Imagen encontrada en la red
Para celebrar el día del libro, lo hago con algo que podría estar entre las hojas de uno de ellos.
Tenía
un tío al que quería mucho y me contaba muchas historias verdaderas e
inventadas.
Me
sentaba por las tardes a su lado y mientras colocaba el género en el pequeño
negocio que tenía, me hablaba (creo que a veces lo hacía para sí mismo) y yo
embelesada, le escuchaba siempre con la
boca abierta, me encantaba oírle y mirarle, mientras hacía y deshacía.
Un
día de aquellos, me contó:
─Me
crie entre botas o cubas de vino. Al anochecer alrededor de esas botas se
reunían los carpinteros, zapateros y el tabernero que era mi padre. En la
trastienda, se ponían a veces las botas, y no lo digo porque entre ellos había
más de un zapatero, sino que, por entonces cuando llegaban a sus casas, solo
había un triste huevo cocido y un chusco de pan. De esa manera olvidaban un
poco el hambre que pasaban. Colocaban el huevo en un huevero, le abrían un
agujero en la parte superior y el chuco de pan lo hacían tiritas, que mojaban y
remojaban y re chupeteaban, hasta comerse el chusco y el huevo quedaba por
dentro, tan limpio como estaba por fuera.
Alguno
de ellos, ─me dijo─, gritaba sobre todo a su mujer y a sus hijos. El hambre y
la poca vida se hacían más asequibles, nublando su conciencia entre esas botas,
que el zapatero se había pasado el día remendando, confeccionando y cosiendo.
El carpintero, lijando madera, repasando y la ebanistería se hacía arte entre
sus manos, aunque nadie lo apreciara. Trabajaban todo el día para conseguir una
monedas que cuando pasaban de una mano a otra, se fundían en el ultramarinos,
donde tenían una cuenta abierta para ir retirando lo más necesario y que
pagaban poco a poco, con la miseria que obtenían después de trabajar de sol a
sol y a veces, algo más.
Mientras
tanto, las mujeres cosían, aparaban los materiales que más tarde convertirían
en zapatos sus maridos, otras eran modistas y otras tantas, fregaban casas, lavaban
la ropa, peinaban a las señoras en sus propias casas e incluso, iban a planchar
montañas de ropas de esas señoras y sus familias; además de llevar sus casas,
criar a los muchos hijos que tenían, alimentándose de lágrimas, penas y mucha
hambre, ya que para ellas, a veces no había huevo, ni chusco y tanto cansancio,
que hasta les hacía olvidar el hambre.
Aquel
día mi tío, dijo que se le había metido polvo del trigo en los ojos, pero siempre
supe que lloraba y se quitaba las lágrimas a puñados, solo que no me atreví a
decirle nada, sino que le di un beso en cada ojo, para que se le pusieran
mejores.
Cuando
nos cambiamos de ciudad, le eché mucho de menos. Luego cuando volvía en
vacaciones le visitaba, pero ya no me contaba historias, decía que las había
olvidado todas.
Nani.
Abril 2021