Relato publicado en la revista Nº 2 "Pansélinos", En el enlace siguiente podéis leerla:
https://drive.google.com/file/d/1yr27JhWq3kkZklX7KKgRBtDoL4k72qHl/view
Nací
en una época dura, pero gracias a la familia, se suavizaban las carencias y
todo lo que una situación semejante, acarrea. Recuerdo que los bocadillos de
los niños, cuando salíamos a la plaza a jugar, nos sabían a gloria. El pan con
aceite y azúcar el día que lo había o ese pan con manteca de la matanza, eran
manjares de los dioses.
Luego,
cuando volvíamos a casa mientras mamá preparaba las acelgas de la cena con unos
ajitos, para que estuvieran más sabrosas; pedíamos a papá y mamá que nos
contaran que les pasó, mientras eran jóvenes y la guerra les hizo vivir miedos,
estallidos de bombas, carreras hasta el sótano cuando lo había o aquellos
refugios improvisados que sus padres hicieron, para protegerlos en mitad de lo
que había sido campo y siembra, aunque según nos contaban, lo pasaban mucho
peor los familiares que vivían en el pueblo o las grandes ciudades que eran el
objetivo de las bombas.
En
particular me gustaba la historia de tío Juan, que fue cabrero hasta en los
momentos más difíciles. Procuraba ir con las cabras, por los lugares donde
había cuevas en los mismos tajos que rodeaban el pueblo y que le protegían en
momentos de peligro, como cuando los aviones llegaban con una nueva carga de
bombas que dejaban caer a diestro y siniestro. Esas cuevas siempre se habían
utilizado para guardarse del calor, frío y lluvia, pero en aquellos momentos,
eran su mejor refugio ante los desastres de la horrible guerra. Además, no
quería alejarse demasiado. Dejaba a sus padres y hermanos en el pueblo, a
merced de todo lo ruin que estaba sucediendo. Su misión era alimentar el ganado
y gracias a su labor, había leche para los niños, abuelos y el alimento no
faltaría a los lugareños; siempre podrían recurrir a un cabrito si no había
otra cosa. El tío Juan, llevaba el
ganado a pastar por las encinas y las hierbas que crecían a desmadre, ya que
los campesinos que podían labrar la tierra, estaban todos en el frente;
creciendo las hierbas a su antojo, así como las zarzas y matojos, que las
cabras ayudaban a que no crecieran demasiado, limpiando caminos y al mismo
tiempo, consiguiendo alimento y buena leche. Los días que podía llevarlas a los
tomillos, la leche tenía un aroma y sabor especial, ese que tanto gustaba a los
abuelos y no tanto a los niños. Para los mayores que estaban protegidos y que
sus piernas no le permitían salir a campear a sus anchas (podían llegar los
bombarderos y no les diera tiempo a refugiarse), al menos les llevaba el sabor
de todo lo que habían vivido cuando había libertad y alegría para sembrar,
recoger e ir con el ganado a campo abierto, sin dificultad y con la lucha del
día a día, que no era la que esos tristes años de conflicto, vivieron y
sufrieron.
Más
tarde nos contaba padre con lágrimas en los ojos, que hubo mucha miseria, mucha
hambruna y mucha falta de todo, ¡hasta de cariño! Porque al que no le faltó un
padre, fue un hermano o varios y siempre terminaba diciendo que todo esto que
nos contaba no debíamos olvidarlo, porque si se olvida, es como si no hubiera
sucedido y se podría repetir y esto era algo que todos debíamos tener siempre
presente.
Esta
parte era la que menos me gustaba, no por lo que padre expresaba, sino por
verlo tan triste y por saber que escondía demasiado dolor en su pecho.
Mientras
escuchaba las historias de padre, madre cocinaba y a veces la vi limpiarse con
la manga unas lágrimas silenciosas que intentaba disimular.
Ahora,
cuando veo los informativos o las discusiones de algunos políticos, me pregunto
si alguna vez le contaron sus padres algo parecido o si ellos no tuvieron
dificultades, porque de lo contrario, se abrazarían en lugar de insultarse, se
respetarían y procurarían que todos los desvalidos de la tierra, tuvieran lo
que les corresponde en lugar de pensar en hacer armas, misiles y lugares de
exterminio. A veces, con todo el dolor pienso que en lugar de corazón tienen
una piedra que ha ido rodando río abajo e incluso, hasta puede que esté tan
desgastado que ni sienten, ni padecen. A veces dejo de creer en la humanidad,
porque no tiene sentido que haya guerras, hambre, refugiados, xenofobia y todo
lo que es ajeno a lo que se entiende por humanidad.
Pero
eso lo pienso a veces, ya que sigo creyendo en el ser humano, en la fraternidad
y sobre todo, en el amor. Una vez me dijeron que el ser humano es como un
granito de arena. Todos esos granitos forman dunas y el ser humano, si se coge
de la mano, hace vida, sonrisas y grandes dunas. Solo que como no les gusta
hacer ruido, es como si no se les viera. ¡Pero están para dar! y eso es otra
cosa que tampoco se percibe.
Nani. Abril 2022