Todo
había cambiado. Las hortalizas tenían piojo, la cebada y el trigo amarilleaban demasiado sin ser época.
Las cabañuelas se reventaban antes de tiempo y todo el campo estaba grieteado. Un
día salí a buscarlo y creyendo que nadie lo íbamos a sorprender, le encontré
con lágrimas en los ojos mientras acariciaba las plantas resecas y las berenjenas
mustias. Entre dientes maldecía o eso creí entender.
Abuelo
me entristece verte así, ─ le dije. Me miró mientras se restregaba los ojos con
el dorso de la mano y me contestó: “No te preocupes, no es nada, son las pajas
que vuelan e irritan la mirada, además de haber recordado a tu abuela y lo bonita que era cuando nos conocimos; ha
sido la emoción al evocarla más que nada. Aunque no quiero mentir; me preocupa el
color de los campos y el desprecio que hemos tenido por la naturaleza, nos
portamos mal con ella y nos devuelve su ira en forma de bumerán. Hemos dejado
de respetar y eso es lo peor que puede hacer el ser humano. Le debemos todo.
Hemos creído que somos los más fuertes y no hemos querido admitir que somos
simples hormigas irreverentes”.
Nani.
Julio 2019