“Siempre di lo que sientes
y haz lo que piensas"
(Gabriel García Márquez)
Paco es el médico de una pequeña localidad de provincia. Esta noche, no logra conciliar el sueño, pensando en la visita que le ha hecho su amigo Luis.
“¡Por favor, ayúdame!”, le había pedido.
Pero ¿qué quieres que haga, di?
“¡Sólo te pido que me ayudes, tan sólo eso!”.
“! Sabes que siempre he sido tu amigo. Sabes que me has tenido cuando me has necesitado, pero si no te explicas mejor, no sabré que quieres de mi!”
“En el trabajo me están poniendo muchas dificultades. Ayer vinieron Pablo y Jesús y me dijeron que si continuaba con esta forma de vivir, tendrían que tomar decisiones drásticas y para colmo, don Matías el párroco de san Cristóbal, hace dos días me insinuó, que si quería portar las andas de la patrona, tendría que dar ejemplo que de lo contrario, ¿qué será lo que aprendan los niños y los jóvenes?, y ¿qué será lo que piensen las personas respetables? ¡Es siempre lo mismo, siempre igual. Yo no puedo luchar más. He nacido así, tu mejor que nadie lo sabes! Además, ¿qué daño hago? Siempre he respetado a mis semejantes, he ayudado a mis vecinos y en el pueblo cuando me han necesitado y cuando he creído que debía aportar mi colaboración, ahí he estado. He cuidado incluso de los bebés de las vecinas, cuando me han necesitado. Soy responsable en el trabajo. Estuve al lado de María, cuando tuvieron que ingresar a su marido en el centro de desintoxicación. ¡No puedo más!”, dice con voz entrecortada, intentando sujetar un sollozo, que rompe al final, introduciendo el rostro entre unas manos temblorosas, apareciendo aun más en estos momentos, su aguzada sensibilidad, esa que las malas personas no le perdonan.
La impotencia de Paco es absoluta, sabe que no puede hacer nada, a excepción de darle apoyo moral y cariño. Sabe que no pueden luchar contra la burguesía de un pueblo hecho a base de tradición y que no se para a pensar en lo evidente y natural. En un pueblo que “la tradición es la tradición” y “los tíos tienen que ser muy machos”, (aunque algunos dentro de sus casas, humillen a su familia e incluso den alguna bofetada a la que comparte su cama).
¡Pobre amigo mío!, Que mal se lo están haciendo pasar. Ojalá todo cambie. Pero esta gente no aprende, si no es con heridas en su propia carne y aun así, no se apean del burro, porque lo dice la tradición, porque “las cosas son como son”. Este caso es el mismo que me contó mi colega Alfonso, al que sustituí –sigue pensando el médico -. Qué razón tenía cuando me decía: “¡Tienes que luchar con una piara cafres, que no entienden si no es a fuerza de cachiporra. Tienes que andar con una agudeza increíble, de día y de noche, porque son tercos como mulos!” Y vaya si tenía razón Alfonso. Aquel chico tuvo que irse a la capital, y cuando volvió para cuidar de su madre enferma, la pena se lo llevó a él también, ya que no hubo quién le apoyara y le comprendiera, así que la solución fue acompañarla.
No hay derecho a que la sociedad ponga tantas etiquetas a sus semejantes: “Este no me interesa porque es más moreno. Este otro, tiene el pelo demasiado largo, o demasiado corto. Esa mujer se pone demasiado llamativa y eso es de fulanas. Ese chico tiene ademanes. Aquel no tiene donde caerse muerto. Aquella mujer es inferior porque se dedica a fregar escaleras”, ¡por Dios! ¿hasta cuando todo esto?. ¿Nos hemos preguntado acaso alguna vez como somos cada cual? Nunca me gustaron las etiquetas, ni colocarlas; pero no me queda más remedio que pensar, que no dejamos de ser como los antiguos fariseos. Hasta el propio Cristo dejó que una prostituta le lavara los pies y después dijo: “¡Quién esté limpio de culpa que tire la primera piedra!” Y seguimos lapidando al cabo de tantos siglos. Y seguimos crucificando a todos los cristos que nos tropezamos a diario, a los más débiles, a los que proceden de lugares más pobres. A los cristos de otro color, a los que atraviesan las fronteras en pateras a costa de sus vidas. A los que en definitiva, han tenido la “desdicha” de nacer, en otras cunas y mamar otras leches, que no son las que determinados seres han estipulado. ¡Pero Dios! ¿Qué leches mamamos algunos, que parecen venenos que van corroyendo despacio, muy despacio, que se van apoderando de todo lo que pisamos y pensamos, de todo lo pertenece a toda una humanidad, sin distinción de clases, lenguas, color, religión o maneras escogidas de vivir?.
¡Dios dime!, ¿qué clase de leche estamos mamando y le estamos dando de mamar a nuestros hijos?
De pronto, Paco se sobresalta escuchando muy cerquita del oído la voz de su mujer que le dice: “Pero Paco, ¿otra vez desvelado?, ¡pero si tu ya haces lo que puedes, anda vamos a dormir!.
Y apretándose los dos uno junto al otro, ella le besa con mucha ternura e intentan que les atrape el rey de los sueños.
Para ti que no pudiste llegar al final.
Nani. Enero de 2008.