Hoy me levanté
al amanecer, ya que tenía turno a las seis de la mañana y aunque el hospital
donde trabajo como auxiliar está muy cerca de casa, me gusta llegar al menos
cinco minutos antes, para cambiarme con tranquilidad y empezar a mi hora.
La
mañana estaba fría, húmeda y con niebla. Siempre voy a pie porque me sirve para
caminar y despejarme. La madrugada estaba como para espabilar a un muerto. El
viento era fuerte y a esas horas, todo rugía como si estuviéramos en plena
selva. Las persianas hacían ruido, las farolas se bamboleaban, los toldos de
las marquesinas de ventanas y puertas bramaban y yo estaba deseando llegar al
trabajo, hoy el paseo parecía de película de ficción.
Con
este último pensamiento pasaba a la altura de la tienda de mi amigo Javi,
cuando la persiana del escaparate se levantó con un grito de auxilio por la
necesidad de engrasado que tenía, apareciendo unos neones iluminados que, al no
esperarlos, me sobresaltaron. Al mismo tiempo y por la esquina que dicho
establecimiento hace, apareció una figura embutida en una capa oscura, con sombrero
de ala ancha y del mismo color, que se me aproximaba. No sé si he dicho ya que
soy muy peliculera, pero todo el ambiente desde que salí de casa descubrí y lo
que tenía delante de mis ojos, las piernas empezaron a temblarme y el corazón parecía
que escalaba garganta arriba como si quisiera salirse por la boca.
La
figura al llegar a mi altura y la del escaparate, hizo un ademán muy típico de
Drácula, pero cuando creí que se me abalanzaba, se abrazó al cristal del
escaparate gritando: “Esa cruz es la que necesito”.
Salí
corriendo, pero solo conseguí dar unas zancadas que fueron detenidas por más
personas que salieron no sabría precisar de dónde, a las que escuchaba reír y
cuando creí que iba a perder el sentido, me di cuenta que todos gritaron al
mismo tiempo: ¡Inocente, inocente!
¡Dios
mío!, entonces caí en la cuenta, era 28 de diciembre. Mis amigos y compañeros
encontraron la inocentada perfecta. Llevaban muchos años intentando cogerme
desprevenida. Siempre era yo la que les sorprendía y tenían ganas de cogerme en
mi salsa. Y es que nunca me creí que cayera víctima de mi propia devoción.
Nani. Marzo
2022