Este
fin de semana hemos ido al pueblo a desalojar la casa que fue de los abuelos. Se
la ha quedado el primo Luis para restaurarla y hacer de ella, una casa rural.
Nos encontramos multitud de cosas cargadas de valor sentimental y escaso valor
material. Entre ellas, el viejo acordeón del abuelo. Ha sido inevitable
recordar las fiestas y verbenas los días del patrón, tocando a veces en la era junto
a sus amigos, Juan (percusión) y Lolo (trompeta). Las navidades, en las que no
se cansaba de tocar villancicos para que todos le acompañáramos cantando. No hemos
podido evitar sentarnos junto a la chimenea y quedarnos evocando recuerdos y momentos
entre aquellas paredes. Crecimos alrededor de aquel hombre noble que nos enseñó
que la felicidad estaba en los sencillo, que lo grande e importante estaba en
todo lo que encerraba las palabras de su querida y admirada Violeta Parra
cuando cantaba: «Gracias a la vida que me ha dado tanto…» y sin querer, hemos
coincidido que todo ello, fue la semilla de nuestra existencia, la que nos
enseñó a amar la vida, respetar a todos los nuestros, caminando por el sendero
que él nos marcó.
Nani. Septiembre 2020