Foto propuesta por Viernes Creativos
Era
la más introvertida del grupo y cuando me resbalé de la doble torre que hizo Juan
(encima María y luego yo), al perder el equilibrio y caernos los tres, no me
echaron de menos en el primer momento, ya que no era de las que llamaba la
atención. Las olas me absorbieron y aunque me defendía bien en el agua, me
costó vida y esfuerzo salir a flote. Cuando me di cuenta que había perdido el horizonte
y no sabía adonde dirigirme, todo mi empeño se centró en mantenerme a flote y
seguir con vida. Mi suerte es que sé mantenerme quieta en el agua y de esa
manera conseguí descansar. Me preocupaba que llegara la noche y no pudiera
encontrar un faro o algo que me indicara dónde dirigirme con seguridad. Estando
casi anocheciendo, tropezó mi cuerpo con algo que me estremeció. Cuando pasó el
primer momento de confusión y pude advertir que se trataba de algo sólido a lo
que aferrarme, así lo hice y volví a descansar. Más tarde pude observar que se
trataba de un trozo de madera que aguantaba bien mi peso, convirtiéndose desde
ese mismo instante, en mi mejor amigo, siendo un alivio ya que el agotamiento
se estaba dejando sentir y la luna comenzaba a decirme que habían pasado
bastantes horas, recordándome al mismo tiempo que debía reservar energías, ya
que no tenía idea de si encontraría tierra firme o tendría que seguir aferrada
a mi tabla de salvación muchas horas más. Entonces me pareció percibir alguna
luz que se filtraba por algún lugar. Prestando atención e intentando serenar la
inquietud que ya me estaba haciendo mella, me pareció que al frente se veía un
enorme acantilado, agreste y desafiante, pero con algo de luz. Llegué haciendo
un gran esfuerzo sobre mi tabla de salvamento y me aferré a la roca que mis
manos comenzaron a rozar. La noche se iba acercando y el temor a no saber qué iba
a encontrar, estaba haciendo mella. Con gran esfuerzo intenté escalar, pero se
me hacía muy laborioso ya que el cansancio se agudizaba y mis pies descalzos y
resentidos después de estar tanto tiempo en el agua, notaban con intensidad los
afilados salientes que pinchaban como alfileres. Como no me quedaba otra,
apreté los dientes y mis dedos sobre las rocas e intenté ascender. No recuerdo
bien como pude quedar a salvo y como fui encontrada por mis amigos que más
tarde me contaron, que hasta pasado un tiempo y decidieron tomar un aperitivo,
no se dieron cuenta que no estaba en el grupo y fue María la que pensó que debí
adentrarme en el agua cuando hacíamos el gamberro. A partir de ahí todos se movilizaron
y hasta que no amaneció, no me encontró el equipo de salvamento en una cueva de
un acantilado no muy alejado del lugar donde estábamos disfrutando un día de
playa y locuras. La experiencia y el miedo que pasé nunca lo olvidaré, así como
mis amigos tampoco se olvidarán.
Nani.
Enero 2022