las calamidades que algunas mujeres hemos pasado
porque tuvimos inquietudes, necesidad de sacar las letras que se nos incrustaban
en nuestro sentir, en nuestras venas y en todo nuestro espíritu. Por eso decían
que algunas nos volvíamos locas, que éramos brujas o que nos poseía el diablo y
nada más lejos de esas creencias. Éramos tan solo mujeres que necesitábamos
decir. Qué deseábamos hacernos ver sin ninguna pretensión (a veces habíamos
hasta inventado algo que podía ayudar al género humano), por ello era una
necesidad como la de beber agua o ser simplemente persona y nada más. Ahora sé
que ha llegado el momento de que se nos reconozcan a todas las olvidadas,
ocultadas y sobre todo, calladas a la fuerza.
Ahora
sé, que gracias al interés de personas que saben que ante todo «somos», vamos a
invadir las bibliotecas, las estanterías de vuestras viviendas y esas redes que
no llegué a conocer, pero que tengo entendido son un medio valioso para que los
escritos, los estudios y todo lo que se investiga, pueda quedar al servicio de
quien lo necesite.
#HistoriasdePioneras
Nani.
Marzo 2021