Este relato lo quiero dedicar a esos tres pescadores fallecidos y los cinco desaparecidos que han quedado en el mar de Barbate. A veces no le damos importancia a esos espetos de sardinas que nos tomamos en la playa, y que no han crecido en una mata como los tomates, sino que los han ido a pescar unos señores, que a veces se quedan allí dentro del mar. Por supuesto también, a todos los que en su puesto de trabajo se queda, y que nunca es valorado, como le suele pasar al "prota" de este relato.
Se acostó con el pensamiento de caminar por aquellos andurriales, que de pequeña recorrió con sus padres y hermanos. En estas vacaciones, había decidido que haría un huequecillo para llevar a cabo estos paseos, que tanto añoraba. Siempre que volvían al pueblo, se pasaban los días en un abrir y cerrar de ojos, visitando a los familiares, saludos callejeros y comidas con los amigos y en esta ocasión, no estaba dispuesta a quedarse con las ganas.
Se despierta temprano y se lo propone a su marido: “Juan, ¿te vienes a dar un paseo por el campo?”.
“¿Estás loca? Son las siete de la mañana, bastante tengo con madrugar todos los días, ahora estoy de vacaciones”, - y dando media vuelta, sigue durmiendo.
Ella, con sigilo se desliza de la cama, se va al baño y se asea. Se pone un pantalón corto, una camiseta de algodón, sus deportivas y sale a la calle.
Siempre le gustó el aroma mañanero del pueblo. Olía a pan recién cocido, harina tostada, a tortas de manteca con cabello de ángel, a caramelo recién derretido, a canela, ¡a pueblo!, - se decía a sí misma -, mientras se adentra en el campo, donde se mezclan estos aromas con el tomillo, la manzanilla, el romero, la hierba mojada de rocío y que a la vez, le humedece los tobillos.
Todo esto, le recuerda tantas cosas, que ensancha el pecho con tal fuerza y aspira tal cantidad de aire y con tanta satisfacción, que casi se marea. Se detiene un momento para recuperarse. Después, los pasos la llevan hacía la alameda. Este era el lugar predilecto de sus padres, ya que podían jugar sus hermanos y ella, sin peligro alguno. Mecánicamente, hace los mismos movimientos que en otros tiempos hicieran sus padres. Se acerca al arroyo, se sienta al filo, se quita las deportivas y mete los pies en el agua. ¡Uf, que fresquita!, - dice.
Por inercia, se tumba para ver pasar las nubes por entre las copas de los álamos. No sabría decir el tiempo que pasó en esta postura. La devuelve a la realidad, el balido de una oveja. Se incorpora asustada y observa, como la alameda se va poblando de animales. El olor es el característico. Al principio duele la nariz, aunque se acostumbra enseguida. Con un pañuelo de celulosa, se seca los píes, se calza de nuevo las zapatillas y se incorpora.
Al fondo, descubre al viejo Florencio. “Siempre fue viejo, - se dice -, pero a pesar de su acartonamiento, no se como aguanta todavía de cabrero”.
Avanza hacía él y le saluda: “Buenos días Florencio, ¿qué tal sigues?”.
El anciano se quita la gorra, inclina ligeramente la cabeza y le contesta: “Dios la guarde señorita, a respirar, ¿no? a limpiar los pulmones, que la capital isen que ta’jecha un’asquito, - y dudando -, ¿porque osté es la señorita Julia, la del Pancrasio, no?” (1)
“No Florencio, ¿ya no me conoces? Soy Ana, la hija de tu vecina Dolores”.
“Madre mía, la Ana. La Ana de la Dolores y que guapa que’tas puesto, asine no hay quién sus recuerde. Cuando te juiste eras una mocosa, si jandabas por’el pajar con trensas y calsetines cortos, si eras...., pero güeno, que boniquilla que tas’puesto, la verdad es qu’isen que la capital ta’jecha un’asco, pero vusotras sus ponéis mu bonicas, que leche. ¿Y cómo’ta la Dolores y el Pepe? Tú te casaste con el Juan el del Doroteo, ¿no? ¿Cuántos mosuelos has parío?, me’ijo la Pascuala, que sus’abiáis situao mu bien situaicos, que tu mario ganaba mu güenas perras y tú ta’bías jecho una mosica mu guapa, y vaya si no m’angañó, vaya si es asine“ (2)
Ana lo escucha con pasión. Es como si estuviera rodeada de sus hermanos y padres. Como si hubieran ido un día de aquellos a pasarlo en el campo. Un día de esos que tanto añoraba últimamente. Y sigue escuchando al viejo cabrero, que no para de hablar.
“Po’na, yo con mis ovejas, mi perro, mi queso y lo de siempre, que sepas que la capital no ta’jecha pa’mí. Que cuando el Luís sen’cabesonó en que jueramos a ver a la Lola Flores, po’juimos y no veas lo güena mosa que era y como bailaba y cantaba, la mu joia. Ya se murió, que Dios la tenga recogía (esto lo dice el anciano, mientras se santigua). Sus hijas no se paesen a ella, la Lola, era una bailaora y una cantaora de las güenas, agora las que se ven por la tele, tan’calichás no son como la Lola y pa’cantar..., cantar aquella, ¿cómo se llamaba?, ¡Uy, que me’toy poniendo chocho, cuidiao que no men’recuerdo, aquella que se casó con el torero! o, ¿jué la hija, la que se casó con el mataor? ¿Qui’és creer que no men’recuerdo? ¡Ah, que sí, que jué la Piqué, la que te’sía! Aquella si que cantaba de verdad y además, güena mosa, que si, que lo que yo te’igo, que agora sus quedáis cuchimisás y calichás, que no queréis tener ajarraeros y no pué’ser, que las güenas mosas ti’en que tener aonde las puean ajarrar sus marios, que aluego sus quejáis de que se vayan a esos garitos que jay por las carreteras, onde las lusesicas y eso, güeno estaba p’al Luís y pa’mí, cuando golvíamos de ver a la Lola, porqu’es verdad, que el Luís y yo, semus mu hombres y cuando mus ibamus a la capital, mus podiamus permitir algunos gusticos, que pa’eso andábamus cuidiando las ovejas de los señoricos tol’año. Po’lo que te’sía, que la capital no es pa’mí, que yo con mis ovejicas, mi navajilla y un cachico palo, pa’ser santicos, soy el tío más feliz de la tierra” (3)
Y sacando algo del zurrón que le ofrece a la mujer, dice: “¡Pos’ves!, ¿a qu’és salao?, po’en dos días me lo jago y tan contentico. Toma y se lo das al mosico del Doroteo, pa’que tenga una regalía del Florensio, pa’que vea que yo no m’olvido de mi gente. Que no, que el pueblo es sano y mujotros semus gente sana y que mus acordamus de tos y que a ver, si traes a tus mosuelos y sus doy leche resién ordeñá, que es la güena, que agora sus las tomáis de’sos cartones y eso no pu’e ser güeno, que te lo’ise el Florensio; que andispués pasa como con los nietesicos del’Antonio, que los puse a ordeñar y les daba repulsión y no querían beberla. Qu’en la escuela, no l’esenñan que primero jay c’ordeñar y aluego, meterla en’esos cartones o lo que sean, que no le’isís, que los viejos del pueblo, andamus llevando y trujiendo, las ovejas y las vacas al campo, pa’que aluego, se tomen esas cosas qu’isen son batios, o que leche son, y pa’eso el queso, ¡aonde se ponga un cacho queso en’aseite, con un cantico pan maquilero!. Que no Anica, que l’enseñáis a comer porquerías y a no comer güeno y aluego mi’a como’ta la Josefa, con tos los güesos jechos añicos, y mi’a tú este viejo, a mis ochenta y dos añicos, antoavía me correteo tos los serricos y ni m’amilano. Que aluego güelvo a la casa, me jago un güen remojón y a dormir como un borreguico resién amamantao y por’aí isen, qu’andan tos los de la capital, con los sueños trocaos y yendo a las boticas po’mejunjes pa’pillar los sueños. Que no, que yo te’igo, que el Florensio sabe mucho, po’diablo ¡claro! Po’lo que t’esia, que no se pu’estar tan calichao, ni buscando tantas perras pa’que andispués, se sus vayan los sueños y eso es joío, lo que yo te’iga. ¡Yeeeepa, como sus salgáis, sus enlomo!, - sigue diciendo el viejo, haciendo ademanes con el garrote y amenazando al rebaño- Que güeno bonica, tú a dar un paseico, ¿no?” (4)
Esta vez, es Ana la que no le deja tiempo para que continúe el anciano y le dice: “Florencio, quería llegarme a la ermita de la Virgen, ¿la sigue cuidando la tía Mercedes?, ya de camino, le doy un beso y las gracias a la Señora, por lo bien que crecen mis hijos y por la fami...”
Antes de que termine, el pastor le pisa las palabras: “Po’claro que la Mercedillas sigue en el cortijo y que ti’é a la Virgencica como los chorros del’oro, y ¡qué bonica qu’és, tan chiquitilla! Yo tos’los días paso por’allí, y le’igo que cuidie de mis ovejas y al Florensio. Güeno y po’tos también pio, qu’eta el mundo mu joío. Po’anda, que ya ha’soltao la singüeso a mis janchas, que no ta’dejao desir naica, ¡pa’una ve’que ti’é uno con quién jechar una habladuría!, qu’én fin, que ma’gustao verte y qu’etás mu mujerona. Vete con Dios y que traigas a tus mosuelos, pa’que vean a los aborreguillos mamar” (5)
Ella se despide dándole la mano: “Que Dios te guarde Florencio y no te preocupes, al anochecer estamos en tu casa”.
“¡Po su’sespero con un cachico queso y un joyico pan y aseite! ¡Y la bota vino, qu’el Pepe ha cosechao uno que quita el sentio! ¡Vete con Dios y aluego su’sespero!” (6)
Sigue camino de la ermita y piensa si se la encontrará como siempre. Si la tía Mercedes, seguirá tan dicharachera y tan buena mujer, como en los recuerdos de niña, la mantiene.
Mientras camina, da gracias a la vida por los momentos que acaba de pasar. Piensa, que cuando esté en casa y en el trabajo, y los días se hagan monótonos y pesados, tan sólo tendrá que recordar los momentos como el que acaba de pasar, para desear que lleguen las nuevas vacaciones, para dar gracias por los seres humildes, como Florencio, la tía Mercedes, sus padres y tantos otros que ha conocido a lo largo de su vida. Los paseos por el campo, el olor a pueblo, a hierbas silvestres y tantas cosas que la hacen feliz, siempre que vuelve al pueblo de su niñez. En su interior sabe, que no necesita nada más para sentirse bien consigo misma y está convencida, que estas emociones tan suyas, sabrá transmitirlas a sus pequeños, para que ellos también sepan apreciar y respetar, las personas y las cosas sencillas, la naturaleza tal como la deberíamos conservar, el trabajo duro de algunas personas, y tantas y tantas cosas, que en la ciudad no se aprecian y a veces, ni tan siquiera se sabe que existen, pero que son tan precisas como la comida que nos llevamos a la boca diariamente.
Y al ver a lo lejos, la casita de la tía Mercedes y la pequeña ermita, no puede evitar la emoción y las lágrimas que se deslizan por su rostro. Todo sigue igual. Ahora ha vuelto a tener diez años y se sabe cerca de sus padres y de todo lo que le ha hecho feliz siempre.
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(1) El anciano se quita la gorra, inclina ligeramente la cabeza y le contesta: “Dios la guarde señorita, a respirar, ¿no? a limpiar los pulmones, que la capital dicen que está hecha un asquito, - y dudando -, ¿porque usted es la señorita Julia, la del Pancrasio, no?”.
(2) “Madre mía, la Ana. La Ana de la Dolores y que guapa que te has puesto, así no hay quién te recuerde. Cuando te fuiste eras una mocosa, si andabas por el pajar con trenzas y calcetines cortos, si eras...., pero bueno, que bonita que te has puesto, la verdad es que dicen que la capital está hecha un asco, pero vosotras os ponéis muy bonitas, que leche. ¿Y cómo está la Dolores y el Pepe? Tú te casaste con el Juan el del Doroteo, ¿no? ¿Cuántos mozuelos has tenido?, me dijo la Pascuala, que os habíais colocado muy bien, que tu marido ganaba muy buenos dineros y tú te habías hecho una mocita muy guapa, y vaya si no me engañó, vaya si es así“.
(3) .“Pues nada, yo con mis ovejas, mi perro, mi queso y lo de siempre, que sepas que la capital no está hecha para mí. Que cuando al Luís se le metió en la cabeza que fuéramos a ver a la Lola Flores, pues fuimos y no veas lo buena moza que era y como bailaba y cantaba, la muy jodida. Ya se murió, que Dios la tenga recogida (esto lo dice el anciano, mientras se santigua). Sus hijas no se parecen a ella, la Lola, era una bailarina y una cantante de las buenas, ahora las que se ven por la tele, están escuálidas no son como la Lola y para cantar..., cantar aquella, ¿cómo se llamaba?, ¡Uy, que me estoy poniendo chocho, cuidado que no lo recuerdo, aquella que se casó con el torero! o, ¿fue la hija, la que se casó con el matador? ¿Quieres creer que no lo recuerdo? ¡Ah, que sí, que fue la Piquer, la que te decía! Aquella si que cantaba de verdad y además, buena moza que era, que es lo que yo te digo, que ahora os quedáis escuálidas, que no queréis tener chichas y no puede ser, que las buenas mozas tienen que tener donde las puedan agarrar sus maridos, que después os quejáis de que se vayan a esos garitos que hay por las carreteras, donde las luces de colores y eso bueno estaba para el Luís y para mí, cuando volvíamos de ver a la Lola, porque es verdad, que el Luís y yo, somos muy hombres y cuando nos íbamos a la capital, nos podíamos permitir algunos gustillos, que para eso andábamos cuidando las ovejas de los señoritos todo el año. Pues lo que te decía, que la capital no es para mí, que yo con mis ovejas, mi navaja y un pedazo palo para hacer santos, soy el tío más feliz de la tierra”.
(4). “¡Pues ya ves!, ¿a que es salado?, Pues en dos días me lo hago y tan contento. Toma y se lo das al mocito del Doroteo, para que tenga un regalo del Florencio, para que vea que yo no me olvido de mi gente. Que no, que el pueblo es sano y nosotros somos gente sana y que nos acordamos de todos y que a ver, si traes a tus mozuelos y os doy leche recién ordeñada, que es la más buena, que ahora os las tomáis de esos cartones y eso no puede ser bueno, que te lo dice el Florencio; que después pasa como con los nietos de Antonio, que los puse a ordeñar y les daba asco y no querían beberla. Que en la escuela, no les enseñan que primero hay que ordeñar y luego, meterla en esos cartones o lo que sean, que no les decís, que los viejos del pueblo, andamos llevando y trayendo, las ovejas y las vacas al campo, para que luego, se tomen esas cosas que dicen son batidos, o que leche son, y para eso el queso, ¡donde se ponga un cacho (pedazo) de queso en aceite, con un pedazo pan maquilero (estilo de pan)!. Que no Anica, que les enseñáis a comer porquerías y a no comer bueno y luego mira como está la Josefa, con todos los huesos hechos añicos, y mira tú este viejo, a mis ochenta y dos añicos, todavía me corro todos los cerros y ni me amilano. Que luego vuelvo a la casa, me hago un buen remojón y a dormir como un borreguito recién amamantado y por ahí dicen, que andan todos los de la capital, con los sueños trocados y yendo a las boticas a por mejunjes para poder coger los sueños. Que no, que yo te lo digo, que el Florencio sabe mucho, por diablo ¡claro! Pues lo que te decía, que no se puede estar tan desmejorado, ni buscando tantos dineros para que después, se os vayan los sueños y eso es jodido, lo que yo te diga. ¡Yeeeepa, como os salgáis, os rompo el lomo!, - sigue diciendo el viejo, haciendo ademanes con el garrote y amenazando al rebaño- Que bueno bonita, tú a dar un paseo, ¿no?”.
(5). “Pues claro que la Mercedes sigue en el cortijo y que tiene a la Virgen como los chorros del oro, y ¡qué bonita que es, tan chiquita! Yo todos los días paso por allí, y le digo que cuide de mis ovejas y al Florencio. Bueno y por todos también pido, que está el mundo muy jodido. Pues anda, que ya he soltado la sin hueso (lengua) a mis anchas, que no te he dejado decir nada, ¡para una vez que tiene uno con quién echar una conversación!, que en fin, que me ha gustado verte y que estás muy mujer. Vete con Dios y que traigas a tus mozuelos, para que vean a los borreguitos mamar”.
(6). “¡Pues os espero con un pedazo de queso y un hoyo de pan y aceite! ¡Y la bota vino, que el Pepe ha cosechado uno que quita el sentido! ¡Vete con Dios y luego os espero!”.
nani. Septiembre 2007.