Siempre
hablaban de capacidades. Fulanito era capaz y el otro no tanto.
Un
día al que juzgaban de incapaz, tras la cortina había escuchado aquellos
comentarios y se sintió muy triste. Qué sabrían ellos, los que ponían etiquetas
y se sentaban en el pódium poniendo un apelativo a cada cual, como si fueran
prendas puestas a un maniquí o la mortadela de aceitunas.
Hacía
tiempo que lloraba por la noche. No decía nada para no apenar a los suyos,
porque son una generación que les ha costado asumir las deficiencias por llamarlas
de alguna manera. A ellos no los educaron para asumir que, en la caja de galletas
las hay de varios sabores y distintas formas, pero todas son galletas.
Se
cree normal, solo que a veces le cuesta un poquito más hacer ciertas cosas,
aunque a algunos de los que consideran normales en la escuela, por ejemplo,
también les cuesta hacer o no quieren realizar lo que deben y al final, los
resultados son normalmente de los que han trabajado.
Y
cuando recogen las notas, se obtiene lo producido, como le explica su padre
cuando van a ver los olivos o a recolectar la aceituna. Siempre le explica cuando
le ayuda, que, si cortan las varetas, remueven la tierra y dejan durante el
verano el terreno preparado y en reposo para la cosecha, al llegar la recolecta
tendrán aceite para el año, de lo contrario, solo tendrían lamentaciones, ya
que no solo se puede culpar a la lluvia o al sol del resultado, sino del cariño
y el abono personal que se le da al trabajo a realizar. La naturaleza es muy
sabia, pero si no le ayudamos y lo que hacemos es poner impedimentos, como es
de esperar, los resultados serán negativos. Luego terminaba diciendo que, cada
uno de nosotros, somos como un olivo, por eso el abuelo siempre decía que: “Hace
más el que quiere, que el que puede”.
Nani.
Diciembre 2022