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de la estadounidense Brooke DiDonato
Cuatro
huevos, trecientos gramos de harina, ciento setenta y cinco gramos de azúcar,
un sobre de impulsor… Sí, esta vez iba a probar el famoso impulsor que se vende
en la página de María Topitos y que se ha impuesto por encima de los que se comercializan
en los grandes centros comerciales y comercios alimenticios. Según la
publicidad lanzada, es un impulsor sin aditivos ni conservantes y el mejor por
el momento para hacer un bizcocho esponjoso y nada parecido a los conocidos,
hasta el momento. He separado las claras de las yemas, he montado las primeras
a punto de nieve con su pizca de sal para que no se bajen, he añadido el resto
de ingredientes con el mayor amor y delicadeza y, por último, el famoso entre
todos los de su clase. Iba a comprobar si merecía la pena cambiar por el de
toda la vida o si ya, cambiaría para el resto de mis jornadas reposteras.
He
metido en el horno previamente calentado, mi preparado y estaba deseando probar
mi famoso bizcocho. Ese que a mi cuñada vuelve loca, a mi marido le tengo que
esconder y a mis hijos los tienta a pesar del régimen que llevan a rajatabla.
Después de los treinta y cinco minutos o cuarenta que suele tardar en hacerse,
lo he dejado atemperar para desmoldar y no me he podido resistir. Está
esponjoso y en su punto. Desde luego que la primera cuña ha sido para mí, pero
hete aquí querido lector, que me encuentro creciendo y creciendo y mi cabeza ya
tropieza con el techo, así que no sé si repetiré la próxima vez o deberé abrir
los techos para poder vivir en mi casa de toda la vida. Aunque esperaré a ver
si pasada la digestión, menguo hasta volver a mi tamaño de siempre, porque la
verdad, es que esto no pinta muy bien que digamos, aunque el bizcocho está de
muerte.
Nani,
marzo 2025