Deberías ver las
rozaduras de mis talones
cuando estrenaba zapatos, pero eran peores cuando corría campo través
perseguida por aquellos perros malditos y sus amos locos de rabia. Querían que
les dijera dónde los había escondido, pero ni por todas las gominolas del mundo
hubiera delatado a mis compañeros. Ellos no habían robado los caramelos y yo
sabía quién se los había llevado.
ERAN DE CASA
Deberías ver las
rozaduras de mis talones
pero estas se curan, los roces que tuve con padre esos no se fueron por mucho
que lo deseé, ni se curaron hasta que me fui de casa y pasó mucho tiempo. Aún
siguen escociendo, pero eso es otro tema. Madre siempre miró para otro lado,
vosotros jugabais a las canicas y al pincho en la puerta y yo siempre me
quedaba para hacer esa tarea que tanto le gustaba a él y a mí me marcó para
siempre.
Nani.
Abril 2018