lunes, 8 de octubre de 2007

CAVA LA SULTANA




Dejó la cocina patas arriba. No podía continuar en aquel ambiente. Todos comían, reían, hablaban y ella, traía bandejas de canapés, ensaladillas, vasos, bebidas y más llevar, más pedir, más... Nadie la echaba en falta, hasta que cansada se sentó en un taburete de la cocina, con los codos apoyados en la pequeña barra.
De pronto, la voz de su marido la saca del ensimismamiento: "Pero María, ¿es que estás dormida?, te estamos pidiendo más canapés, las bandejas están vacías. Que te estoy hablando, despierta".
Ella le mira casi en sueños. No está equivocado, dormida no, pero sí soñando, porque de lo contrario..., ¿quién aguantaría todo esto?
Se levanta del taburete y sale delante de él.
El marido sigue gritando: "¿Adonde vas, pero que haces, estás loca?".
Ella pasa entre los invitados de su marido, entra en el dormitorio y al instante, sale con un abrigo de paño algo deslucido y anticuado. Coge el bolso que tiene colgado en el perchero de la entrada, dejando a su marido perplejo. Abre la puerta y desaparece, después de dar un fuerte tirón con decisión.
Se encamina, como casi siempre que necesita respirar, hacía el castillo árabe. Allí, se siente libre, el aire le golpea la cara, la ropa, todo su cuerpo y nota, que se limpia de tanta falsedad, de tanta burguesía, de tanta diplomacia, de tanto… y, ¿para qué?, se pregunta. Ya está bien de ser servidora, ya está bien de ser..., aquí soy la princesa de este castillo, aquí soy "Cava la Sultana".
Se dirige a una pared cubierta de hiedra. La aparta y aparece la entrada de una cueva. Tan solo ella sabe de dicha entrada y de la existencia de la mencionada cueva.
Su padre había sido guarda del entorno y este fue, el gran secreto de padre e hija.
Entra con desenvoltura. Coge las cerillas que lleva en el bolso y enciende un velón que hay a la izquierda. Se ilumina la estancia. Es una cueva amplia y húmeda, pero a ella no le importa, incluso el olor le gusta. Ha pasado tan buenos ratos aquí. Se dirige al fondo, donde hay una gran caja de madera. La abre y saca de ella, una especie de túnica de seda de color violeta. El velo es de gasa y del mismo color. Las babuchas también de seda, llevan incrustadas cuentas de cristal de diferentes colores. Se desviste y mecánicamente, se coloca las ropas árabes. Antes de ponerse el velo, se quita las horquillas y su pelo largo y negro, se deja caer con el peso. Brilla de una forma especial a la luz de las velas, que fue encendiendo y que están distribuidas por la rupestre habitación. Para colocarse el velo, se encamina hacía un antiguo espejo, que hay colgado encima del cajón de madera, que ahora hace las veces de tocador. Se lo pone de tal manera, que ahora, la mujer que hay frente al espejo, es una hermosa dama árabe, de ojos rasgados y muy negros, de labios rosados y bastante atractivos. Al llegar a este punto, con un impulso, recoge el velo y se cubre la parte inferior del rostro, solo deja al descubierto los ojos, que brillan como nunca. Se aparta un poquito, para poder mirarse de cuerpo entero, en el espejo. "Todo está correcto", se dice.
Mira hacía la derecha. Allí en una cantarera de madera, hay introducidas tres vasijas de barro. Coge una de ellas, se la apoya en la cintura y sale afuera, apartando con mucho cuidado la hiedra. Con mucho mimo. la deja caer de nuevo, para tapar la antigua entrada. Con una gracia inusitada en la mujer que había salido de aquella fiesta, desciende el atajo que la lleva a la "Fuente de la Mora". Sabe que allí, la espera el soldado cristiano y dueño de su amor. El la deja coger agua para su madre enferma, ya que en el castillo se han terminado las reservas. Los cristianos, como les quieren expulsar, les han cerrado todos los accesos al agua, así tendrán que salir, o de lo contrario, morirán de sed.
No tarda en descubrir a su amado. La espera tan apuesto como siempre, sentado al borde del manantial. El caballo lo ha dejado algo apartado y atado al ciprés milenario, ese que se ve, desde el cerro de enfrente.
Se abrazan y ella, se refugia en su pecho, llorando de emoción, Hacían tantos días que no se veían. Con mucha ternura, él le seca las lágrimas con sus labios y después, la besa como nunca, como si hoy, en todos los actos que ejecutan, les fuera la vida. Están más emocionados que otras veces, como si presintieran, que quedaba poco tiempo y había que aprovechar cada instante, como si del último se tratara.
Así pasan las horas y al amanecer, ella recoge el cántaro, lo llena de agua y se lo coloca en la cintura. Él la besa de nuevo con tanta ternura, que tanto ella como él, se estremecen de pies a cabeza. La tiene que sujetar, porque presiente que le flaquean las piernas. No tienen que decirse nada, tan solo se miran, con eso basta. Después, muy despacio y como si se tratara de un rito, de nuevo le cubre el rostro con el velo.
El soldado, lentamente se retira y acercándose al caballo, coge las riendas y monta en él y muy despacio, se va perdiendo entre la espesura del bosquecillo.
Como si le costara apartarse del entorno, comienza a subir muy lentamente el atajo que le llevará de nuevo al castillo. Antes de llegar de vuelta a la cueva, "·Cava la Sultana", pasa frente a "Angelillas la loca", como la llaman en el pueblo. Sigue adelante sin decir nada. Angelillas la loca, se restriega los ojos, creyendo que ve una aparición.
Cuando Angelillas la loca, baja al pueblo, llega a la taberna y después, va a la plaza del ayuntamiento. A todos cuenta lo que ha visto en el castillo: "Si, es una mora muy elegante, igual que una princesa y además, llevaba un cántaro a la cintura".
Como siempre, los habitantes del pueblo, se ríen de ella y la convidan a vino, para poder mofarse a sus anchas de la pobre mujer. Luego, en la plaza del pueblo cuando habla, sentada en un banco hay una señora, con abrigo de paño algo deslucido y pelo recogido, que la escucha con especial atención y dulce sonrisa, que se desvanece en el aire frío de invierno, junto a un suspiro muy hondo y helado, que a los habitantes de aquella plazoleta, les ha hecho estremecer. Después, se levanta y dirigiéndose a Angelillas la loca, le dice: "Angelillas, que sabrán estos de historia, de amores en esas murallas y piedras viejas, que sabrán. Anda, vamos a tomar una sopa caliente en mi cocina y mientras tanto, te voy a contar la historia de una mora y un cristiano, que todavía tienen amores, allí donde tú ves a "Cava la Sultana".

nani. Octubre 2007


viernes, 5 de octubre de 2007

¿CREES EN LA GENTE WÜENA?

Después de haber sufrido una batalla campal con los virus informáticos y los virus corporales, vuelvo a actualizar este bloc:

Y de nuevo como tengo por costumbre de vez en cuando, (con el grandísimo atrevimiento por mi parte y muchísimo respeto, como siempre digo), homenajeando a mi poeta de guardia “GLORÍA FUERTES”:
¿CREES EN LA GENTE WÜENA?
¿Que si creo en la gente buena?
Claro que creo hijo,
sólo que a veces,
a puñeteros ratos,
porque esa buena gente
me duran un día,
un soplo o un canto,
cuando les estoy tomando el saborete,
se los lleva el aire por flacos... ¡de espíritu!
o los arrastran los cielos
¡dicen que son las flores,
que rellenan sus campos!,
o me los adormece la sociedad,
con el gerundio de verbo prometer,
con su alucinógenos y sus oropeles,
y se me ponen mustios, marchitos o ajados,
y lloran...
lloran a derecha y a izquierda,
de frente y en la postrera,
se me pierden por los caminos de niebla,
en el humo de la dormidera
y en las falsas pisadas
que les vamos señalando.
(¡Y como no... en gerundio!).

..... como creo hubiera dicho ella por estos días, de haber estado aquí entre nosotros.

Nani. 5 de Octubre de 2007.


domingo, 30 de septiembre de 2007

COSAS DE CASA


Ahora le decía que necesitaba el teléfono móvil. Desde que su trabajo lo ejecutaba en las horas de la madrugada, ella no paraba de darle la lata. Él, empezó a concederle algunos gustos, que en el fondo le parecían caprichos, pero como le hacían sentirse más segura..., total, pudiera tener razón. El niño podía enfermar o ella tener miedo y si le llamaba, sentirse mejor.
En su trabajo, el timbre del teléfono no podía sonar. Tuvo que buscar un móvil bien sofisticado, que parpadease y fuera muy visible, en aquella sala repleta de otros sonidos y distintos focos y luces.
Al principio le hacían gracia sus mensajes: "Joselete, la cama está calentita y me he puesto ese picardía de color..., remataba la frase con puntos suspensivos. Más tarde, recibía otro: El color es ese que a ti tanto te gusta, ¿te acuerdas? Otras veces, el mensaje decía: Me he puesto ese perfume que..., y de nuevo los puntos suspensivos".
Empezaba a desconcentrarse y a perder los papeles, hasta el punto que, el compañero debió llamarle la atención. Pensó dejar el móvil en el maletín, pero lo necesitaba, casi le estaba creando dependencia. Aquellos mensajes, le ponían la adrenalina disparada. Aquella lucecita parpadeante, le ponía el corazón en la garganta. Cuando terminaba, a eso de las cinco treinta, cogía el coche como un descosido y carretera adelante, salía zumbado. Cada día, necesitaba volver a casa más a prisa. La necesitaba a ella. Necesitaba aquel perfume mezclado con su piel. Aquel color, que cada vez se hacía más calor. Un día, se saltó un semáforo y no pasó nada, gracias a Dios, pero otro día, por pocas arrolla a la viejecita del carrito cargado de sus pertenencias. Y al chico de la moto, que susto pasó. Igual que el día del Mercedes rojo, que salió a todo trapo de una calle, sin hacer el stop. Y que le estuviera pasando a él. Un hombre metódico, ordenado, responsable... Pensaba todo esto mientras conducía. Hoy hablaría con ella, le pediría que no volviera a ponerle mensajes. Le diría que no volvería a llevarse el móvil, que no podía con todo aquello, que estaba al borde del infarto, que necesitaba todo su cariño y toda aquella pasión, pero que no podía seguir con ese nerviosismo. Que necesitaba estabilidad en su trabajo y que muchos días, cuando volvía a casa, en más de una ocasión, estuvo a punto de tener o provocar un accidente. En este punto estaba, cuando se levantaba la persiana de la cochera de la casita que tenían a las afueras de la ciudad. Al bajar del coche, tropezó con un cartel que decía: "Sube, te espero. La puerta está abierta, no des la luz, la sorpresa será hermosa, estoy, en..., y de nuevo los puntos suspensivos".
Esto es el colmo, se decía. Y además la puerta abierta. Se está volviendo loca.
Mientras subía las escaleras de dos en dos, algo le parecía anormal. Las luces estaban encendidas. Se escuchaba un sollozo y había algo rojo en los peldaños cercanos a la habitación del niño. Se precipitó en ella: "Pobrecito, está dormido, que sabrá él de estas locuras", pensó.
Corrió hacía la salita. Allí estaba ella, embutida en aquella bata hortera que le había regalado su madre y que a los dos les ponía de los nervios. El pelo alborotado, la cara manchada de rojo. Un hilillo de sangre le caía por la sien izquierda. No percibió su entrada. Lloraba con la cara entre las manos. Cuando le vio, se precipitó en sus brazos. A él la confusión, el asombro y el miedo casi le paralizaron. Cuando pudo reaccionar, le pidió que le contara que pasaba. Ella, tan solo le dijo: "Perdóname, he sido una inconsciente y una atrevida, dejé la puerta abierta y entraron a robar. Quisieron entrar en la habitación del niño, pero lo impedí aunque me golpearon. No consiguieron nada, porque les amenacé con esta pistola, la compré para nuestros juegos. Hoy quería que todo fuera distinto. No es de verdad, pero al menos me ha servido para defenderle. Ahora me doy cuenta de que he llegado demasiada lejos con mis fantasías".

nani. septiembre 2007.
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miércoles, 26 de septiembre de 2007

ES OTOÑO, ¡QUÉ TIEMPO MÁS BONITO!


(AQUÍ DEBAJO, SE ESTÁ MU AGUSTICO, JEJEJEJEJ)


El sol cálido del atardecer otoñal, es bastante agradable y me permite contemplar plácidamente, el entorno desde estas alturas.
Las nubes grisáceas y blancas, empiezan a ocultar un sol algo tristón, al que se le adivina una nostalgia, por el verano recién terminado. Desde su altura, echa en falta a la golondrina cantarina, el rojizo atardecer y la luminosidad del horizonte.
Los campanarios de las iglesias, no brillan de igual forma, ni las cúpulas de los edificios de la calle principal, están igual de relucientes.
Allá a lo lejos, la oscuridad de la "Parapanda", presiente la nieve que la cubrirá dentro de unos días y que le anuncia, su hermana mayor "Sierra Nevada", con el aire fresco que le envía a ráfagas.
Los cerros de los olivos, ya van adquiriendo ese color característico, con el que recuerda a los habitantes del entorno, que hay que buscar la vara, los fardos y las espuertas, la recolección de la aceituna se aproxima.
La "Ciudad de la Luna", está más opaca y solitaria y el entorno del cerro de "Fátima", se está poniendo de un color ocre y gris oscuro, síntoma lógico, de que los almendros y las higueras, dieron su fruto. Al cerro de "San Marcos", lo cubre un manto blanco, anunciando un fuerte alubión de agua que tanto agradecerán, estos campos y veneros.
La "Fortaleza de la Mota", en su cerro al frente, se está entristeciendo poco a poco. Detrás, se va ocultando un sol cada vez más frío y los cipreses que coronan dicha fortaleza, se estremecen con el frío viento, que le envía la hermana, sierra granadina.
Ya, las palomas, los estorninos y los gorriones, se están recogiendo en sus nidos. Todo se va quedando gris y triste. Las nubes se unen unas a otras y con el último rayo de sol, empiezan a caer una gotas de lluvia, que alegrarán a la tierra seca por el estío.
El reloj de la torre del ayuntamiento, me devuelve a la realidad y me recuerda, que debo bajar de estas alturas paisajísticas y soñadoras.
El viento y la lluvia, me han calado, Hay que buscar el calor del hogar. El otoño, se ha hecho palpable. El otoño, ha llegado a un "Paisaje andaluz".


nani. Septiembre 2007.








lunes, 24 de septiembre de 2007

UN AMOR COBARDE


Mientras ordenaba la pequeña cocina, pensaba en los acontecimientos de los últimos años. Siempre se veían en una habitación del hotel Central de la ciudad. Ella recibía un mensaje en el teléfono móvil: "Cariño, te espero hoy a las seis de la tarde. Donde siempre, por favor, no me hagas esperar te necesito.
Siempre ocurría lo mismo. Ella salía del trabajo una hora antes. Nunca le pusieron objeción alguna, ya que esa hora la recuperaba cualquier otro día. Nunca tuvo prisa, a excepción del día que él la llamaba. Nadie la esperaba, ni tenía que dar cuentas a nadie.
Sin embargo, cuando llevaban un año de verse de esta forma, él le confesó que estaba casado, que quería a su esposa y que tenía dos hijos.
A ella no le extrañó, algo en su interior le decía que no era muy normal su comportamiento, pero todo fue tan..., tan de aquella manera, fue sucediendo todo.
Ella trabajaba en la inmobiliaria desde que terminó auxiliar administrativo. Encontró pronto trabajo y alquiló un apartamento. En un principio vivió con unos familiares, que aunque les quería y la trataban bien, no era su casa y tenía ganas de independizarse. Poco a poco, consiguió piso propio, después lo amobló a su gusto, llegando a vivir cómodamente, pero claro está, sin derrochar su sueldo.
Cuando le conoció en la oficina, le pidió una salida al termino de la jornada. Después fue una cena y poco a poco, las confidencias, la necesidad del uno y la otra, y....
Ella le ofreció el pisito y en este punto fue, donde comenzó a extrañarse: "¿Por qué a un hotel y a su piso no?" No quiso escuchar su conciencia y acalló sus temores, que al cabo de un año se confirmaron. Cuando le confesó su situación, la dejó elegir a ella: "Si tu quieres seguimos, yo te quiero, pero no me pidas que deje a mi familia, porque les necesito tanto o igual que a ti". Eso le había dicho y entonces ella cayó, no dijo nada, de todas maneras, no creía hacer daño a nadie. Sólo se veían cada dos semanas, aunque la verdad era que no sabía estar sin él.
Ahora habían pasado tres años desde que se conocieron. Hacía seis meses que su mujer se enteró de la relación y tuvieron que dejarlo. Las cosas se habían puesto bastante mal desde entonces, - le dijo.
Y hoy recibe otra vez el mismo mensaje de siempre: "Cariño, te espero a las seis de la tarde donde siempre, por favor, no me hagas esperar, necesito verte".
Termina la cocina muy lentamente y muy pensativa. Esta tarde no va a la oficina, la pidió libre al descubrir el mensaje.
Se hace un café y se sienta en la salita. Coge una caja de madera de estilo sefardí que heredó de su madre y de ella saca, un tocho de cartas cogidas con una cinta. Empieza a leer aquella en la que le había escrito versos como estos:
Cuando tengo sed,
me bebo tus besos.
Cuando tengo hambre,
me sacian tus manos.
Cuando te añoro,
te busco en mis sueños.
Cuando te recuerdo,
te noto a mi lado.
Complementas mi vida,
como el rocío a la flor,
como la lágrima al llanto,
como la miel a la vida,
como la lluvia al campo....
Le había escrito muchas cartas desde distintos sitios. Viajaba bastante y en las noches de soledad del hotel, le escribía poemas, luego cuando ella los recibía, se sentía la mujer más dichosa del mundo. Nunca ella le pidió más, siempre se conformó con este amor, que era como el Guadiana, había semanas que aparecía y otras que no. Después, desapareció del todo y hoy de nuevo resurgía.
Cuando recibió el mensaje, se fue derecha a la carpeta de cartas y escribió: "Mi Guadiana querido, no iré al hotel, ya sabes donde vivo. Sabes que siempre he entendido todo, o casi todo, pero la injusticia no me gusta. Ahora eres tú el que decides. No iré esta tarde al trabajo".
Metió la carta en un sobre a juego, puso su nombre, lo cerró y lo metió en el bolso. Al pasar por el hotel, lo dejó en consigna, diciendo: "Por favor, no deje de entregarlo al Sr. Martínez".
"No se preocupe Sta. Laura, - le contesta el encargado -, tiene aquí la llave de la habitación y tendrá que pasar a recogerla".
La despertó un portazo en algún piso del bloque. Miró el reloj, eran las diez de la noche. Recogió las cartas que volvió a guardar en la cajita de madera, se lavó la boca, se puso el pijama y se fue a la cama con una paz, que hacía mucho había dejado de sentir. De nuevo era libre. Dolía un poco esta libertad, pero, ¿quién ha dicho que no sea dolorosa la libertad? ¿Quién ha dicho que no duela dejar en el camino, parte de tu ser, de tu vida, de tu yo, que se va quedando por avenidas, cafeterías, por el aire, por los paseos, por todo el transcurrir de una existencia? ¿Quién puede hablar de dolor ajeno?.
nani, septiembre 2007.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

CONVERSACIÓN CON UNA MUSA

Hola Musa:
Cuanta gana tenía de volverte a ver o, que llegase el momento de poderte contar.
Nos fue bien mientras fuimos..., tú sabes bien lo que fuimos. Pero todo cambió aquel día que te “toqué las narices” (por así llamarlo), y tiré un poquito del rizo que te cae sobre la frente.
“Creí”, (un conocido dice: “Que san creí y san pensé, es igual a EQUIVOCACIÓN”). Pues como te comentaba, “creí” que los amigos se pueden tocar una vez que otra, las narices (algunas veces puede resultar hasta simpático y puede que además, se rompa la monotonía) y a ti, sólo te di un tironcito de nada, un tironcito cariñoso diría yo, pero claro; ¡tú eres la Musa y yo tu enamorado! Enamorado de tus encantos. Esos encantos que hacían que fluyeran en mi pensamiento los más bonitos poemas y los textos que a todos los conocidos les gustaban tanto y que según tú, tanto te fascinaban.
“Creíste” que si no estabas frente a mí, no surgiría la inspiración. Esto hiciste que creyera y por entonces, así lo “creí”. Pero como ves, he salido adelante sin tenerte en el pedestal, porque ¿sabes? Se me rompió una de las veces que embelesado, le daba lustre a tu recuerdo, sin apenas darme cuenta y tan embobado como estaba..., plafff, se me escurrió de entre los dedos y fue a parar al frío suelo, haciéndose añicos. En un principio no supe reaccionar, pero mientras pensaba si reponerlo o no, te coloqué en la meseta de la escalera y allí, sólo te veía al subir al piso de arriba y poco a poco, supe que no necesitaba reponer ese pedestal, después pensé colocarte en la repisa de los libros, ¡si, la que tengo frente al ordenador! pero para ello, debía quitar todos los libros y surgió la pereza y la pregunta correspondiente: “¿Si quito los libros para colocar a mi Musa, donde pongo después los libros?” Si hago un cambio y los libros los pongo en la meseta, como que no, ¿verdad? Una Musa, como que pega más en la meseta de la escalera. Mi madre siempre coloca una maceta, pero a falta de la planta, no está del todo mal una Musa, hasta cuando pasaba delante de ti podía mirarte y te veía en el sitio idóneo, me parecía que podrías tener algún día frío, pero como en unos días encendí la calefacción, me tranquilicé bastante y ya no había motivo para inquietarse. Además empezó a pasarse esa punzada que me daba el pecho cuando te perdía. Allí al verte menos, la punzada se hacía más suave cada vez, hasta que dejó de ser punzada, para convertirse en nostalgia y después, hasta en agradable recuerdo, así que como puedes observar, cada vez necesité menos de tu presencia y por lo tanto, ya ni creí oportuno buscar un pedestal, ya que al descender a la meseta, te encontré más a mi nivel y todo se hizo más natural, ¡vamos, más cotidiano y normal! Había encontrado el sitio idóneo para colocarte y tu superioridad ya no me ofendía ni me hacía sentirme inferior, ni tenía remordimientos por no haber hecho preciso esa cosa que te hacía más grande o más alta, ni... en fin, que me siento bien y hoy tengo el valor de decirte, que ya no te necesito. Sabes que siempre te quise mucho, pero quiero que sepas, que ya tan solo eres recuerdo. Un recuerdo a veces doloroso, a veces agradable y otras tantas, un recuerdo muy gratificante. Ahora ya puedo decir tranquilamente: “¡Fue bonito mientras duró, y gratificante mientras perdure el recuerdo!”. Veo que te quedas muy sorprendida, te ha cambiado el brillo de los ojos. ¡Sabes que siempre noté la luminosidad de tu mirada! Siempre “creíste” que serías imprescindible, pero ya ves, siempre te mantenías por encima, siempre quisiste ser una Reina, siempre me humillaste, siempre estuviste segura de tu belleza y de tu cuerpo terso, pero a las Musas también le salen arrugas y su piel se aja, ¡vamos, que ya tienes alguna grieta que otra! sobretodo, cuando se está frente a un ser humano. Los ojos de los humanos no son como los de las Musas. Vosotras siempre veis del mismo modo ¡cómo por vosotras no pasa el tiempo!, pero por los humanos si pasa, y al salirnos arrugas también se las vemos a los que crecen con nosotros. Y si nos vemos defectos, también se los solemos ver al que tenemos enfrente. Y si empezamos a peinar una cana que otra, también se la solemos ver a las chicas que crecieron a nuestra par, aunque se las tiñan. Y tú Musa, te mantienes intacta, tan fría como siempre, ¡eso ves, no lo supe apreciar en su momento! Con la misma sonrisa y con el mismo rizo sobre tu frente, ese que provocó este distanciamiento. No tienes ni una sola cana. No tienes ni una carie y en la comisura de la boca, tampoco tienes esas arrugas que le suelen salir a las divas en declive, ni tienes patas de gallo alrededor de los ojos, no tienes nada de nada, de las cosas que nos suelen salir a los humanos. ¡Bueno si, algo tienes cambiado, es la sonrisa! Me parece triste ¡quizá siempre fue así, pero tampoco fui cosciente! y ya no me resulta cantarina como en nuestros viejos tiempos. Y los ojos... esos ojos ya no tienen la luz y el brillo que tenían, pero deben ser los míos que te miran de otra forma, porque tú siempre me dijiste que las Musas no cambian, que siempre sois iguales y que siempre os mantenéis lo mismo de bonitas, ya te digo, debo ser yo que te veo con una mirada distinta.
¿Sabes Musa, cual es ahora mi dilema y mi preocupación? No sé dónde llevarte o en qué sitio ponerte. En un principio pensé llevarte al desván, pero hay ratones, lo sé y eso, debe ser muy duro para una Musa, verse al final entre una jauría de ratones. Después quise llevarte al sótano, pero ahí si me dio remordimiento hacerlo, más que nada por el frío que hace, vosotras las Musas, ¡lleváis tan poquita ropa! Así que de verdad, esta vez si te pido que me inspires y me digas donde quieres que te ponga, porque no sé que hacer contigo. Quizá fuese bueno, dejarte en casa de un escritor o, de un pintor en ciernes, pero sé que harás con él, lo mismo que hiciste conmigo, sería de muy mal gusto hacer esta gamberrada a un pobre chico que está empezando, así que ya me dirás que hago con vuestro ilustrísimo cuerpo recordado, besado, adorado, agasajado y ahora, casi olvidado. Podría hacer como que no te veo, cada vez que subo y bajo las escaleras, pero ahí está esa cosa que fuiste y ya no eres y... la verdad, que no estoy cómodo contigo en la meseta, en alguna ocasión que otra, como ya no te tengo presente, incluso me sobresalto cuando de improviso te advierto, se que intentas hacer algún rasguño en mi pecho para llamarme la atención, ahora eres como un niño al que le han quitado su pelota y coge una rabieta, pero perdona que te diga, ya sólo consigues que dé un respingo, o incluso asustarme, al no recordarte y te aseguro que no es agradable que en mi propia casa tenga estas sensaciones tan extrañas y tan anormales.
Hoy Musa, quisiera decirte adiós. Un adiós sin rencor y sin nada de tristeza al menos por mi parte. Un adiós sincero y con cierto cariño o simpatía. No quiero recordarte con tristeza o con rabia, solo quiero que permanezcas en el recuerdo con los momentos infinitamente buenos y los menos buenos que tuvimos. Quiero despedirme de ti, con la certeza de dejarte en buenas manos, o en unas manos que te den la alabanza que tú necesitas, esa que llena tu ego y te hace sonreír triunfante y poseída, pero por favor te pido, ¡no repitas la historia, ya que al final, te verás en un barranco tirada igual que una porcelana rota e inservible! Todas las Reinas que se han creído superiores, han terminado al finar de sus días, en el olvido más triste o vagando por las calles, como la más pobre de las pordioseras que tanto aborrecías, cuando a tomar copas con los amigos íbamos.
Hoy Musa, te dejo en espera de que me digas que puedo hacer contigo, mientras tanto, creo que te voy a guardar entre las hojas de ese libro que tanto nos gustó y leímos recostados en la cama, ¿te acuerdas? Tú leías un capítulo y luego me tocaba a mí el siguiente. Pues como si se tratara de un señala páginas, te voy a mantener ahí hasta que tú decidas salir para volar al rincón del firmamento que quieras sea tu refugio, tu morada o tu sepulcro. Como ves, no quiero hacer contigo, lo que tú hiciste conmigo. Por un simple capricho de musa mal criada, hoy te ves destronada, pero no tengo valor de dejarte tirada a la aventura, así que en el capítulo noveno que tanto nos gustó, te quedas y si alguna vez decides salir, cuenta la verdad y porque estás ahí. No repitas la proeza de mentir a un amante que esperó tu inspiración y no se la diste, por ser una Musa mal educada, orgullosa y caprichosa.
Recuerdos de tu …, de este hombre nuevo.

Nani. Septiembre 2007

lunes, 17 de septiembre de 2007

TALLER OCUPACIONAL

Este sabes que va por tí, CARAPAHN y por tus niños.


Juan distraía a la monitora. Se habían puesto de acuerdo él y Mariano. Este último le había suplicado: "Por favor, por favor, tan solo me la llevo a comprar unos chicles y una bolsa de pipas. Después volvemos enseguida, pero tengo que estar con ella, aquí no nos dejan".
Y Juan que es el mejor amigo de Mariano, sale del aula 3-B y grita: "Doña Felisa por favor, la máquina se ha estropeado, creo que está atrancada".
"Pero Juan, ¿qué estás tramando? No me fío de tus averías, ni de tus maquinaciones.
Mientras, Mariano ha ido a la entrada del aula de jardinería y desde allí, hace señas a Carmen. Ella sale inmediatamente, con una sonrisa feliz.
"Vamos, la monitora no nos verá", le dice Mariano al oído.
Se quitan las batas y las dejan colgadas, en la percha de la entrada. Salen a la calle y al volver la esquina, se cogen de la mano. A unos cien metros, se encuentra el parque de los Sauces, que es donde la pareja se dirige. Una vez en el parque, se refugian bajo uno de estos árboles. Se sienten amparados bajo sus ramas y en el banco sentados, se miran y se besan con tanto cariño y ternura, que hasta el jilguero que cantaba, se calla para no interrumpirles.
Pasa algún tiempo y dice Carmen: "Maguiano, la señoguita Felisa nos va a guegañar. Vamos a compar las pipas y a ella, le llevamos un cogazón de cagamelo, así nos pergonará, ¿vale?".
Juan le sonríe con mucha ternura. Sus ojos se rasgan más aún. Se cogen de nuevo de la mano, se acercan al puesto de chucherías y compran lo que tenían pensado.
Se encaminan de nuevo, calle arriba, hacía el taller. Llegan enseguida a un jardincito. Empujan una verja de hierro, donde se puede leer: "Taller ocupacional, JUAN MARTINEZ MONTAÑEZ".
Entran. Vuelven a ponerse las batas, se besan furtivamente y cada cual, se encamina a su aula de trabajo.
Doña Felisa, observa por el rabillo del ojo la entrada de Mariano, al mismo tiempo dice: "Juan, tu máquina parece que ya funciona, ¿no? Debe ser, que se le ha acumulado pelusa al telar. Anda, sigue tu tarea, que tengo que pasar por el aula de cerámica".
Mientras se dirige a la cotidiana revista por las aulas, piensa: "A pesar de que pasan los cuarenta, son como adolescentes, ojala, tuviéramos los demás, la misma ingenuidad, la misma alegría y la misma ilusión".

nani. Septiembre 2007.