Lo que hace que escribamos es en parte nuestra mirada sobre los hechos y las cosas, vemos más allá de donde se posan nuestros ojos, como decía el escritor Antonio Tocornal hace unos días «La literatura nace, estoy convencido, de una perversión de la mirada».
Hoy quiero confrontaros con vuestra propia mirada, con este autorretrato —precisamente— de Luka Khabelashvili. Miraos hacia dentro y decidme, pervirtiendo la mirada, ¿qué veis?
Solía ser de los mirones del pueblo. Lo aprendí de mis tías que fiscalizaban a todos los vecinos tras los visillos, mis abuelos y también mis padres. La verdad es que éramos bastante cotillas y poníamos de vuelta y media a todos los que pasaban por delante de nuestras casas. Cuando fui mayor y me tocó a mí ser el criticado, entendí que aquello que hacíamos era muy feo y poco humano, a mí me dolió como si me hubieran rasgado el pecho con un cuchillo. Nunca pensé en el daño que podíamos hacer con la lengua, la mirada o simplemente con el pensamiento, por ello y tras reflexionar, lo expuse a la familia. Algunos lo entendieron, otros pensaron que eso era lo que se hizo siempre, y que no se hacía mal alguno. Ni se lastimaba a la persona, ni se robaba, ni se hacía nada del otro mundo, eran palabras y solo palabras que posiblemente se la llevaba el viento, me dijeron. Pero no, no se las llevaba el viento y sí que se lastimaba el alma de quien en ese momento tocaba. Y sí se robaba su paz, su reputación y todo lo que se pudiera antojar a la persona que decía cosas que no eran o no sabíamos la razón o el porqué de la actuación de los otros. ¡Qué triste que no lo pensé hasta que no me tocó en mi propia carne!
Desde entonces, soy yo el que me miro por dentro y he encontrado un estercolero, que me va a costar limpiar, pero que con empeño sé que lo conseguiré. Y, sobre todo, he aprendido a no decir nada de otra persona, porque lo que hacemos es como un búmeran, se nos vuelve siempre en nuestra contra y nos da de lleno en la cara.
Nani,
junio 2024