Foto de Lope Canovaca "El ojo que todo lo ve"
Desde
hace más de un año escucha unos ruidos que parecían insignificantes en
apariencia, pero que cada día la mortifican más.
Cuando
en el verano estuvieron con ella su hijo y familia, los escuchaba de vez en
cuando, pero consiguió olvidarlos con las algarabías, los juegos y discusiones
de los gemelos y su hermana que a pesar de ser 14 meses mayor, se cree dueña y
señora de ellos y con el poder de manipular hasta al gato de la vecina de
enfrente. Siempre ha sido para su hijo «la princesa de los cabellos de azafrán»
y ella, una niña de cinco añitos se lo ha creído manipulando a su padre y a sus
hermanitos.
─Por
algo soy mayor y organizo los juegos e idas y venidas de mis hermanos, ─dice por
norma y puesta en jarras la niña que apunta maneras.
No
los deja hacer nada sin su autorización con las consecuentes discusiones e
incluso en más de una ocasión, alguna guantada sonora que, a pesar de la
diminuta mano al impacto con la carita de alguno de sus hermanos, hace sonar y
dejar marca, lloros, pataletas y el reclamo de padres, abuela y todo ser
viviente en su entorno.
Esto
era lo que había escuchado en los últimos meses y cuando llegaba a conciliar el
sueño después de todos los barullos organizados, los baños tras nadar en la
piscina, las meriendas, los paseos en la alameda, las cenas unas veces de
camino a casa y otras en la terracita o la cocina; al caer en la cama no alcanzaba
ni a intentar recordar la mitad de las travesuras acontecidas y la innumerables
alegrías que le produjeron los días de vacaciones, en compañía de cinco
criaturas que quiere hasta hacerla olvidar el dolor de cadera o los dedos que
ya se van pareciendo a la prótesis del Capitán Garfio.
Aunque
lo del ruido es distinto. Ahora no están con ella y el silencio es mortal, se
escucha hasta el aleteo de las pesadas moscas de otoño que se meten al calorcito
del hogar, huyendo del fresco ambiente. Esas pesadas moscas que no la dejan
gozar de esa buena novela que empezó antes de que ellos llegaran y que desea
proseguir cuanto antes para llenar esos vacíos que se hacen cuesta arriba
algunos días. Pero lo que más le molesta e incluso llega a asustarla, es cuando
metida en la cama escucha ese ir y venir en el techo, que parece rozarle la
frente y el cabello.
«Mis
hijos se empecinaron en que viviera en este ático y no sé del todo si debí
acceder», ─piensa.
─Mamá hay ascensores, no tienes ningún problema para subir y
bajar, está aireado y tiene una preciosa terracita que da al mar donde puedes
terminar el día como siempre te ha gustado. Ver ponerse el sol como siempre has
deseado. Y bueno, ir a la cama mecida por las olas y acunada por las nanas de
las sirenas. ¡Eso era lo que nos contabas de pequeños, por eso mismo hemos
pensado que es el lugar idóneo para ti! Soleado y calentito para el invierno y
acondicionado para el verano. Quizá algo grande para ti solita, pero eres tú la
que quieres que pasemos algunos meses de verano contigo y ya somos cinco
nosotros y cuatro cuando viene mi hermana con su familia, ─le decían.
Al
final la convencieron y ha estado feliz viviendo en este lugar, cuando
eclipsada mira el mar. Recuerda y cree escuchar la sirena del barco cuando
acercándose al puerto, la hacía sonar una, dos, tres veces y así hasta llegar a
seis sonidos seguidos. De esta manera ella sabía que pasaba de largo, iba cerca
o lejos o esa noche cenaría en casa y después, le contaría toda la travesía de
varias semanas y… ¡qué pícaro llegó a ser!
─pensó─, cuando le anunciaba que debía esperarlo vestida con aquel
atuendo que tanto les gustaba y que le trajo de las islas; entonces hacía sonar
la sirena siete veces y eran los chicos los que la avisaban por si no lo había
escuchado bien. De todas maneras, cuando tuvo duda optó por esperarle siempre
preparada y esa decisión la relajó, tan solo una vez se equivocó y se metió en
la cama con pena. ¡Si hubiera sido en estos tiempos se hubieran llamado, pero
entonces no había teléfonos móviles!
Por
eso mismo no permitió que cambiaran sus muebles de siempre. Es verdad que le
resultaba grande la cama, pero al mismo tiempo quería creer que aún le
acompañaba e incluso le olía. Percibía su aroma y se sentía segura, sabía que
de haber cambiado no hubiera conciliado el sueño como ahora le pasaba, pero no
era otra cosa que aquellos pasos que sonaban encima de su cabeza y que la
intranquilizaban. Era aquel ir y venir que no le daban seguridad y si
palpitaciones. No se consideraba una mujer asustadiza, pero… Debió enfrentarse
sola a casi todo cuando él estaba en alta mar y nunca le amedrantó ninguna
dificultad. Supo solucionar cualquier imprevisto, pero esto de ahora la estaba
desquiciando. No se sentía vieja ni chocha. Sabía que ya no era treintañera y
no estaba tan activa y ágil, pero tener 68 años no significaba ser una vieja
inútil.
«Hago
mis compras, voy a nadar todos los días y al cine siempre que pasan una
película interesante. Las tareas del hogar las resuelvo diariamente y si alguna
vez me ayudan a hacer alguna limpieza general, acepto porque ellos se empeñan,
aunque en el fondo lo agradezco, siempre he pensado que la limpieza es una de
las tareas más ingratas y además, de esa manera me queda más tiempo para
pasear, leer y hacer esas cosas imprevistas que nunca creí haría. No me pasó
por la mente ni una sola vez, que expondría de nuevo y viajaría tanto. Me siento
bien a pesar de echarle mucho de menos, pero también estoy haciendo muchas
cosas que en su día dejé aparcadas y esto me conforta», ─piensa.
En
esos pensamientos está cuando de nuevo escucha esas idas y venidas del techo y
da un respingo que la sienta en la cama. El ruido esta vez ha sido más intenso
y las palpitaciones la aceleran.
─
Mañana avisaré al portero ─se dice en voz baja para sentirse acompañada, pero
sin ser del todo consciente─. Le diré que algo sucede ahí arriba todas las
noches, pero me preocupa que me tome por una señora maniática y tonta, como
comentan de la señora del cuarto derecha. Aunque esa señora la pobre, creo que
está malita. ¡En fin a ver que hago mañana!
De
nuevo se acurruca entre las sábanas y decide que cuando se levante hará lo que
mejor aconseje el nuevo día y la lucidez después del descanso, ahora todo se
hace más grande con la oscuridad y el cansancio. Aunque sigue pensando que no
le gustan esos ruidos.
«¿Como
es posible que cuando ellos estuvieron en casa me olvidara del problema? No
quiero llamarlos ni inquietarlos, pero se ha sumado a la preocupación una
mancha de humedad o algo así parece ser, que ha salido al techo de la cocina y
cada día crece más e incluso, se descascarilla la pintura de manera galopante. ¡No
esperaré más de dos días si todo sigue igual! Avisaré a un albañil y todo se
solucionará, porque arreglará la humedad que seguro se ha producido con el
movimiento de alguna teja y las primeras lluvias, además, ya tendrá que
investigar qué es lo que producen esos galopes en la noche».
Con
esa conformidad el sueño la vence, aunque no es lo suficiente reparador, porque
a otro día cuando se levanta se siente algo cansada y recuerda haber soñado que
en su tejado vivía un ser maligno de ojos enrojecidos y colmillos
sanguinolentos. Se sonríe pensando que nunca le han dado miedo las películas o
novelas de ese género, pero algo la estremece al recordar la preocupación que
le producen los alborotos nocturnos de los últimos meses.
Escucha
sentada en el filo de la cama y ahora con la luz del día todo parece normal.
Las palomas saltando de un lado a otro posándose en las terracitas y más tarde,
en el tejado y balcones. Se acerca a la ventana, sube la persiana y observa
como unos pichones se arrullan con el despertar de un radiante sol, que apunta
ya con un espléndido despertar.
«Me
voy a recostar de nuevo ─piensa─. Estoy agotada y con la ventana entre abierta
y la persiana subida descansaré algo más, aunque quedé en pasar por la casa de
la cultura donde me han propuesto colaborar en un taller de manualidades y debo
ultimar los horarios. Con unas cosas y otras casi lo olvido».
Cansada
pero renovadas las ganas de hacer actividades nuevas, se mete en la ducha y
mientras se arregla, enciende la pequeña radio que hay en la misma repisa de
sus tarros y cremas.
«¡Me
gusta saber cómo se quita las legañas el mundo y con la música que después
sigue en la programación, me activo y renuevo energías!», ─siguió pensando.
Recoge
su dormitorio, deja puesta la lavadora y bolso en mano, sale a hacer sus
gestiones matinales, intentando olvidar el motivo que la tiene un poco
maltrecha.
Al
volver a casa saluda al portero y piensa que es el momento de comentarle su
problema. Este sube con ella en el ascensor solícito como siempre. Entran en la
cocina y observan la gran humedad y como la pintura se desprende y cuelga por
algunos lados.
─
Voy a ir por una escalera para poder asegurarme del tipo de impregnación que
produce esa descomunal mancha.
─
De acuerdo, mientras aprovecho para preparar una cafetera y nos tomamos el cafelito
de media mañana, ¿le parece?
Cuando
el portero se sube a la escalera y con la mano toca lo que parece el centro de
la humedad, un ligero desprendimiento deja un agujero de unos tres centímetros.
Sorprendido y curioso se sube al último peldaño, posa su ojo izquierdo en la
abertura producida y al instante se retira con un grito que casi le hace caer
de la escalera. La mujer grita al mismo tiempo y sujeta la escalera para que no
caiga el hombre.
─
¡Alguien me ha mirado!, ─dice el portero mientras baja como un poseso.
Con
miedo, la mujer mira hacia arriba y observa que un ojo brilla y los observa.
Sin poderlo evitar se agarra con fuerza al hombre, tiembla y se siente a punto
del desmayo.
El
hombre tras una carcajada, dice:
─Creo
que estamos sacando esto de quicio, no puede haber nadie arriba. Por supuesto que
voy subir y mirar el tejado.
Ella
con el pavor que le han producido los días de insomnio y lo visto en los
minutos últimos, lo sujeta diciendo de forma atropellada:
─
¡No se vaya, ahí hay alguien que nos va a hacer daño, y si sube debe ir con
alguien más!
─
No puede haber nadie en el tejado, ─dice el hombre con una sonrisa─, mientras
sale del domicilio para subir al tejado.
Ella
tiembla y sale tras el portero, pero se queda en la entrada sin ser capaz de ir
más lejos y tampoco de entrar de nuevo en su piso.
Pasa
un rato que a la mujer le parece interminable, cuando el portero aparece
trayendo un gatito en sus brazos y comentando:
─
Señora, este es uno de los inquilinos del tejado y el que nos miraba desde el
agujero. El muy travieso estaba con su patita haciendo el agujero más grande y
le he cogido in situ. Hay una camada de prendas iguales y la gata madre me ha
retado, pero no ha podido evitar que me quede con este truhan. Usted me dirá
que hago con esta fierecilla. A por el resto subiré con mi hijo y unas jaulas
para llevarlos a un veterinario amigo nuestro. Arreglaremos las tejas y el
techo creo que yo mismo puedo hacerlo, de lo contrario, llamaremos a un
albañil, pintaremos y todo solucionado.
Para
cuando el hombre terminó de hablar, la mujer y el felino ya eran amigos.
─Bueno,
creo que he conseguido un compañero, ¡no quiero pensar que pasará cuando venga
la mandona de mi nieta! Hasta luego y muchas gracias.
«¡No
permitiré que en adelante mi imaginación corra a tanta velocidad y vuelva a
jugarme una pasada semejante!», ─piensa mientras se amonesta y sonríe.
Nani, Noviembre 2023
Relato publicado en el nº 22 de la Revista Pansélinos.
https://drive.google.com/file/d/1cleqXRl58UGCpIdWmSF3BpE2fCwVIYAL/view