"VisiBiliz-ARTE, mujeres pintoras", un proyecto que sucede a "Mujeres en el arte" hallamos, en las tres primeras décadas del siglo XVII a una de las grandes maestras del barroco l, además de una de las grandes ocultadas por ser mujer.
Judith Jans Leyster nació en Harlem en 1609 y falleció en Heemstede.
Fue una pintora del siglo de oro Neerlandés. Cultivó la pintura de género, los retratos y bodegones.
Toda su obra se atribuyó a su marido, Jan Miense Molenaer, y a Frans Hals. Muchas de sus obras se inventariaron como de “La esposa de Molenaer” y no como propias.
"Hombre ofreciendo dinero a una mujer"
Mi relato en dicha antología, inspirado en el cuadro anteriormente mencionado, es:
Me honra contar la historia
de una antepasada que vivió por los años de María Castaña y de la que todos en
la familia nos sentimos muy orgullosos. Se trata de la abuela Teresa (todas las
generaciones así la conocemos). Los apellidos no vienen al caso porque por
entonces la historia no los tenía en cuenta, ya que no tenía rango o abolengo y
además era mujer. Fue hija de una nativa colombiana de Popayán y un soldado
colonizador, que no tenía sino hambre y miseria en la España que dejó buscando
el ansiado dorado; terminando por acarrear las piedras con las que se construyó
la catedral de Cartagena. Cuando allí llegó, era un joven fuerte y ella una
bonita indígena, a la que conoció en uno de sus numerosos y penosos viajes por
tierras aborígenes. De esa unión nació la abuela, mi antepasada y protagonista
de esta historia. Cuando su madre murió y el padre comenzó a perder fuerza, propuso
este a su hija llevarla a tierras españolas, para que pudiera comenzar una vida
honrada, encontrara un esposo y formara una familia; en un lugar más seguro del
que le podía ofrecer el revuelto nuevo mundo.
Con penuria y accidentado hicieron
el viaje a Las Españas. Asentando sus vidas en la capital toledana, donde ella
pudo ejercer como costurera de las señoras de la corte, ya que tuvo la fortuna
de aprender el oficio de manos de sor Juana, una religiosa un poco cascarrabias
de la orden de las carmelitas descalzas, que educaba, conducía en la
cristiandad y enseñaba a las niñas que por desgracia se quedaban sin madres;
sobre todo, en el afán de serles sustituidas y siguieran manteniendo las
costumbres y quehaceres en los nuevos conventos.
Pudo mostrar lo hacendosa y habilidosa
que era con la aguja y el hilo; luciendo sus propias ropas sencillas, pero bien
cuidadas y trabajadas con mucho esmero. Nunca tuvo dificultad con los festones, bordados y todo tipo de hatos,
sayas, camisones, corpiños, corsés, cofias con encajes o plumas para tocados,
delantales o capuchas, que incluso llegó
a confeccionar a los caballeros de la corte. Se especializó en cuellos y mangas
con puntillas de bolillos almidonadas y el terciopelo en sus manos; se
transformaba en bellas sayas y corpiños adornados con bordados en oro o plata,
de manera que su fama fue creciendo y su taller de costura también.
Aprovechando su notoriedad, pudo dar de
comer a otras chiquillas del condado a las que enseñó el oficio, las sacó de la
calle, de padres comerciantes de hembras o de las manos de la alcahueta de
turno que con el cuento de protegerlas, las ofrecía al mejor postor sin
escrúpulos; terminando todas ellas siendo unas tristes rameras cargadas de
hijos, a los que no podían ni alimentar.
Las
casas de alcurnia se disputaban sus favores llegando a serle ofrecido el cargo
de costurera oficial del condado, a pesar de los celos que provocaba en los
sastres de renombre, que no perdonaban a una mujer que les hiciera sombra. Ellas
solo debían dedicarse a los justillos y ropa interior. Aunque prefirió seguir
al lado de su anciano padre para cuidarle, ser más libre en horarios y sobre
todo, en maneras de hacer y crear. Ya había visto allá en tierras indígenas, lo
que debía ofrecer una protegida que convivía en mansiones donde todo pertenecía
a los señores, e incluso llegaron a tener la creencia de que sus servicios
estaban a su disposición, incluyendo todo. Tenía precio hasta el aire que se
respiraba y no estaba dispuesta a pasar por ello. Desde entonces, prometió a su
padre y a sí misma ser libre y si se entregaba a alguien, sería sin monedas de
por medio porque siempre entendió que su cuerpo le pertenecía y lo entregaría
libremente a quien escogiera, sin tener que pasar por la mano de un codicioso,
borracho o simplemente; caballero y dueño de todo lo que en su entorno había.
Por lo vivido, la tijera de
cortar la tela siempre la acompañaba en uno de los bolsillos interiores de su
saya. En una ocasión debió defenderse de un criado que fue a recoger los trajes
de sus amos y cuando le estaba pagando, intentó coger algo de su persona que
por supuesto no le pertenecía, pero en aquella ocasión la tijera sirvió para
algo más que cortar las telas. El hombre vio en la mirada de la joven costurera,
que el utensilio de cortar no solo podría servir para los trapos, como también
comprendió que el dinero no lo compraba
todo. Intuyó que allí, «se cortaba hasta el aire».
Más adelante, conoció a un
buen mozo que acompañó a su madre y hermana, a encargar las ropas para las
futuras nupcias de esta última. Eran campesinos que con sacrificio y mucho
esfuerzo, labraban las tierras que pertenecieron a sus antepasados, las sembraban
y luego en los mercados vendían sus cosechas. De aquellos encuentros, surgió
algo que más tarde se convirtió en unión y
testimonio de vida.
Hoy en casa de mis abuelos
paternos, todavía se conserva la famosa tijera como si fuera una reliquia;
algunos trajes que por muy cuidados que han estado, la polilla los ha
mordisqueado y algún corpiño bordado, que las chicas de la familia hemos lucido
en cabalgatas, teatros de aficionados y
lo que ha encartado. Pero siempre como préstamo, volviendo al armario donde
se mantienen como legado y patrimonio
familiar, con su propio inventario al que no puede faltar ni un simple pañuelo.
Bueno, uno si falta y está en el cajón que conservo los bellos objetos. Lo cogí
de niña y nunca dije que lo tenía, aunque creo que padre sabe que está en mí
poder. No puedo desprenderme de él, porque cuando tengo dificultades o me
siento impotente por el hecho de ser mujer (todavía por desgracia nos
tropezamos con estas sin razones), lo cojo, lo huelo y me lo paso por la cara.
Vuelvo a guardarlo y siento que me infunde la fuerza que nadie me va a arrebatar,
ni a mí, ni a las mujeres de la familia mientras yo pueda seguir contado la
historia de la abuela; «la costurera que cortaba hasta el aire».
FELIZ AÑO NUEVO Y OJALÁ REALMENTE, 2021 SEA NUEVO DE VERDAD Y NOS COLME DE VIDA.
Nani. Enero 2021