Foto propuesta por Bienve Fajardo López, "Amigos de Valencia Escribe"
Sabina
es una niña pequeña pero muy inteligente.
Había
escuchado decir a sus padres y abuelos, la noche de la cena y reunión familiar,
que la tierra estaba herida, que de alguna manera había que poner de nuestra
parte para sanarla y que así no podíamos continuar.
Los
ríos están sucios de porquería, llenando con esa suciedad los mares, ─habían
dicho.
Los
árboles se cortan y los bosques se queman, sin control alguno, solo porque a
algunos les conviene.
Las
especies marinas, animales terrestres y vegetales, están sufriendo mucho. E
incluso a los humanos les duele la tripa por eso.
Pero
a Sabina lo que más le llamó la atención, es lo que dijo el abuelo que sabía
que era un sabio. Porque llevaba bigote de sabio, porque tenía cara de sabio y
porque el tío Federico, siempre decía que era un sabio.
Pues
como el abuelo que es un sabio, había dicho que había que sanar la tierra y que
por algún lugar había que empezar, Sabina que tenía una caja de apósitos que le
regaló precisamente el abuelo cuando le pusieron una cadera nueva y le sobraron
cuando ya se puso bueno, la cogió, se salió a la calle y empezó a tapar una
rajita que tenía el asfalto por dónde a veces se colaban las hormiguitas y los
grillos del verano.
Papá
cuando la echó de menos y la buscó, al preguntarle que hacía y Sabina se lo
contó, no entendió por qué se limpiaba los ojos. Papá dijo que le había entrado
arena y se le habían saltado las lágrimas, pero ella sabía que no era eso.
En
el fondo Sabina pensaba que los mayores eran un poco raros y siempre hacían
cosas raras, en lugar de empezar a sanar la tierra por ejemplo.
Nani.
Agosto 2021