sábado, 1 de mayo de 2010

BANDA SONORA


Por más que intentaba concentrarse, menos entendía que le pasaba. La voz era cálida y adecuada, la música serena y los acordes acompasados.

Tenía que terminar el montaje, debía acoplar las imágenes, pero por más colorido, sincronización y belleza buscada con anterioridad, menos conseguía encontrar el objetivo.

Todo había quedado organizado antes de la comida. Pensó que al volver, solo tendría que dar los últimos toques, cribar para detectar algún fallo y grabar el resultado final, pero lo que había ocurrido en el restaurante, la forma en que finalizó la conversación y las manchas del vestido tendido sobre la cama, la aturdían.

Se miró en el espejo, se arrancó las lágrimas y de nuevo se introdujo en la música. Con los cascos puestos recostó la cabeza en el respaldo. Repasó todo mentalmente y le pareció que el corte elegido ya no era el adecuado. Ahora todo había cambiado y tendría que empezar de nuevo.

Nani. Mayo 2010.

domingo, 25 de abril de 2010

GRISES PERFILES


Las tardes grises, de lluvia y opacas son las que me dejan sin respiración y me aturden. Son las que sin poder evitarlo, me llevan a refugiarme entre las sábanas, para mitigar el temblor, el frío, el dolor y el pánico que evoca esa fatídica tarde que aquel ser horrible y nauseabundo, me empujó al hueco de la escalera y me penetró sin miramientos, al filo de aquella navaja que heló mi yugular y el poder de defensa.


Nani. Abril 2010.

sábado, 17 de abril de 2010

LA CAJITA DE LUNA



Un día, al amanecer, Luna encontró una caja vacía y la llenó.

Pensó que con un simple soplido, podría llenarla de sueños, de buenos pensamientos para los niños de primaria y sin darse cuenta…, sopló y sopló, y la caja rebozó de juegos infantiles, besos con sabor a fresa envuelta en chocolate y abrazos cargados de amor.

A partir de aquel día, Luna se quedaba a la salida del colegio y cuando veía a los peques más tristes y solitos, se acercaba y les hacía un trato: “Te dejo mi cajita mágica y cuando llegues a tu casa, la dejas en un cajón de tu mesita de noche, ella sabe lo que debe hacer allí. A cambio sólo debes darme un beso mañana cuando me la devuelvas”.

Los peques siempre cogían la cajita, Luna se daba la vuelta y al otro día volvía. Sabía que a la puerta del colegio recogería su cajita, una sonrisa y un beso.

Nani , Abril 2010.

sábado, 10 de abril de 2010

SABOR A PUEBLO




Este relato ya lo puse al comienzo de este blog, pero hay una personita por ahí que me ha pedido que lo suba de nuevo y se lo dedique a ella. Por lo tanto, ¡VA POR TÍ!, y bueno, aquí lo dejo para quién quiera leerlo de nuevo o por primera vez.



Se acostó con el pensamiento de caminar por aquellos andurriales, que de pequeña recorrió con sus padres y hermanos. En estas vacaciones, había decidido que haría un huequecillo para llevar a cabo estos paseos, que tanto añoraba. Siempre que volvían al pueblo, se pasaban los días en un abrir y cerrar de ojos, visitando a los familiares, saludos callejeros y comidas con los amigos y en esta ocasión, no estaba dispuesta a quedarse con las ganas.

Se despierta temprano y se lo propone a su marido: “Juan, ¿te vienes a dar un paseo por el campo?”.
“¿Estás loca? Son las siete de la mañana, bastante tengo con madrugar todos los días, ahora estoy de vacaciones”, - y dando media vuelta, sigue durmiendo.
Ella, con sigilo se desliza de la cama, se va al baño y se asea. Se pone un pantalón corto, una camiseta de algodón, sus deportivas y sale a la calle.
Siempre le gustó el aroma mañanero del pueblo. Olía a pan recién cocido, harina tostada, a tortas de manteca con cabello de ángel, a caramelo recién derretido, a canela, ¡a pueblo!, - se decía a sí misma -, mientras se adentra en el campo, donde se mezclan estos aromas con el tomillo, la manzanilla, el romero, la hierba mojada de rocío y que a la vez, le humedece los tobillos.
Todo esto, le recuerda tantas cosas, que ensancha el pecho con tal fuerza y aspira tal cantidad de aire y con tanta satisfacción, que casi se marea. Se detiene un momento para recuperarse. Después, los pasos la llevan hacía la alameda. Este era el lugar predilecto de sus padres, ya que podían jugar sus hermanos y ella, sin peligro alguno. Mecánicamente, hace los mismos movimientos que en otros tiempos hicieran sus padres. Se acerca al arroyo, se sienta al filo, se quita las deportivas y mete los pies en el agua. ¡Uf, que fresquita!, - dice.
Por inercia, se tumba para ver pasar las nubes por entre las copas de los álamos. No sabría decir el tiempo que pasó en esta postura. La devuelve a la realidad, el balido de una oveja. Se incorpora asustada y observa, como la alameda se va poblando de animales. El olor es el característico. Al principio duele la nariz, aunque se acostumbra enseguida. Con un pañuelo de celulosa, se seca los píes, se calza de nuevo las zapatillas y se incorpora.
Al fondo, descubre al viejo Florencio. “Siempre fue viejo, - se dice -, pero a pesar de su acartonamiento, no se como aguanta todavía de cabrero”.
Avanza hacía él y le saluda: “Buenos días Florencio, ¿qué tal sigues?”.
El anciano se quita la gorra, inclina ligeramente la cabeza y le contesta: “Dios la guarde señorita, a respirar, ¿no? a limpiar los pulmones, que la capital isen que ta’jecha un’asquito, - y dudando -, ¿porque osté es la señorita Julia, la del Pancrasio, no?” (1)
“No Florencio, ¿ya no me conoces? Soy Ana, la hija de tu vecina Dolores”.
“Madre mía, la Ana. La Ana de la Dolores y que guapa que’tas puesto, asine no hay quién sus recuerde. Cuando te juiste eras una mocosa, si jandabas por’el pajar con trensas y calsetines cortos, si eras...., pero güeno, que boniquilla que tas’puesto, la verdad es qu’isen que la capital ta’jecha un’asco, pero vusotras sus ponéis mu bonicas, que leche. ¿Y cómo’ta la Dolores y el Pepe? Tú te casaste con el Juan el del Doroteo, ¿no? ¿Cuántos mosuelos has parío?, me’ijo la Pascuala, que sus’abiáis situao mu bien situaicos, que tu mario ganaba mu güenas perras y tú ta’bías jecho una mosica mu guapa, y vaya si no m’angañó, vaya si es asine“ (2)
Ana lo escucha con pasión. Es como si estuviera rodeada de sus hermanos y padres. Como si hubieran ido un día de aquellos a pasarlo en el campo. Un día de esos que tanto añoraba últimamente. Y sigue escuchando al viejo cabrero, que no para de hablar.
“Po’na, yo con mis ovejas, mi perro, mi queso y lo de siempre, que sepas que la capital no ta’jecha pa’mí. Que cuando el Luís sen’cabesonó en que jueramos a ver a la Lola Flores, po’juimos y no veas lo güena mosa que era y como bailaba y cantaba, la mu joia. Ya se murió, que Dios la tenga recogía (esto lo dice el anciano, mientras se santigua). Sus hijas no se paesen a ella, la Lola, era una bailaora y una cantaora de las güenas, agora las que se ven por la tele, tan’calichás no son como la Lola y pa’cantar..., cantar aquella, ¿cómo se llamaba?, ¡Uy, que me’toy poniendo chocho, cuidiao que no men’recuerdo, aquella que se casó con el torero! o, ¿jué la hija, la que se casó con el mataor? ¿Qui’és creer que no men’recuerdo? ¡Ah, que sí, que jué la Piqué, la que te’sía! Aquella si que cantaba de verdad y además, güena mosa, que si, que lo que yo te’igo, que agora sus quedáis cuchimisás y calichás, que no queréis tener ajarraeros y no pué’ser, que las güenas mosas ti’en que tener aonde las puean ajarrar sus marios, que aluego sus quejáis de que se vayan a esos garitos que jay por las carreteras, onde las lusesicas y eso, güeno estaba p’al Luís y pa’mí, cuando golvíamos de ver a la Lola, porqu’es verdad, que el Luís y yo, semus mu hombres y cuando mus ibamus a la capital, mus podiamus permitir algunos gusticos, que pa’eso andábamus cuidiando las ovejas de los señoricos tol’año. Po’lo que te’sía, que la capital no es pa’mí, que yo con mis ovejicas, mi navajilla y un cachico palo, pa’ser santicos, soy el tío más feliz de la tierra” (3)
Y sacando algo del zurrón que le ofrece a la mujer, dice: “¡Pos’ves!, ¿a qu’és salao?, po’en dos días me lo jago y tan contentico. Toma y se lo das al mosico del Doroteo, pa’que tenga una regalía del Florensio, pa’que vea que yo no m’olvido de mi gente. Que no, que el pueblo es sano y mujotros semus gente sana y que mus acordamus de tos y que a ver, si traes a tus mosuelos y sus doy leche resién ordeñá, que es la güena, que agora sus las tomáis de’sos cartones y eso no pu’e ser güeno, que te lo’ise el Florensio; que andispués pasa como con los nietesicos del’Antonio, que los puse a ordeñar y les daba repulsión y no querían beberla. Qu’en la escuela, no l’esenñan que primero jay c’ordeñar y aluego, meterla en’esos cartones o lo que sean, que no le’isís, que los viejos del pueblo, andamus llevando y trujiendo, las ovejas y las vacas al campo, pa’que aluego, se tomen esas cosas qu’isen son batios, o que leche son, y pa’eso el queso, ¡aonde se ponga un cacho queso en’aseite, con un cantico pan maquilero!. Que no Anica, que l’enseñáis a comer porquerías y a no comer güeno y aluego mi’a como’ta la Josefa, con tos los güesos jechos añicos, y mi’a tú este viejo, a mis ochenta y dos añicos, antoavía me correteo tos los serricos y ni m’amilano. Que aluego güelvo a la casa, me jago un güen remojón y a dormir como un borreguico resién amamantao y por’aí isen, qu’andan tos los de la capital, con los sueños trocaos y yendo a las boticas po’mejunjes pa’pillar los sueños. Que no, que yo te’igo, que el Florensio sabe mucho, po’diablo ¡claro! Po’lo que t’esia, que no se pu’estar tan calichao, ni buscando tantas perras pa’que andispués, se sus vayan los sueños y eso es joío, lo que yo te’iga. ¡Yeeeepa, como sus salgáis, sus enlomo!, - sigue diciendo el viejo, haciendo ademanes con el garrote y amenazando al rebaño- Que güeno bonica, tú a dar un paseico, ¿no?” (4)
Esta vez, es Ana la que no le deja tiempo para que continúe el anciano y le dice: “Florencio, quería llegarme a la ermita de la Virgen, ¿la sigue cuidando la tía Mercedes?, ya de camino, le doy un beso y las gracias a la Señora, por lo bien que crecen mis hijos y por la fami...”
Antes de que termine, el pastor le pisa las palabras: “Po’claro que la Mercedillas sigue en el cortijo y que ti’é a la Virgencica como los chorros del’oro, y ¡qué bonica qu’és, tan chiquitilla! Yo tos’los días paso por’allí, y le’igo que cuidie de mis ovejas y al Florensio. Güeno y po’tos también pio, qu’eta el mundo mu joío. Po’anda, que ya ha’soltao la singüeso a mis janchas, que no ta’dejao desir naica, ¡pa’una ve’que ti’é uno con quién jechar una habladuría!, qu’én fin, que ma’gustao verte y qu’etás mu mujerona. Vete con Dios y que traigas a tus mosuelos, pa’que vean a los aborreguillos mamar” (5)
Ella se despide dándole la mano: “Que Dios te guarde Florencio y no te preocupes, al anochecer estamos en tu casa”.
“¡Po su’sespero con un cachico queso y un joyico pan y aseite! ¡Y la bota vino, qu’el Pepe ha cosechao uno que quita el sentio! ¡Vete con Dios y aluego su’sespero!” (6)
Sigue camino de la ermita y piensa si se la encontrará como siempre. Si la tía Mercedes, seguirá tan dicharachera y tan buena mujer, como en los recuerdos de niña, la mantiene.
Mientras camina, da gracias a la vida por los momentos que acaba de pasar. Piensa, que cuando esté en casa y en el trabajo, y los días se hagan monótonos y pesados, tan sólo tendrá que recordar los momentos como el que acaba de pasar, para desear que lleguen las nuevas vacaciones, para dar gracias por los seres humildes, como Florencio, la tía Mercedes, sus padres y tantos otros que ha conocido a lo largo de su vida. Los paseos por el campo, el olor a pueblo, a hierbas silvestres y tantas cosas que la hacen feliz, siempre que vuelve al pueblo de su niñez. En su interior sabe, que no necesita nada más para sentirse bien consigo misma y está convencida, que estas emociones tan suyas, sabrá transmitirlas a sus pequeños, para que ellos también sepan apreciar y respetar, las personas y las cosas sencillas, la naturaleza tal como la deberíamos conservar, el trabajo duro de algunas personas, y tantas y tantas cosas, que en la ciudad no se aprecian y a veces, ni tan siquiera se sabe que existen, pero que son tan precisas como la comida que nos llevamos a la boca diariamente.
Y al ver a lo lejos, la casita de la tía Mercedes y la pequeña ermita, no puede evitar la emoción y las lágrimas que se deslizan por su rostro. Todo sigue igual. Ahora ha vuelto a tener diez años y se sabe cerca de sus padres y de todo lo que le ha hecho feliz siempre.
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(1) El anciano se quita la gorra, inclina ligeramente la cabeza y le contesta: “Dios la guarde señorita, a respirar, ¿no? a limpiar los pulmones, que la capital dicen que está hecha un asquito, - y dudando -, ¿porque usted es la señorita Julia, la del Pancrasio, no?”.
(2) “Madre mía, la Ana. La Ana de la Dolores y que guapa que te has puesto, así no hay quién te recuerde. Cuando te fuiste eras una mocosa, si andabas por el pajar con trenzas y calcetines cortos, si eras...., pero bueno, que bonita que te has puesto, la verdad es que dicen que la capital está hecha un asco, pero vosotras os ponéis muy bonitas, que leche. ¿Y cómo está la Dolores y el Pepe? Tú te casaste con el Juan el del Doroteo, ¿no? ¿Cuántos mozuelos has tenido?, me dijo la Pascuala, que os habíais colocado muy bien, que tu marido ganaba muy buenos dineros y tú te habías hecho una mocita muy guapa, y vaya si no me engañó, vaya si es así“.
(3) .“Pues nada, yo con mis ovejas, mi perro, mi queso y lo de siempre, que sepas que la capital no está hecha para mí. Que cuando al Luís se le metió en la cabeza que fuéramos a ver a la Lola Flores, pues fuimos y no veas lo buena moza que era y como bailaba y cantaba, la muy jodida. Ya se murió, que Dios la tenga recogida (esto lo dice el anciano, mientras se santigua). Sus hijas no se parecen a ella, la Lola, era una bailarina y una cantante de las buenas, ahora las que se ven por la tele, están escuálidas no son como la Lola y para cantar..., cantar aquella, ¿cómo se llamaba?, ¡Uy, que me estoy poniendo chocho, cuidado que no lo recuerdo, aquella que se casó con el torero! o, ¿fue la hija, la que se casó con el matador? ¿Quieres creer que no lo recuerdo? ¡Ah, que sí, que fue la Piquer, la que te decía! Aquella si que cantaba de verdad y además, buena moza que era, que es lo que yo te digo, que ahora os quedáis escuálidas, que no queréis tener chichas y no puede ser, que las buenas mozas tienen que tener donde las puedan agarrar sus maridos, que después os quejáis de que se vayan a esos garitos que hay por las carreteras, donde las luces de colores y eso bueno estaba para el Luís y para mí, cuando volvíamos de ver a la Lola, porque es verdad, que el Luís y yo, somos muy hombres y cuando nos íbamos a la capital, nos podíamos permitir algunos gustillos, que para eso andábamos cuidando las ovejas de los señoritos todo el año. Pues lo que te decía, que la capital no es para mí, que yo con mis ovejas, mi navaja y un pedazo palo para hacer santos, soy el tío más feliz de la tierra”.
(4). “¡Pues ya ves!, ¿a que es salado?, Pues en dos días me lo hago y tan contento. Toma y se lo das al mocito del Doroteo, para que tenga un regalo del Florencio, para que vea que yo no me olvido de mi gente. Que no, que el pueblo es sano y nosotros somos gente sana y que nos acordamos de todos y que a ver, si traes a tus mozuelos y os doy leche recién ordeñada, que es la más buena, que ahora os las tomáis de esos cartones y eso no puede ser bueno, que te lo dice el Florencio; que después pasa como con los nietos de Antonio, que los puse a ordeñar y les daba asco y no querían beberla. Que en la escuela, no les enseñan que primero hay que ordeñar y luego, meterla en esos cartones o lo que sean, que no les decís, que los viejos del pueblo, andamos llevando y trayendo, las ovejas y las vacas al campo, para que luego, se tomen esas cosas que dicen son batidos, o que leche son, y para eso el queso, ¡donde se ponga un cacho (pedazo) de queso en aceite, con un pedazo pan maquilero (estilo de pan)!. Que no Anica, que les enseñáis a comer porquerías y a no comer bueno y luego mira como está la Josefa, con todos los huesos hechos añicos, y mira tú este viejo, a mis ochenta y dos añicos, todavía me corro todos los cerros y ni me amilano. Que luego vuelvo a la casa, me hago un buen remojón y a dormir como un borreguito recién amamantado y por ahí dicen, que andan todos los de la capital, con los sueños trocados y yendo a las boticas a por mejunjes para poder coger los sueños. Que no, que yo te lo digo, que el Florencio sabe mucho, por diablo ¡claro! Pues lo que te decía, que no se puede estar tan desmejorado, ni buscando tantos dineros para que después, se os vayan los sueños y eso es jodido, lo que yo te diga. ¡Yeeeepa, como os salgáis, os rompo el lomo!, - sigue diciendo el viejo, haciendo ademanes con el garrote y amenazando al rebaño- Que bueno bonita, tú a dar un paseo, ¿no?”.
(5). “Pues claro que la Mercedes sigue en el cortijo y que tiene a la Virgen como los chorros del oro, y ¡qué bonita que es, tan chiquita! Yo todos los días paso por allí, y le digo que cuide de mis ovejas y al Florencio. Bueno y por todos también pido, que está el mundo muy jodido. Pues anda, que ya he soltado la sin hueso (lengua) a mis anchas, que no te he dejado decir nada, ¡para una vez que tiene uno con quién echar una conversación!, que en fin, que me ha gustado verte y que estás muy mujer. Vete con Dios y que traigas a tus mozuelos, para que vean a los borreguitos mamar”.
(6). “¡Pues os espero con un pedazo de queso y un hoyo de pan y aceite! ¡Y la bota vino, que el Pepe ha cosechado uno que quita el sentido! ¡Vete con Dios y luego os espero!”.

Nani. Abril 2010.

miércoles, 31 de marzo de 2010

EL RECETARIO DE NUESTROS RECUERDOS




Quiero desearos una feliz Semana Santa y que si teneis tiempo, os paseis por el enlace que os dejo. Entre estas cosas y otras, os podeis imaginar el motivo por el que no hago todas las entradas que quisiera. Este trabajo lo he coordinado como motinora en el Taller de Empleo VI de mi ciudad. Ahora hay otros proyectos que me tienen un poco perdida, pero vuelvo y mientras tanto, podéis pinchar, dar un vistazo e incluso dejarlo encima de vuestra encimera, puede que os saque de algún apuro:

http://www.alcalalareal.es/fileadmin/ALCALALAREAL/AREA_DE_DESARROLLO/PUBLICACIONES/RecetarioRecuerdos.pdf



Nani. Marzo 2010.

Gracias Driada por este regalo y por proteger mi blog con esta corona de laurel.





lunes, 15 de marzo de 2010

EL GUSANO DE LA MANZANA




Me dispongo a pelar la manzana más verde y brillante que hay en el frutero.

Mientras empiezo a retirar la piel con la puntillita que tengo en la cocina, imagino que cuando llegue a la apetecible carne jugosa y agridulce me podría encontrar la sorpresa menos deseada en este momento. Podría salir a saludarme un hermoso gusano y entonces me llevaría un grandísimo berrinche, la merienda que tanto me apetece se marcharía de paseo y me quedaría con tres palmos de narices, con la boca hecha agua y el estómago gritando que tiene hambre.

Algo me dice mientras sigo pelando, que mi merienda será otra. No, no hay un solo gusano sino cuatro robustas y hermosas lombrices, que se retuercen de manera tan espléndida, que parece ser se encuentran a sus anchas en su cama y de tal manera, que me ha parecido se reían a carcajadas viendo mi cara de asombro.

Nani. Marzo 2010.

martes, 2 de marzo de 2010

DESPUÉS DE LA LLUVIA




Como hoy por fin ha salido el sol, me he puesto el chándal y me he ido a dar un paseo. Todo estaba húmedo pero a la vez brillante y precioso. En el campo ya aparecen las plantas que dentro de unos meses tendrán incluso fruto. Los brotes apuntan un colorido que se tornará espléndido, los frutales tienen unas yemas próximas a reventar y sin apenas darme cuenta, me he introducido en las ruinas de lo que fue una casona de señores que en su tiempo (a finales de los 40) fueron muy importantes y después, venidos a menos.

Siempre me gustó introducirme en el pequeño bosque que formaba el jardín de la casona, hoy abandonado y devorado por el follaje y todo un mundo vegetal y salvaje.

Debido al mal tiempo que estamos padeciendo, a las intensas lluvias y supongo, al descuido producido por el abandono, la puerta de la entrada principal se abrió sin dificultad y claro, no he podido resistir la tentación de pasearme por los inmensos salones, la impresionante escalinata de caracol y escalones de mármol negro veteado, volver a pasear mi mirada por la inmensa biblioteca que los señores poseían y gozar de lo que fue la esplendida casona. Recuerdo que de niña estuve en esa casa y la recorrí con cierto desasosiego y timidez, agarrada de la mano de mi tío Federico, administrador de los señores. Le pedí, más bien le rogué que me enseñara la casa. Siempre que iba al colegio, debía pasar por delante de la enorme mole y lo conseguí, cuando contaba con ocho años y los señores se fueron a pasar unas vacaciones a las playas del norte.

Hoy, casi vuelvo a experimentar la misma desazón de entonces y el calor que me infundía la mano del tío Federico, pero todo cambió cuando penetré en el recinto.

Los salones estaban muy fríos y apenas quedaban muebles o cuadros. Recuerdo que al final del inmenso pasillo y antes de llegar al jardín trasero, se encontraba la biblioteca y es allí donde me encaminé. Empujé la puerta y no se abría. La manivela se resistía pero al fin conseguí que cediera y entré. La luz que se filtraba por la persiana casi bajada me permitió ver los estantes repletos de libros tal cual los recordaba. Deslicé mis dedos por los más cercanos y noté el espeso y áspero polvo acumulado. La enorme alergia que padezco, me hizo estornudar de una manera tan animal que de haber estado delante mi hermano, me hubiera repetido lo que tantas veces comenta en estos casos: ¡Niña, casi te das la vuelta!!!

Pero volviendo a la biblioteca, al tiempo que permanecí en ella y que no lo sabría precisar, aunque recuerdo que cuando volvía a casa ya era casi de noche y que en el camino dejé de percibir la luz solar.

Como decía, se me ha quedado atascado el olfato del polvo allí acumulado. Los oídos impregnados de todos los sonidos allí efectuados y aún noto el aire cortado y producido por un cuerpo que va y viene del estante a la mesa y de la mesa al estante. No he llegado a verla y soy consciente de que digo “verla” en femenino, porque estoy segura de que era una mujer aunque mis ojos no llegaran a advertirla. Pero el aire percibido, es el que produce una ligera bata de seda. La bata de seda posada sobre el cuerpo de la “Niña Manela”, aquella que según contaba el tío Fernando, fue una princesa en aquella mansión, la alegría de aquella casa y la musa de los lugareños. Aquella “Niña Manela” que un día se fue montada en su descapotable blanco y no se supo nada más de ella y que a partir de aquél fatídico día, dejó de ser la musa, la alegría y la princesa de la casona, incluida la vida en la hermosa casa y su entorno.

He escuchado su voz mientras recitaba, he visto pasar las páginas y he notado su presencia e incluso, he creído notar que me acariciaba el pelo cuando uno de los libros iban como movidos por arte de magia, de la mesa al estante.

Allí estaba sentada, sin apenas moverme, sin apenas respirar, sin poder dar crédito a lo que percibían mis sentidos. No he tenido miedo y estoy segura de no haber soñado. Se que he estado en la casona y he tenido que apartar las ramas para poder entrar, lo prueban mis manos arañadas. He notado y olido el polvo. He tocado y he visto los libros. He escuchado su voz y he notado su caricia.

Y ahora que ya estoy en casa, se que todo ha sido una realidad que debo repetir, porque se que allí voy a descubrir algún misterio negado a los de mi localidad. Estoy segura que no ha sido la casualidad la que me ha llevado hoy a la casona y algo me dice, que tengo que volver a pasar por la biblioteca.

Nani. Marzo 2010.