Huyendo de Ucrania
Sale
apresurada con su hija de la mano y el de seis meses en brazos.
Se
colocó con anterioridad la mochila grande, en la que puso algunos pañales,
sándwiches, unos pocos frutos secos que tuvo la precaución de comprar cuando ya
se escucharon los primeros rumores, dos botellas de agua y mudas de los críos.
Pesa, pero no le importa, debe salir cuanto antes y llegar a la estación de ferrocarril.
Iván
se había ido el día anterior destrozado, porque lo requería su patria. ¡Eso le
dijeron, pero maldita la gracia que le hacía, dejar a su familia a la aventura
saliendo del país para llegar a no sabían dónde! Le prometieron acogerlos en el
sur de España, alli viven unos primos.
Dio
el último vistazo a su pequeño hogar, y cerró. No se paró ni se volvió a mirar
lo que dejaba atrás. Tenían que llegar con tiempo y aunque no era muy lejos,
llevaba demasiado peso que compensaba con la mochila, pero por más que le pedía
a su pequeña que se diera prisa, eran pasos de seis añitos. La niña no decía nada. Era como si percibiera
que les pisaban los talones el ogro más feo de los cuentos del abuelo.
Le
apenaba observar como de un día a otro, los niños habían dejado su inocencia en
las casas, para huir con sus madres, sabiendo que sus padres se quedaban. No lo
sabría precisar, pero en sus ojos se ve dolor, ese que nunca conseguirá
arrancarle y que le marcará para siempre.
Algún
padre volverá a reunirse con ellos, aunque la mayoría saben que les besaron y
despidieron por última vez.
De
golpe, la detuvo un fuerte tirón y sus pensamientos se paralizaron. Era la
pequeña que había tropezado y caído sobre el agreste terreno. No lloraba a
pesar del raspón que se había dado en la rodilla y que se veía a través del
agujero que se hizo en sus gruesas medias de lana. Era como si a pesar de su
corta edad, supiera que lo primordial era salir de allí.
Da
las gracias por haber puesto otras medias en la mochila. Ya coserá estas en la
ocasión que pueda. Puso un neceser con utensilios precisos, como yodo y agua
oxigenada, pero en aquellos momentos, aunque debería curar la herida, sabe que
no pueden detenerse.
Seguía
la pequeña sin llorar y eso le partía el alma. ¿Cómo puede haber crecido tanto
en tan poco espacio de días?, ─piensa─, cuando hacía tan sólo una semana se
tiraba al suelo con una rabieta si no le daba una simple chuchería.
Le
pesa el alma por tanto dolor, mucho más que el hijo que lleva en brazos y la
mochila. Quisiera abrazarla, besarla y decirle lo mucho que la quiere, pero
ahora es más importante huir.
A
lo lejos se escuchan los estruendos y no quiere que mire, ni hacerlo ella.
¡Siempre adelante mi niña, siempre adelante, ─piensaba para darse ánimos a sí
misma─, ya queda poco!
Cuando
se ve a lo lejos la estación, es la pequeña la que la señala y dice:
—
¡Mamí, mira el tren!
Le
aprieta fuerte la mano y ella le corresponde.
Al
entrar en la estación, le preguntan si tiene pasaje y con dificultad, les
enseña los papeles que lleva preparados en el bolsillo del abrigo. Les dice que
su marido lo dejó todo arreglado antes de incorporarse al ejército. Les dan un
vistazo y asienten. Las hacen pasar a lo que fue la sala de espera, que está
abarrotada, pero con un silencio sepulcral. ¿Cómo habiendo tantos niños no se
escucha nada, a excepción de algún sollozo casi en silencio y el llanto de
algún bebé?, ─repite para sus adentros─, es como si todos adivinaran que es un
momento crucial y definitivo.
Se
alegra de no haber retirado todavía la lactancia al pequeño. Al menos él estará
alimentado y tranquilo, durante esta huida hacía no sabe dónde los lleve,
─sigue pensando.
Unas
niñas que hay al lado y ocupan unos asientos, se levantan y se los ofrecen. Les
agradece el gesto ¡tanto!, se le debe notar que están desfallecidas. La mujer
pide a su pequeña que se siente con ellas, las tres apretaditas y ella ocupa
una de las butacas, después de quitarse la mochila y dejarla a sus pies.
Siente
un gran alivio al descargar algo de peso físico y el que le da saberse ya en la
estación con sus pequeños. Ahora dependerá de cuando llegue el tren y como los
ubiquen, pero ya está en el lugar donde hay más personas como ella y un poco
arropada se siente.
Recuerda
a sus padres que están intentando salir con su hermana pequeña, pero que aún no
se han convencido del todo. Papá dice que se queda a defender lo que tiene y
mamá, que le acompaña. Al pensar en los
tres, no puede evitar unas lágrimas que intenta disimular, para que el
chiquitín que está enganchado a su alimento, no perciba la amargura que lleva
por dentro, y su pequeña no vea a su madre triste.
Sonríe
a la niña y con esfuerzo saca una botella de agua que le ofrece. Pobrecita mía,
estará sedienta después de la caminata y ni ha rechistado, ─sigue pensando. La
niña bebe con ganas y se queda casi dormida entre las otras dos chicas. Intenta
instalar de nuevo la botella en el mismo lugar que había ocupado, pensando, que
ojalá todas las familias ocupen de nuevo su lugar, aunque sea a duras penas,
como acaba de hacer con la botella.
Relato publicado en el nº 28 de la revista PANSÉLINOS del mes de mayo 2024.
La puedes descargar y leer en el siguiente enlace. Espero que la disfrutes:
https://drive.google.com/file/d/1sTXcCIrwuByByW4btgKWFZ4BN2H7OdfS/view?pli=1
Nani, Mayo 2024