Cuadro
de Riona Buthello de su serie «Cae la noche»
Había
escuchado un fuerte golpe y aunque estaba en ese duermevela que produce un
despertar extraño, casi estaba seguro de que algo anormal había pasado. Intentó
encender la lamparita que tenía sobre la mesita auxiliar, donde también estaba
el despertador digital y la botella de agua que todos los días colocaba al irse
a la cama.
La
lamparita no pudo encenderla y tampoco parpadeaba la hora en el despertador
como todas las noches. Imaginó que habría un corte de corriente eléctrica y no
le dio mayor importancia. Se levantó y tanteando para no tropezar con ningún
mueble que le podía hacer la pascua en los dedos desnudos, intentó encontrar el
teléfono móvil para encender la linterna. Todas las noches lo colocaba sobre la
cómoda donde guardaba la ropa interior, con la voz quitada en las
notificaciones, pero no anuladas las llamadas, puesto que en cualquier momento
podía recibir una de sus padres ya ancianos, o de cualquier familiar de los que
vivían en distintas ciudades.
Comenzó
a palpar la superficie donde recordaba haber dejado el teléfono, pero no
conseguía localizarlo. Lo que sí notó, fue una especie de piel de animal, podía
ser gato u otro, pero le inquietó porque no tenía en casa animal alguno. Al
percibir aquel contacto, retiró la mano, dio un paso atrás movido por un
impulso repentino e impactó contra algo colocado allí a propósito y que no
esperaba, puesto que nunca había estado en ese lugar haciéndole titubear y caer
al suelo. Sabía que debía incorporarse, pero algo le paralizaba. No esperaba
nada parecido y no conseguía coordinar sus pensamientos. Como suponía que el
impacto no le había retirado demasiado de la cómoda, intentó agarrarse a ella
para poder incorporarse de nuevo e intentar coger su dispositivo. Su deseo era
poder encender la linterna y poder ver que estaba ocurriendo, pero ni consiguió
agarrarse a alguno de los cajones, ni encontró nada conocido, sino que todo lo
que tocaba era demasiado extraño, viscoso, frío y le estaba produciendo tanto
pánico que no conseguía coordinar. Nunca había sido un ser asustadizo, pero
aquello lo estaba sacando de quicio. Tenia mucho frío, notaba que su barbilla
temblaba y su corazón palpitaba a tanta velocidad, que creía que no lo iba a
poder resistir.
Empezó
a dolerle mucho el brazo izquierdo y apenas podía respirar o eso recordaba,
cuando consiguió abrir los ojos, observando que se encontraba en la cama de un
hospital y una enfermera intentaba hacerse entender:
“Señor
Martínez, no se preocupe todo ha pasado. Se desvaneció en el trabajo y lleva
aquí unos días. Todo está volviendo a la normalidad. Sus familiares han salido
un momento a tomar un café, volverán en unos minutos, ya les hemos avisado y
dicho que ha despertado y que le estamos tranquilizando. No se apure ni tema
por nada. Ha delirado mucho y nos decía que había alguien en su vivienda, pero
sus hermanos no han encontrado nada extraño, todo ha sido producto de su
delirio y su malestar. Pronto volverá con ellos. Lo único que tendrá que hacer
a partir de ahora, es cuidarse. Nos han dicho que es usted muy metódico en el
trabajo y eso por ahora, habrá que olvidarlo. Ahora le recomendamos pasar más
tiempo en la costa con sus padres y vivir sin preocupaciones.
No
recuerda apenas nada, solo la pesadilla que siempre se repite. Aquel despacho,
la cara del profesor, el intento persistente de tocarlo, perseguirlo,
amenazarlo, querer salir y no poder. Era el animal que siempre estaba acechándolo
en sus sueños, en la noche y en la vida que nunca había conseguido normalizar.
Nani, julio 2024