Relato con el que participo en el concurso "Premio Relato Corto"
Los
días que subo las escaleras del metro en la estación cercana al hospital donde
trabajo en el turno de noche, encuentro a un niño sentado en los escalones
primeros que me deja un poco tocada. Tiene la ropa hecha girones, está
demacrado y sucio. Los primeros días no hice mucho caso, porque creí que fuera
algo fortuito y que sus padres andarían por allí cerca, pero al tercer día y
aunque iba como siempre con prisa, decidí pararme y preguntarle por sus papás y
la razón por la que todas las noches estaba allí, en lugar de en casa.
Me
dijo que habían tenido un accidente y esperaba a que sus padres salieran del
hospital. Le pedí que se fuera con los abuelos y como imaginé que no habría
cenado, cogí de mi mochila el sanguis que me había preparado, le pedí los
nombres de sus padres para preguntar por ellos. Busqué un bolígrafo y una
libreta para anotar lo que me dijera y cuando quise despedirme de él, ya no
estaba.
Se
ve que iba noqueada cuando entré en la salita de enfermeras y mientras me
cambiaba, mi compañera de turno me pidió le contara que me pasaba. Cuando le
narré todo lo referente al niño y todo lo que me había contado, me dijo que ese
niño aparecía de vez en cuando y que siempre decía que esperaba a sus papás.
Parece ser que hace unos años hubo un accidente, donde murieron todos los que
iban en el coche; padre, madre y un niño que quedó con vida, estando encamado en el pabellón infantil por
un tiempo, pero que al final murió pidiendo ver a sus padres. Me cuenta también
que a veces se aparece, porque murió inquieto y necesita que alguien le de la
paz que no consiguió. Según me dice mi compañera, estos casos pasan porque
buscan a la persona que le devuelva la paz para su descanso y que aún no la ha
encontrado.
Ese
turno en el hospital lo hice con cierto malestar, deseando volver al otro día y
encontrarme con el chico.
Volví
a encontrarlo pasados cuatro días. Allí estaba llorando. La ropa destrozada,
lleno de polvo y de sangre pegada al pelo. Le cogí, le abracé, lloramos y al
cabo de un rato, me dijo que ya estaba dispuesto a irse, que había encontrado a
sus papás y que no volvería más al metro, que yo había sido el camino que le llevó
al lugar donde debía estar ahora.
Si
algún día me hubieran dicho que iba a vivir algo semejante, les hubiera mandado
a paseo, nunca creí en semejantes acontecimientos, aunque siempre respeté y
pensé que en la vida todo es posible.
Desde
entonces, cuando subo ese tramo de escaleras, siempre encuentro la misma paz
que ese chico encontró y que a mí también me regaló.