El bulevar está frío y solitario. El bandoneón suena triste y apagado, como si el vaho que desprende su dueño, se incrustara y humedeciera las notas antes de salir al espacio. Mira al músico y nota que no solo es el frío, sino su estado de ánimo. En la gorra sobre el suelo, tan solo dos monedas de escaso valor y en el rostro, el ocaso. Ya las puestas del sol no dicen nada, ni los trinos de los pájaros, ni el aroma de jazmín, ni el renacer de los naranjos. Le observa desde el otro extremo y recuerda como puede cambiar de la noche a la mañana, la vida de una persona y en este caso, una persona buena.
Llegó de lejanas tierras, fue aplaudido y agasajado. Le acompañó todo el “glamour” de la época y vivió como corresponde a un privilegiado. Conoció el éxito, la felicidad y la dulzura de la vida. Pero también se rodeó de hipocresía, de envidia y de dolor.
Cuando lo tenía todo y a todos complacía, le sedujo aquel malvado que por amigo se decía. Sembró con gran éxito la envidia y todo empezó a torcerse.
En primer lugar le acompañó en las giras. Era un verdadero potentado con los instrumentos musicales y con las partituras. Se hizo indispensable para el bandoneonísta que a la hora de componer, siempre lo quería a su lado con el fin de que escribiera sobre el papel, las notas que a él le surgían del alma.
Esto fue lo que más envidió del músico, era capaz de improvisar, de componer los más bellos compases, las melodías más acordes y hacer en un momento, el más bello vals, la más bonita milonga o incluso el tango más sensual, pero aún envidiaba, como hacía estremecer y embaucar al público con solo dejar caer los primeros acordes de cualquiera de sus piezas musicales.
La gran amistad que el músico creía les unía, fue el acicate para sentirse confiado y hacer partícipe al que creía su amigo, de todos sus sentimientos y emociones.
El músico aprendió en las calles junto a su padre y nunca supo plasmar una sola nota sobre el pentagrama y de eso se valió, el que se dijo su “amigo” que en verdad, poseía las mejores dotes musicales, adquiridos en los conservatorios más prestigiosos del país, pero que a lo largo de su vida, no le sirvieron para componer un solo acorde, no soportando la gran sensibilidad y dulzura que desprendía el músico y además, con la mayor naturalidad. Este hecho le corroía por dentro sembrando la envidia y todo lo más ruin que puede albergar un ser ambicioso y cobarde. Nunca supo dar gracias a la vida por haberle permitido unos estudios, un talento casi sobrehumano para traspasar a las partituras y a determinados instrumentos, todas las emociones provocadas en otro ser, como podía ser una bella puesta de sol, el olor del azahar o el trino de un pájaro. Fue frío y calculador. Se sirvió del prestigio de un concertista ya consagrado, de lo imprescindible que resultó ser, del cariño, la lealtad y el respeto que un amigo profesa, hasta hacerse el dueño de situaciones, partituras, seres queridos, incluyendo fortuna y fama.
El músico siempre fue un ser sencillo, con una sensibilidad asombrosa, esplendido con sus seres queridos y amigos y tan solo le preocupó en la vida, que todo el ser que estuviera a su lado disfrutara de la vida, como él lo hacía cuando tocaba el bandoneón, cuando compartía una cena con su familia o en la tertulia de los jueves con los amigos. Nunca le importó la fortuna, que llegó a poseer, (de ese menester se ocupaban otras personas). Para él, ese hecho fue circunstancial y agradecía en el fondo de su ser, que las penalidades económicas se hubieran terminado, sabiendo que sus familiares no tenían carencias como las que padeció en su infancia. Pero eso pertenecía al pasado y hoy, lo que importaba era el presente.
El presente lo vivió tan plenamente, que no pudo por un momento sospechar la jugada que un buen día le tenía reservada la vida.
Su amigo, ese ser que fue imprescindible, supo aprovechar la ocasión que le brindaba su ambición y se apoderó de toda la fama y creatividad del músico. Se benefició de todo lo que este poseyó y hoy tocaba en el bulevar sin poder comprender que había sucedido, donde estaba esa persona que creyó conocer, esos seres que creía le querían e incluso, se preguntaba mientras tocaba y miraba el dinero de la gorra, si todo lo que recordaba había sido un sueño y nunca sucedió.
Eso se preguntaba mientras el vaho le helaba el alma y las notas lloraban haciendo estremecer a todo el que le observaba, le escuchaba y se acercaba a dejar caer una moneda, desde cualquier punto del bulevar.
NANI. Noviembre 2007.