Imagen recogida en la red
Cuando
voy para el trabajo o a otro menester, siempre le encuentro ahí. Le doy los buenos
días o las buenas tardes y no me contesta. Ni levanta la vista del punto en el
suelo que mira, si no es que mantiene los ojos cerrados. Creo que ya
por su edad no me escucha, o bien a estas alturas no le merece la pena ni
responder, porque sus pensamientos lo ocupan de manera que distraerse le hace
perder minutos que necesita antes de su partida, o igual tiene recuerdos tan
bonitos que observando cómo van surgiendo los acontecimientos de nuestra era,
no le interesa en absoluto levantar la mirada o hacer el mínimo esfuerzo.
Me
llama la atención cada una de sus enormes arrugas en ese rostro marcado por la
vida y la lucha en la faenas del campo y al aire libre. ¡Cuánto habrá arado con
ayuda de su yegua, en esa era ya destrozada y donde ahora hay una piscina!
¡Cuántas haz de paja habrán atado sus manos ahora temblorosas, y cuántas
pleitas habrá confeccionado en los días de lluvia a la luz del candil! Su vida
debe haber sido tan intensa y le habrá dado tantos momentos sencillamente…,
sencillos e intensos, que no cambiaría nada ¡ya pudiera caerse el sol a sus
pies! No le interesa variar la postura que tiene día tras día sentado en su
silla de enea, con las manos apontocadas en la vieja garrota que motivo más, fue
de su padre y le da el aliento que ya le va faltando.
Me
quedo con ganas de hacerle una foto para guardar el recuerdo y los sentimientos
que me produce verle, pero creo que sería faltar al respeto a esa sabiduría,
esa reflexión continua y a la intimidad que intuyo al pasar a su lado. Esa
fragilidad podría romperse con el clip del disparo de mi cámara y prefiero que
siga en su pequeño o gran mundo, donde debe habitar un alma enorme que sin
querer, se va apagando como la luz del candil que utilizó los días de antaño.
Nani.
11 julio 1017