Foto by Santiago Matamoros
Cuando
vuelvo del trabajo en el turno de noche, suelo coger el autobús cinco que me
deja a quince metros de casa. En el suele viajar un señor mayor que vive a unos
metros de mi domicilio. Siempre me acompaña hasta verme dentro de mi portal y subiendo
las escaleras, porque dice que no se queda tranquilo hasta no ver como se
ilumina mi salita. Para que se quede tranquilo, suelo asomarme a la ventana y
le doy las gracias de nuevo y las buenas noches, tirándole besos con la mano.
Él retrocede el camino andado, ya que si no quisiera acompañarme, se quedaría
exactamente a unos pasos de su casa. Se lo agradezco infinito, en el fondo no
sé si será verdad que vuelve de casa de sus parientes, donde dice suele cenar.
A veces me da la impresión, que me espera en el trabajo y luego hace el paripé,
para qué crea es casual nuestro encuentro. Lo cierto es que ya le aprecio de
manera especial y si algún día no le encuentro, me preocupa como pasó en la
primera ola de la pandemia que según después me contó, tuvo un resfriado gordo
donde debieron tenerlo en observación por si acaso hubiera cogido el virus, e
incluso le dejaron en cuarentena.
Solemos
ir muy poquitos en el autobús y desde casi el primer día, conectamos. Él iba
leyendo “Los renglones torcidos de Dios” de Torcuato Luca de Tena y como se dio
cuenta que le miraba con cierta fijación, me preguntó si había leído dicha
novela. Le contesté que no, que había escuchado hablar de ella, pero que nunca
me llamó la atención. Me dio alguna pincela y me dijo que como la estaba
terminando, que si quería me la dejaba, ya que parecía que íbamos a coincidir
en nuestros viajes nocturnos. También me comentó que era muy interesante y muy
adecuada coincidiendo con los trastornos sicológicos que la pandemia está
dejando en las personas. Que era necesario hablar de los problemas de la mente
y sobre todo, hacerlos visibles. Le comenté que en unos días cambiaba de turno,
pero no le importó y como ya sin darme cuenta le había contado cuales eran mis
horarios, me dijo que así tendría tiempo de leerlo y devolverlo en el nuevo
turno de noche. Esa fue la manera de conocernos, luego fueron muchos los comentarios
de textos, los intercambios de libros (más de él a mí) e incluso, algún café y
desayuno compartido. Sin darnos cuenta, surgió una bonita y respetuosa amistad.
Me
recordaba a mi abuelo fallecido cuando era adolescente y no me costó conectar con él. Él me contó
que había tenido una hija que murió con mi edad y que se la recordaba. Más
tarde supe entre lágrimas compartidas, que esa hija fue violentada en una
parada de autobús y que a consecuencia de ello, murió. Su esposa, no lo superó
y hoy está en una residencia donde juega a muñecas y él, se juró no dejar a
ninguna chica sola mientras viviera.
Cuando
supe todo ello, le pedí que me dejara llamarle abuelo. Me contestó que le
estaba devolviendo la vida y la ilusión. Ahora sé, que con mi horario nocturno he ganado un abuelo y hemos decidido no pasar ni una Navidad más, cada uno en su casa.
#cuentosdeNavidad
Nani.
Diciembre 2021