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Aquella
casa que decían estaba embrujada, era de los señores del pueblo.
Todos
los niños deseábamos entrar a verla. De boca en boca, o de boca en oreja (como
parece es más correcto) se corría el bulo o la certeza de que no le faltaba de
nada, ni siquiera misterio.
Cuando
pasábamos para ir de vuelta del colegio, los chicos más osados se atrevían a
saltar la verja y mirar por los ventanales. Husmear en el cobertizo y hasta en
la cochera, pero nunca encontraron nada raro, ni brujas, hombres lobo o niños
monstruo.
Tan
solo Pedrito que era muy atrevido, un día se tropezó con la anciana que
habitaba la casona. Ella le amenazó con denunciarlo a la policía, si volvía a
saltar. Aunque ahora que ya soy mayor, creo que lo hizo para que no volviera a
repetir el salto, ya que era peligroso e incluso en una ocasión se dislocó una
mano.
Cuando
paso y veo las enredaderas y las hiedras que tapan fachada, ventanas y casi
todo el edificio, dándole un aspecto tenebroso, frio y aterrador, sigo con el
mismo deseo de adentrarme y averiguar si de verdad hay algo extraño en la
casona.
Me
contaron mis padres cuando estaba estudiando en la ciudad y volví en unas
vacaciones, que encontraron en el jardín casi desfallecida, a la anciana del
lugar y que días después falleció en el hospital, tan sola como había vivido
siempre. Su abogado y servicio, cerraron pasados unos días la casona y ahí
sigue tal cual, solo que, con más misterio, más tenebrosa por la dejadez y
bastante más atractiva para mí, que he sido siempre curiosa por naturaleza.
Un
día de los que hacía mi ruta matutina en bicicleta y me dirigía al gimnasio, al
pasar delante de la casa de mis desvelos, vi como la puerta de la verja estaba
abierta y me invitaba a pasar.
Dejé
la bicicleta apoyada en los hierros y me adentré como poseída por algo que me
impulsaba, sabiendo que estaba profanando una vivienda que no era mía, ni había
sido invitada a adentrarme primero en el jardín, más tarde y con cierto temor,
empujé la puerta de entrada que también cedió a mi requerimiento.
El
recibidor estaba polvoriento y olía a rancio. Me paré para ver por donde seguía
husmeando y decidí adentrarme en la salita de la derecha. Era muy coqueta y
acogedora, a pesar del polvo que cubría muebles y mesita. Sobre ella, había un
libro que recordé haber leído de jovencita. Se trataba de una edición de Tom
Sawye, muy antigua pensé al observar la portada, con letras plateadas
incrustadas en el lomo. Tenía un marcapáginas marcando la página nº 15. Estaba
dibujado a mano con una dedicatoria que decía: “A mamá la más bella de las
bellas y las más dulce de todas”.
Al
observar estos detalles, la inquietud que tenía al principio se fue disipando. Cerca
del libro, había también una tacita de té posado en un platito a juego, con
motivos florales, rosas y azules y dentro de la tacita, una cucharita debía de
ser de plata, porque estaba ennegrecida por el paso del tiempo.
Todo
en aquella habitación, parecía detenido en el tiempo.
De
pronto me estremeció un ruido, que no fue ni más ni menos que el cierre de una
puerta ocasionado por la corriente de aire, con el consiguiente sobresalto que
me erizó el vello.
Miré
a todos lados porque el impacto me inquietó, pero pronto me aseguré que por mi
descuido y haber dejado la puerta abierta, estas cobraban vida propia.
Salí
otra vez al recibidor y pude comprobar efectivamente, que la puerta se había
cerrado y no le di la menor importancia.
Como
estaba en la casa que siempre me había fascinado, decidí subir las escalitas de
mármol blanco y haciendo los ademanes de una gran señora ataviada con
miriñaque, comencé el ascenso sin importarme que estaba allanando una propiedad
ajena.
El
primer rellano se dividía en habitaciones a derecha e izquierda. Me encaminé
hacia la izquierda. Una puerta estaba entornada llamándome la atención. La
empujé y pude observar que era un dormitorio de chica, ya que había muñecas,
decoración muy femenina y sobre el tocador, espejitos, peines, cepillos de pelo
y cajitas de música. La cama estaba cubierta por un edredón a juego con las
cortinas y sobre dicho edredón, una caja con cartas y un cuaderno, dando todo
ello la impresión de haberlo dejado allí por un descuido o un momento de
apresurada prisa. Pienso que el libro de la salita bien pudo ser de la chica
que habitó esa habitación.
Una
vez se escuchó que los señores perdieron una hija jovencita. Había ido a
recoger fresas, pero la encontraron ahogada en el rio.
En
ese instante comprendí la soledad de los habitantes y el descuido de la casona
que los acompañó hasta el final. Pero no encontré nada de casa embrujada o
extraña. Soledad y amor desgarrado, nada más y nada menos era lo que allí se
respiraba.
Me
di la vuelta, sabiendo que ya no debía escudriñar más sobre los habitantes que
residieron en la casona.
Emprendí
la bajada y me pareció ver como una sombra iba de un dormitorio a otro. No me
afectó en absoluto, sino que consideré que me estaban despidiendo y bajé con
tranquilidad, deseando que todos en el lugar que se hallen, tengan la paz que
no consiguieron en los días que allí vivieron.
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Nani.
Julio 2023