Baños de caballeros del Museo del Chopo en México.
Cuando
iba a la capital con mi abuela para acompañarla en sus visitas médicas, era un
gozo que me llevara a tomar aguas de distintos tipos, me comprara algún chicle
de aquellos que a los cinco minutos sabían a rayos y que por supuesto, nos
desplazáramos a la plaza en el tranvía que destartalado, recorría las calles
más emblemáticas. De esa manera Íbamos principalmente, para visitar los váter
públicos regentados por una ancianita que los tenía relucientes y oliendo a
legía pura. ¡Las necesidades fisiológicas, no hay quién todavía las haya
disimulado o eliminado de nuestras vidas!
Cuando era pequeñito, entraba a los urinarios
de señoras con ella y siempre me pedía que no me rozara con el sanitario, ya
que podía coger algún bicho de esos que hacían que se murieran las personas o
aquellos, que al ser mayor evitaba poder tener hijos, ─me decía. Después cuando
me hice más grande, me daba vergüenza entrar al de señoras y comencé a hacerlo
en el de hombres. Tras todas sus recomendaciones y su desconfianza, conseguí
hacerlo en la parte contraria. Era un poco extraño orinar con señores mayores y
también, con cierto pudor porque sentía tras la puerta la mirada de mi abuela
que protectora, esperaba que saliera enseguida y por supuesto, sin que me
escuchara intercambiar alguna palabra con el señor que estuviera a mi lado. Por
supuesto ni le miraba, por si pensaba que pudiera estar fisgoneando, ¡nada más
que pensarlo, un color me venía y otro iba. Ufff!
Pasado
el tiempo y en una excursión a la capital con el colegio, fuimos a uno de esos
servicios públicos y lo que nos encontramos fue algo muy extraño. Decían que
todo había avanzado. Ya eran algo más sofisticados llevando incorporado un
artilugio que contenía agua, para que arrastrara los meados y todo lo que allí
se depositara. Pero lo que más me llamó la atención, es que había un angelote
como los que hay en las fuentes, indicando que era lo que se iba a hacer en
aquel lugar, por si alguien no lo entendía bien, supongo, pero lo que me
extrañó sobremanera fue la lista de nombres (se ve que había un número de
socios), todos orgullosos de ser habituales, aunque lo que definitivamente no
entendí para nada, era la necesidad de unos agarradores que había entre un
sanitario y otro, si allí solo se orinaba y lo de hacer necesidades mayores era
impensable en un sitio tan alto y con dicha forma, ¡lo digo por si servían para
hacer fuerzas! Nunca conseguí entender aquel club de señores y por supuesto, nunca
hice el propósito de formar parte de ese
lugar, club o lo que fuera aquello tan extraño.
Nani. Noviembre 2021