Fotode Tanaka Tatsuya (@tanaka_tatsuya)
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¡Viajeros al trennnn!, vociferaba aquel señor que al mismo tiempo hacía sonar
su silbato, de manera que las trompas auditivas casi lloraban de dolor (si
hubieran tenido lágrimas en lugar de esa cosa viscosa propia de dichas trompas),
y ataviado casi como el sereno de mi pueblo en aquellos años de Maricastaña que
vi en más de una ocasión, en la colección de postales que tenía mi tío Ramón;
incluso llevaba un manojo de llaves colgadas en el cinturón o trabilla de la
chaqueta, ¡en eso ya no me fijé bien!
Pues
eso, que este señor iba llamando a los viajeros y todos, apresurados, sudosos y
cargados de bolsos, maletas y bolsas, se iban arremolinando a su alrededor, indicando
el vagón que le correspondía a cada pasajero.
El
pobre señor también sudaba y desde luego, el sueldo se lo ganaba. La verdad es
que todos estábamos bajo un sol de agosto, a las tres de la tarde en un pueblo
sevillano, que le llaman “la sartén de Andalucía” y que en este preciso momento no recuerdo su nombre.
¡Es como si todo se me apelotonara y no supiera bien ni dónde me encuentro, ni
que hago! Pero sí, huevos quizás en la acera se pueden freír sin necesidad de
sartén o aceite, ¡jopelín que calor!
En
fin, que al final subí al tren y cuando iba a sentarme, vino el acomodador y me
dijo que ni se me ocurriera sentarme sobre el trozo de salmón ya que estaba
reservado a D. Gato, que mejor lo hiciera sobre el bacalao marinado. Y como vio
en mí una cara de asombro que no pude disimular, me contestó muy ufano:
─
¡Señorita, si lo que usted pretendía era viajar en la locomotora de verduras y
sentarse sobre una seta, podía haber sacado otro billete, que bien grande está
indicado en el tablón de la estación, aquí el que se sube es porque le gusta la
comida asiática y no hacen gran cosa los vegetarianos, que me da que es lo que
usted es!
Cuando
quise contestarle, sonó el despertador y del sobresalto, me caí de la cama. ¡Mira,
mira, puedes comprobarlo!, un chichón tengo con una moneda de cien pesetas que
mi abuelo me regaló, cogida con un pañuelo, que el pobre decía que así se
bajaban los porrazos en la cabeza. Pero me voy a poner hielo, ¡que
ahora que lo pienso, creo que es mejor!
Nani.
Septiembre 2021