Habría cogido alguna vez
un hilván, dos y
hasta cincuenta. Siempre que se necesitaba agrupar enseñanzas y compartirlas,
distribuirlas como si fueran sueños llenos de sabiduría. Llegar a clase todos
los días con una carga de comprensión, recibir a los niños como esponjas ávidas
de sabiduría, regarles con delicadeza y amor, obsequiarles con una sonrisa y
después, enseñarles a coser todo lo aprendido, letra a letra, sílaba a número,
hasta conseguir un poema, un relato o una ecuación. Lo importante sería
hacerles soñar, vivir y subir cada día un peldaño que les convirtiera en
personitas bordadas a fuego.
HILVAN-ANDO
Habría cogido alguna vez
un hilván que se repetiría
cada vez que en las diligencias, se
descosiera o se frunciera como un acordeón. Era algo que deseaba enseñar
a los jóvenes por si alguna vez necesitaban sujetar un falso, las hojas que
componían un poemario o los sueños que se quedaban atrapados por las bisagras
de las puertas e incluso, entre pestaña y pestaña. Hilvanar o rebobinar, era
tan preciso en un taller de costura, como en los entresijos del que comenzaba a
subirse al carro.
Nani.
Enero 2019