De
niña me gustaba mucho la muñeca de china que tenía mi tía guardada en el cajón
de la cómoda. Nunca me la dejaba porque temía que la rompiera y me contaba que
era el único recuerdo que tenía de su hija. Ella había enfermado y la muñeca se
había quedado sola sobre su cama. Siempre estaba guardada entre las sábanas y
yo me empeñaba en tenerla. Un día me dijo que me había hecho un vestido como el
de la muñeca y cuando me lo pusiera yo sería una verdadera muñeca. Al principio
me hizo ilusión, pero cuando me vieron los chicos en la fiesta aquel día, me
subieron a la mesa y quisieron jugar conmigo. Decían que era una verdadera
muñeca. No me gustó nada ser muñeca, ni tener aquel vestido, ni lo que decían
ni como terminó la fiesta. Quería bajar de allí, pero todos quedaron dormidos y
yo me sentí atrapada, por eso no soporto las muñecas de china y así vestidas.
Todas me recuerdan a la prima muerta, a los chicos de ojos vidriosos y aquellos
juegos que eran muy distintos a los que siempre jugué con mis amigas en el
portal de casa.
Nani. Junio 2019