Por fin había encontrado el establecimiento que vendía aquel artilugio que tanto necesitaba y que la temporada pasada tuvo que jubilar por no dar ya más de sí mismo. Se trataba de un aparatejo que ni sabía su nombre, pero que en la temporada de la recolección de la cereza, era sus pies y sus manos cuando llegaba el momento de quitar los huesos a tan apreciado fruto. No era ni eléctrico ni demasiado sofisticado, manual y bastante lento, pero había sido lo único encontrado en el mercado, que no estropeaba el fruto al mismo tiempo que deshuesaba la cereza que para ciertas confituras, jaleas o licores era imprescindible hacer.
Lo había visto anunciado en un catálogo de esos que dejan en los buzones y que normalmente va a la bolsa del reciclado de papel, pero que por no se sabe que razón, se le había quedado en las manos cuando con prisas recogió las cartas del banco y todos los demás anuncios y entraron con ella al servicio donde aprovechó para hacer el apartado de cartas servibles y las que no. Como solo había tenido un sobre y aquel catálogo, mientras terminaba sus necesidades le echó un vistazo a aquello que además sabía no compraría nunca, hasta que su vista se detuvo en el artilugio que le iba a salvar la vida.
Y allí se encontraba, en la dirección que le indicaba aquel catálogo, empujando un carrito de compra y mirando estantes atiborrados de género seguramente venido todo él de China o Corea.
No solía entrar en este tipo de establecimientos ya que le dolía pensar que eran objetos fabricados por niños o personas a las que se les explotaba de manera inhumana, pero he aquí que alguna vez se cae en la tentación y se guardan los prejuicios en el bolsillo del pantalón y además, bien escondido para que el remordimiento no haga demasiada pupa.
Cuando se acercaba al lugar del menaje de cocina y hogar, vio su adorado artilugio, le miró el precio y como pensó que no era excesivo en vez de coger un artículo, fueron tres los que puso en la cesta. Sabía que de darle otra tunda como la del año anterior, si no acababa de la misma forma sí terminaría semijubilado y no pensaba pasar otra irritación como la de los últimos días que casi debió hacer la tarea sirviéndose de la puntilla y mucha habilidad en sus dedos.
Cuando terminó de poner el trío en la cesta y como no pensaba adquirir más objetos en el establecimiento, terminó el largo pasillo para dar la vuelta y salir al paralelo e ir a la caja y abonar el importe, cuando se dio cuenta que se hallaba en un laberinto que no tenía salida posible, si no hacía el recorrido por un lugar tenebroso que le indicaba una flecha con la palabra “SALIDA”. Recordó los relatos a los que tan aficionada era y que acababan en otra dimensión, o los de Deutsch. Lo cierto es, que en su casa la buscan desde hace ya más de una década.
Nani. Junio 2010.