Su
vida se semejaba a un semáforo. Un faro
intermitente. Casi toda su vida había tenido delante una luz encendida en rojo.
-No
puedes pasar, no puedes hacer, no puedes ir, no y no, y no… ¡Todo prohibido por
ser quién eres y haber nacido en este lugar y porque sí!, le dijeron.
Cuando
encontró la luz en amarillo, estaba tan perdida que no sabía si podía o no pasar,
ir, hacer o esfumarse. Al final se le escapó algún que otro tren y allí seguía;
cada día más abajo.
Pasado
un tiempo, consiguió ver la luz en verde. Fue tanta la alegría que le dio que
se quedó petrificada mirando su luminosidad. El color esmeralda le hacía soñar,
saber que todo cambiaría y se agarró con tanta fuerza a esa esperanza, que ya
no vio otro destello. Se colocó un vestido verde manzana que tenía en el almario
esperando un gran acontecimiento, abrió
los brazos, salió corriendo y se subió a un carro que pasaba por ese camino.
Allí encontró la libertad.
Nani.
Octubre 2018