martes, 16 de octubre de 2007

MANUEL (Recuerdos de infancia)


Siempre bién peinado y afeitado. Sus ropas muy humildes pero limpias y bién cuidadas. Sus ojos negros, muy vivos y pícaros.
Todas las mañanas, a la misma hora comenzaba su trabajo en el lugar de costumbre. Siempre la misma esquina de la avenida principal. Los días de mucho frio, le permitían quedarse en una de las puertas de entrada a la farmacia de D. Mariano. Su padre le acompañaba. Era un señor gastado y casi anciano, pero cargaba con agrado con la cesta, el soporte y la silla. Cuando llegaban al lugar descrito, allí se sentaba Manuel, esperando que pasaran los niños y niñas para el colegio.
"Manolo, un puñado de pipas, cuatro caramelos, dos chicles, un chupachús, una barra de regalí, una..."
"Venga, no os empujeis, esperaos..., que le doy las pipas a María y después, los garbanzos tostados a Juani".
No había que ser muy observador para darse cuenta, que no le daba los puñados de igual manera a las chicas que a los chicos. El de las niñas era más grande y más lento. Necesitaba el contacto de sus manos y tan solo con eso fué feliz. Le delataban las chispitas de sus bellos ojos negros.
"Me haces cosquillas", le dijo un día María, mientras que él le contestaba: Eso es que te parece, niña bonita". Y la niña bonita se aleja sonriendo y saltando, de un ladrillo a otra baldosa. Manuel seguía mirandola, mientras ella se perdía entre el bullicio y las esquinas, y al pasar de nuevo al medio día, vuelve a ser feliz cuando ella le sonrie de manera inocente y amiga.
Manuel era amigo de su amigos. Siempre rodeado de jovencitos, les escuchaba con agrado y siempre, les daba los cigarrillos con una habilidad, que ni el padre más astuto lo hubiera adivinado: "Pepe, hoy has fumado dos pitillos, ya no te vendo más", les decía. Cuidaba de su gente y todo paseante le apreciaba. A los padres les rellenaba el mechero. A los ancianos les regalaba la piedra. A los jovenes y niños les quería, y a la niñas...., bueno a ellas las adoraba.
Cuando empezaba el anochecer, volvía el anciano padre. Recogía la cesta, el soporte y la silla. Manuel se apollaba en sus piernas de madera, arrastrando un cuerpo maltratado por la poliomelitis. Se marchaba alegre, marcando el ritmo de aquellas muletas ruidosas, que se perdían poco a poco, con su sonsonete machacón y que volvía, con su ritmo alegre , a la mañana siguiente.
Cuando se nos fué Manuel, las pipas y los caramelos no nos supieron de igual manera a los niños y niñas de esta ciudad. Pero seguro que aquella dulzura, la estarán saboreando los ángeles del cielo, porque allí seguirá Manuel con su sonrisa, sus pipas y caramelos, suavizando y recibiendo a todo el que por allí pasa. Y cuando en las noches estrelladas, los luceros brillan de forma especial y palpadeantes, sé que dos de ellos, son los ojos de Manuel, chispeantes y luminosos.
nani. Octubre 2007

viernes, 12 de octubre de 2007

INQUIETUDES SILENCIOSAS



Este relato va por Mario (ese Necio Hutopo). Ya que no se le da “El premio que se merece” (jejejejeje), yo al menos con este simple relatillo (ñoño pero real) de inquietudes maternas (y ahora va en serio), le doy las gracias por el desvelo hacía el mundo infantil y juvenil. ¡POR SER UN CHICO EXCELENTE, POR SER UN CHICO EXCELENTE, POR SER UN CHICO EXCELENTE Y SIEMPRE LO SERÁ, Y SIEMPRE LO SERÁ!

El sofá resultaba incómodo a las tres de la madrugada. Su marido y ella, se quedaron viendo por la tele, la película del sábado. A las una de la mañana, él ya había roncado en "Sol, Fa, y hasta en la Novena de Beethoven". Cuando se despertó, miró el reloj y dijo de forma algo brusca: "¿Pero todavía no ha venido? Esa niña, te juro que se pasa el verano castigada, la culpa es tuya, como le das todos las libertades, esa niña hace de ti lo que quiere, ya verás mañana. Bueno me acuesto, como tú eres su madre y la que le permites todo, te aguantas ahí, pero te lo aseguro, mañana se entera".
Todo esto lo dice el padre, mientras se dirige al dormitorio. Casi al instante, se vuelve a escuchar un ronquido monótono.
Ella mira con impaciencia el reloj. Su hija había quedado en que llegaría a las dos, o como mucho, a las dos y media. La había tranquilizado, prometiéndole, que la acompañaría Pedro.
Si, Pedro parece formal, pero, ¿es tan fácil perder la cabeza a los dieciséis años? "No seas desconfiada mujer, se decía. Siempre confiaste en tu hija. Siempre te ha contado. Siempre has sabido donde andaba. Pero, ¿y si le ha ocurrido algo? Dios, que no pase nada, que no ocurra nada, a ella no. Bueno, ni a ella ni a nadie, pero entiende Señor, es mi niña. Esa que se ha hecho mayor sin que me de cuenta, esa niña que hace un año lloraba sobre mi pecho, porque no le hacía caso su amigo Mario. Pobrecilla, que pena sentía, que hondo le caló, que pesadilla, que mal lo pasó y claro, yo con ella, su sufrimiento se hacía mío. Si lloraba, me costaba aguantar, para darle seguridad. Que pena me daba verla sufrir, pero que normales son esas reacciones y en la adolescencia, cómo se sufre cuando no es correspondido el amor que sientes, por el otro. Que mal se pasa y lo peor, es que todo esto no acaba aquí, después le volverá a ocurrir a Grego, a Lucas y a Marta".
Mecánicamente, vuelve a mirar el reloj. "Las tres y veinte. Dios como está tardando. ¿Que habrá pasado? Siempre dicen, que si pasa algo, se entera una de momento. Madre mía, que su padre no se despierte, que es capaz de ponerle la mano encima. ¿Por qué somos tan egoístas?, los hijos mientras se divierten, no piensan que su madre se consume, pensando que les ocurra algo. Su padre, se va a dormir tan feliz, como sabe que me quedo esperando, él a pata suelta roncando, y si despierta la forma y encima, me hace sentir culpable, no lo entiendo, de verdad que no lo entiendo y para colmo, mañana tendré que mentirle y si se da cuenta cuando me acueste, tendré que decirle que nos hemos pasado las horas charlando de nuestras cosas. Dios, las cuatro menos veinticinco. Se detiene y escucha. El ascensor se ha parado. Que sea ella, por Dios, que sea ella. ¿Qué hago de pié? ¡Siéntate tonta, que no note, que estás que te subes por las paredes y encima, se dará cuenta que has llorado!".
Se abre la puerta de entrada, con mucho sigilo. "Pasa Pedro, como te dije, mi madre está levantada, dice la chica con voz tenue.
No digo nada. La miro de cabeza a pies. No le falta nada, gracias a Dios. Sus ropas están intactas. No tiene rasguños, está igual de guapa que en el momento en que se marchó.
Antes de que reaccione, es la chica la que habla: "Mamá, perdónanos, como te dije me ha acompañado Pedro. No era nuestra intención llegar tarde, pero hemos tenido que llevar al hospital a Nuria. Ha tomado algo que no es bueno, ya sabes que te hablé de lo preocupada que estaba por ella. Está saliendo con gente, que no la va a llevar a nada bueno, dichosa droga, que asco de éxtasis y demás. De verdad mamá, cada día estoy más contenta, de que hayáis hablado claro, de la forma en que me habéis educado, igual que estáis haciendo con mis hermanos. Te juro que doy gracias a Dios, por hacerme distinguir entre, lo que me conviene y lo que no. Cada día agradezco más, tener amigos como Pedro, como todos los que no nos dejamos llevar de todo eso que nos están metiendo por los ojos, los oídos, por todas partes y que solo sirven, para destruir a gente buena, a gente sensible, a la gente que más necesita de cariño, de compresión, de todo, de...
Se escucha un carraspeo. Madre e hija, miran hacía donde se encuentra el chico. Se habían olvidado de él. Es la madre la que se acerca al joven, le coge las manos, se las aprieta con mucha ternura y le dice: "Gracias Pedro, gracias de verdad, que Dios os bendiga, os proteja y que siempre, os conserve intactos, por dentro y por fuera. Anda, vete a tu casa, que seguro tu madre está hecha un manojo de nervios".
El chico sonríe. Se despide y madre e hija, le acompañan a la salida. Se vuelven. Las dos se besan, y se desean buenas noches.
La madre entra en el dormitorio. Procura que su marido no se despierte. Se desliza entre las sábanas como una serpiente. Intenta relajarse y empieza a perder la conciencia, diciendo: "Gracias, muchas gracias".
¿Por qué das las gracias?, dice el marido.
No se, creo que estaba soñando. Anda sigue durmiendo, le contesta la madre.

nani. Octubre 2007

lunes, 8 de octubre de 2007

CAVA LA SULTANA




Dejó la cocina patas arriba. No podía continuar en aquel ambiente. Todos comían, reían, hablaban y ella, traía bandejas de canapés, ensaladillas, vasos, bebidas y más llevar, más pedir, más... Nadie la echaba en falta, hasta que cansada se sentó en un taburete de la cocina, con los codos apoyados en la pequeña barra.
De pronto, la voz de su marido la saca del ensimismamiento: "Pero María, ¿es que estás dormida?, te estamos pidiendo más canapés, las bandejas están vacías. Que te estoy hablando, despierta".
Ella le mira casi en sueños. No está equivocado, dormida no, pero sí soñando, porque de lo contrario..., ¿quién aguantaría todo esto?
Se levanta del taburete y sale delante de él.
El marido sigue gritando: "¿Adonde vas, pero que haces, estás loca?".
Ella pasa entre los invitados de su marido, entra en el dormitorio y al instante, sale con un abrigo de paño algo deslucido y anticuado. Coge el bolso que tiene colgado en el perchero de la entrada, dejando a su marido perplejo. Abre la puerta y desaparece, después de dar un fuerte tirón con decisión.
Se encamina, como casi siempre que necesita respirar, hacía el castillo árabe. Allí, se siente libre, el aire le golpea la cara, la ropa, todo su cuerpo y nota, que se limpia de tanta falsedad, de tanta burguesía, de tanta diplomacia, de tanto… y, ¿para qué?, se pregunta. Ya está bien de ser servidora, ya está bien de ser..., aquí soy la princesa de este castillo, aquí soy "Cava la Sultana".
Se dirige a una pared cubierta de hiedra. La aparta y aparece la entrada de una cueva. Tan solo ella sabe de dicha entrada y de la existencia de la mencionada cueva.
Su padre había sido guarda del entorno y este fue, el gran secreto de padre e hija.
Entra con desenvoltura. Coge las cerillas que lleva en el bolso y enciende un velón que hay a la izquierda. Se ilumina la estancia. Es una cueva amplia y húmeda, pero a ella no le importa, incluso el olor le gusta. Ha pasado tan buenos ratos aquí. Se dirige al fondo, donde hay una gran caja de madera. La abre y saca de ella, una especie de túnica de seda de color violeta. El velo es de gasa y del mismo color. Las babuchas también de seda, llevan incrustadas cuentas de cristal de diferentes colores. Se desviste y mecánicamente, se coloca las ropas árabes. Antes de ponerse el velo, se quita las horquillas y su pelo largo y negro, se deja caer con el peso. Brilla de una forma especial a la luz de las velas, que fue encendiendo y que están distribuidas por la rupestre habitación. Para colocarse el velo, se encamina hacía un antiguo espejo, que hay colgado encima del cajón de madera, que ahora hace las veces de tocador. Se lo pone de tal manera, que ahora, la mujer que hay frente al espejo, es una hermosa dama árabe, de ojos rasgados y muy negros, de labios rosados y bastante atractivos. Al llegar a este punto, con un impulso, recoge el velo y se cubre la parte inferior del rostro, solo deja al descubierto los ojos, que brillan como nunca. Se aparta un poquito, para poder mirarse de cuerpo entero, en el espejo. "Todo está correcto", se dice.
Mira hacía la derecha. Allí en una cantarera de madera, hay introducidas tres vasijas de barro. Coge una de ellas, se la apoya en la cintura y sale afuera, apartando con mucho cuidado la hiedra. Con mucho mimo. la deja caer de nuevo, para tapar la antigua entrada. Con una gracia inusitada en la mujer que había salido de aquella fiesta, desciende el atajo que la lleva a la "Fuente de la Mora". Sabe que allí, la espera el soldado cristiano y dueño de su amor. El la deja coger agua para su madre enferma, ya que en el castillo se han terminado las reservas. Los cristianos, como les quieren expulsar, les han cerrado todos los accesos al agua, así tendrán que salir, o de lo contrario, morirán de sed.
No tarda en descubrir a su amado. La espera tan apuesto como siempre, sentado al borde del manantial. El caballo lo ha dejado algo apartado y atado al ciprés milenario, ese que se ve, desde el cerro de enfrente.
Se abrazan y ella, se refugia en su pecho, llorando de emoción, Hacían tantos días que no se veían. Con mucha ternura, él le seca las lágrimas con sus labios y después, la besa como nunca, como si hoy, en todos los actos que ejecutan, les fuera la vida. Están más emocionados que otras veces, como si presintieran, que quedaba poco tiempo y había que aprovechar cada instante, como si del último se tratara.
Así pasan las horas y al amanecer, ella recoge el cántaro, lo llena de agua y se lo coloca en la cintura. Él la besa de nuevo con tanta ternura, que tanto ella como él, se estremecen de pies a cabeza. La tiene que sujetar, porque presiente que le flaquean las piernas. No tienen que decirse nada, tan solo se miran, con eso basta. Después, muy despacio y como si se tratara de un rito, de nuevo le cubre el rostro con el velo.
El soldado, lentamente se retira y acercándose al caballo, coge las riendas y monta en él y muy despacio, se va perdiendo entre la espesura del bosquecillo.
Como si le costara apartarse del entorno, comienza a subir muy lentamente el atajo que le llevará de nuevo al castillo. Antes de llegar de vuelta a la cueva, "·Cava la Sultana", pasa frente a "Angelillas la loca", como la llaman en el pueblo. Sigue adelante sin decir nada. Angelillas la loca, se restriega los ojos, creyendo que ve una aparición.
Cuando Angelillas la loca, baja al pueblo, llega a la taberna y después, va a la plaza del ayuntamiento. A todos cuenta lo que ha visto en el castillo: "Si, es una mora muy elegante, igual que una princesa y además, llevaba un cántaro a la cintura".
Como siempre, los habitantes del pueblo, se ríen de ella y la convidan a vino, para poder mofarse a sus anchas de la pobre mujer. Luego, en la plaza del pueblo cuando habla, sentada en un banco hay una señora, con abrigo de paño algo deslucido y pelo recogido, que la escucha con especial atención y dulce sonrisa, que se desvanece en el aire frío de invierno, junto a un suspiro muy hondo y helado, que a los habitantes de aquella plazoleta, les ha hecho estremecer. Después, se levanta y dirigiéndose a Angelillas la loca, le dice: "Angelillas, que sabrán estos de historia, de amores en esas murallas y piedras viejas, que sabrán. Anda, vamos a tomar una sopa caliente en mi cocina y mientras tanto, te voy a contar la historia de una mora y un cristiano, que todavía tienen amores, allí donde tú ves a "Cava la Sultana".

nani. Octubre 2007


viernes, 5 de octubre de 2007

¿CREES EN LA GENTE WÜENA?

Después de haber sufrido una batalla campal con los virus informáticos y los virus corporales, vuelvo a actualizar este bloc:

Y de nuevo como tengo por costumbre de vez en cuando, (con el grandísimo atrevimiento por mi parte y muchísimo respeto, como siempre digo), homenajeando a mi poeta de guardia “GLORÍA FUERTES”:
¿CREES EN LA GENTE WÜENA?
¿Que si creo en la gente buena?
Claro que creo hijo,
sólo que a veces,
a puñeteros ratos,
porque esa buena gente
me duran un día,
un soplo o un canto,
cuando les estoy tomando el saborete,
se los lleva el aire por flacos... ¡de espíritu!
o los arrastran los cielos
¡dicen que son las flores,
que rellenan sus campos!,
o me los adormece la sociedad,
con el gerundio de verbo prometer,
con su alucinógenos y sus oropeles,
y se me ponen mustios, marchitos o ajados,
y lloran...
lloran a derecha y a izquierda,
de frente y en la postrera,
se me pierden por los caminos de niebla,
en el humo de la dormidera
y en las falsas pisadas
que les vamos señalando.
(¡Y como no... en gerundio!).

..... como creo hubiera dicho ella por estos días, de haber estado aquí entre nosotros.

Nani. 5 de Octubre de 2007.


domingo, 30 de septiembre de 2007

COSAS DE CASA


Ahora le decía que necesitaba el teléfono móvil. Desde que su trabajo lo ejecutaba en las horas de la madrugada, ella no paraba de darle la lata. Él, empezó a concederle algunos gustos, que en el fondo le parecían caprichos, pero como le hacían sentirse más segura..., total, pudiera tener razón. El niño podía enfermar o ella tener miedo y si le llamaba, sentirse mejor.
En su trabajo, el timbre del teléfono no podía sonar. Tuvo que buscar un móvil bien sofisticado, que parpadease y fuera muy visible, en aquella sala repleta de otros sonidos y distintos focos y luces.
Al principio le hacían gracia sus mensajes: "Joselete, la cama está calentita y me he puesto ese picardía de color..., remataba la frase con puntos suspensivos. Más tarde, recibía otro: El color es ese que a ti tanto te gusta, ¿te acuerdas? Otras veces, el mensaje decía: Me he puesto ese perfume que..., y de nuevo los puntos suspensivos".
Empezaba a desconcentrarse y a perder los papeles, hasta el punto que, el compañero debió llamarle la atención. Pensó dejar el móvil en el maletín, pero lo necesitaba, casi le estaba creando dependencia. Aquellos mensajes, le ponían la adrenalina disparada. Aquella lucecita parpadeante, le ponía el corazón en la garganta. Cuando terminaba, a eso de las cinco treinta, cogía el coche como un descosido y carretera adelante, salía zumbado. Cada día, necesitaba volver a casa más a prisa. La necesitaba a ella. Necesitaba aquel perfume mezclado con su piel. Aquel color, que cada vez se hacía más calor. Un día, se saltó un semáforo y no pasó nada, gracias a Dios, pero otro día, por pocas arrolla a la viejecita del carrito cargado de sus pertenencias. Y al chico de la moto, que susto pasó. Igual que el día del Mercedes rojo, que salió a todo trapo de una calle, sin hacer el stop. Y que le estuviera pasando a él. Un hombre metódico, ordenado, responsable... Pensaba todo esto mientras conducía. Hoy hablaría con ella, le pediría que no volviera a ponerle mensajes. Le diría que no volvería a llevarse el móvil, que no podía con todo aquello, que estaba al borde del infarto, que necesitaba todo su cariño y toda aquella pasión, pero que no podía seguir con ese nerviosismo. Que necesitaba estabilidad en su trabajo y que muchos días, cuando volvía a casa, en más de una ocasión, estuvo a punto de tener o provocar un accidente. En este punto estaba, cuando se levantaba la persiana de la cochera de la casita que tenían a las afueras de la ciudad. Al bajar del coche, tropezó con un cartel que decía: "Sube, te espero. La puerta está abierta, no des la luz, la sorpresa será hermosa, estoy, en..., y de nuevo los puntos suspensivos".
Esto es el colmo, se decía. Y además la puerta abierta. Se está volviendo loca.
Mientras subía las escaleras de dos en dos, algo le parecía anormal. Las luces estaban encendidas. Se escuchaba un sollozo y había algo rojo en los peldaños cercanos a la habitación del niño. Se precipitó en ella: "Pobrecito, está dormido, que sabrá él de estas locuras", pensó.
Corrió hacía la salita. Allí estaba ella, embutida en aquella bata hortera que le había regalado su madre y que a los dos les ponía de los nervios. El pelo alborotado, la cara manchada de rojo. Un hilillo de sangre le caía por la sien izquierda. No percibió su entrada. Lloraba con la cara entre las manos. Cuando le vio, se precipitó en sus brazos. A él la confusión, el asombro y el miedo casi le paralizaron. Cuando pudo reaccionar, le pidió que le contara que pasaba. Ella, tan solo le dijo: "Perdóname, he sido una inconsciente y una atrevida, dejé la puerta abierta y entraron a robar. Quisieron entrar en la habitación del niño, pero lo impedí aunque me golpearon. No consiguieron nada, porque les amenacé con esta pistola, la compré para nuestros juegos. Hoy quería que todo fuera distinto. No es de verdad, pero al menos me ha servido para defenderle. Ahora me doy cuenta de que he llegado demasiada lejos con mis fantasías".

nani. septiembre 2007.
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miércoles, 26 de septiembre de 2007

ES OTOÑO, ¡QUÉ TIEMPO MÁS BONITO!


(AQUÍ DEBAJO, SE ESTÁ MU AGUSTICO, JEJEJEJEJ)


El sol cálido del atardecer otoñal, es bastante agradable y me permite contemplar plácidamente, el entorno desde estas alturas.
Las nubes grisáceas y blancas, empiezan a ocultar un sol algo tristón, al que se le adivina una nostalgia, por el verano recién terminado. Desde su altura, echa en falta a la golondrina cantarina, el rojizo atardecer y la luminosidad del horizonte.
Los campanarios de las iglesias, no brillan de igual forma, ni las cúpulas de los edificios de la calle principal, están igual de relucientes.
Allá a lo lejos, la oscuridad de la "Parapanda", presiente la nieve que la cubrirá dentro de unos días y que le anuncia, su hermana mayor "Sierra Nevada", con el aire fresco que le envía a ráfagas.
Los cerros de los olivos, ya van adquiriendo ese color característico, con el que recuerda a los habitantes del entorno, que hay que buscar la vara, los fardos y las espuertas, la recolección de la aceituna se aproxima.
La "Ciudad de la Luna", está más opaca y solitaria y el entorno del cerro de "Fátima", se está poniendo de un color ocre y gris oscuro, síntoma lógico, de que los almendros y las higueras, dieron su fruto. Al cerro de "San Marcos", lo cubre un manto blanco, anunciando un fuerte alubión de agua que tanto agradecerán, estos campos y veneros.
La "Fortaleza de la Mota", en su cerro al frente, se está entristeciendo poco a poco. Detrás, se va ocultando un sol cada vez más frío y los cipreses que coronan dicha fortaleza, se estremecen con el frío viento, que le envía la hermana, sierra granadina.
Ya, las palomas, los estorninos y los gorriones, se están recogiendo en sus nidos. Todo se va quedando gris y triste. Las nubes se unen unas a otras y con el último rayo de sol, empiezan a caer una gotas de lluvia, que alegrarán a la tierra seca por el estío.
El reloj de la torre del ayuntamiento, me devuelve a la realidad y me recuerda, que debo bajar de estas alturas paisajísticas y soñadoras.
El viento y la lluvia, me han calado, Hay que buscar el calor del hogar. El otoño, se ha hecho palpable. El otoño, ha llegado a un "Paisaje andaluz".


nani. Septiembre 2007.








lunes, 24 de septiembre de 2007

UN AMOR COBARDE


Mientras ordenaba la pequeña cocina, pensaba en los acontecimientos de los últimos años. Siempre se veían en una habitación del hotel Central de la ciudad. Ella recibía un mensaje en el teléfono móvil: "Cariño, te espero hoy a las seis de la tarde. Donde siempre, por favor, no me hagas esperar te necesito.
Siempre ocurría lo mismo. Ella salía del trabajo una hora antes. Nunca le pusieron objeción alguna, ya que esa hora la recuperaba cualquier otro día. Nunca tuvo prisa, a excepción del día que él la llamaba. Nadie la esperaba, ni tenía que dar cuentas a nadie.
Sin embargo, cuando llevaban un año de verse de esta forma, él le confesó que estaba casado, que quería a su esposa y que tenía dos hijos.
A ella no le extrañó, algo en su interior le decía que no era muy normal su comportamiento, pero todo fue tan..., tan de aquella manera, fue sucediendo todo.
Ella trabajaba en la inmobiliaria desde que terminó auxiliar administrativo. Encontró pronto trabajo y alquiló un apartamento. En un principio vivió con unos familiares, que aunque les quería y la trataban bien, no era su casa y tenía ganas de independizarse. Poco a poco, consiguió piso propio, después lo amobló a su gusto, llegando a vivir cómodamente, pero claro está, sin derrochar su sueldo.
Cuando le conoció en la oficina, le pidió una salida al termino de la jornada. Después fue una cena y poco a poco, las confidencias, la necesidad del uno y la otra, y....
Ella le ofreció el pisito y en este punto fue, donde comenzó a extrañarse: "¿Por qué a un hotel y a su piso no?" No quiso escuchar su conciencia y acalló sus temores, que al cabo de un año se confirmaron. Cuando le confesó su situación, la dejó elegir a ella: "Si tu quieres seguimos, yo te quiero, pero no me pidas que deje a mi familia, porque les necesito tanto o igual que a ti". Eso le había dicho y entonces ella cayó, no dijo nada, de todas maneras, no creía hacer daño a nadie. Sólo se veían cada dos semanas, aunque la verdad era que no sabía estar sin él.
Ahora habían pasado tres años desde que se conocieron. Hacía seis meses que su mujer se enteró de la relación y tuvieron que dejarlo. Las cosas se habían puesto bastante mal desde entonces, - le dijo.
Y hoy recibe otra vez el mismo mensaje de siempre: "Cariño, te espero a las seis de la tarde donde siempre, por favor, no me hagas esperar, necesito verte".
Termina la cocina muy lentamente y muy pensativa. Esta tarde no va a la oficina, la pidió libre al descubrir el mensaje.
Se hace un café y se sienta en la salita. Coge una caja de madera de estilo sefardí que heredó de su madre y de ella saca, un tocho de cartas cogidas con una cinta. Empieza a leer aquella en la que le había escrito versos como estos:
Cuando tengo sed,
me bebo tus besos.
Cuando tengo hambre,
me sacian tus manos.
Cuando te añoro,
te busco en mis sueños.
Cuando te recuerdo,
te noto a mi lado.
Complementas mi vida,
como el rocío a la flor,
como la lágrima al llanto,
como la miel a la vida,
como la lluvia al campo....
Le había escrito muchas cartas desde distintos sitios. Viajaba bastante y en las noches de soledad del hotel, le escribía poemas, luego cuando ella los recibía, se sentía la mujer más dichosa del mundo. Nunca ella le pidió más, siempre se conformó con este amor, que era como el Guadiana, había semanas que aparecía y otras que no. Después, desapareció del todo y hoy de nuevo resurgía.
Cuando recibió el mensaje, se fue derecha a la carpeta de cartas y escribió: "Mi Guadiana querido, no iré al hotel, ya sabes donde vivo. Sabes que siempre he entendido todo, o casi todo, pero la injusticia no me gusta. Ahora eres tú el que decides. No iré esta tarde al trabajo".
Metió la carta en un sobre a juego, puso su nombre, lo cerró y lo metió en el bolso. Al pasar por el hotel, lo dejó en consigna, diciendo: "Por favor, no deje de entregarlo al Sr. Martínez".
"No se preocupe Sta. Laura, - le contesta el encargado -, tiene aquí la llave de la habitación y tendrá que pasar a recogerla".
La despertó un portazo en algún piso del bloque. Miró el reloj, eran las diez de la noche. Recogió las cartas que volvió a guardar en la cajita de madera, se lavó la boca, se puso el pijama y se fue a la cama con una paz, que hacía mucho había dejado de sentir. De nuevo era libre. Dolía un poco esta libertad, pero, ¿quién ha dicho que no sea dolorosa la libertad? ¿Quién ha dicho que no duela dejar en el camino, parte de tu ser, de tu vida, de tu yo, que se va quedando por avenidas, cafeterías, por el aire, por los paseos, por todo el transcurrir de una existencia? ¿Quién puede hablar de dolor ajeno?.
nani, septiembre 2007.