La
tarde comenzaba a asomar. Yo caminaba por la viejas calles adoquinadas, las
estrechas aceras cubiertas de sillas de enea y en ellas, las madres sentadas
mientras vigilaban a sus pequeños que jugaban a las canicas, a los cromos o las
chinas y entre tanto, alguno más mayorcito arrastraba un aro de hierro con un
artilugio del mismo material, que lo empujaba hacía adelante y lo mantenía
erguido, rodando de extremo a extremo de la calle, hasta que se le atravesaba
un pequeño diablillo saliendo como un
loco de los ultramarinos, o de la taberna donde vivían y todo se iba al traste,
a veces sin querer y las más, queriendo. El hijo del farmacéutico intentaba
cruzar al otro extremo, con su bicicleta de último modelo y una cestita
delante del manillar, para colocar los ungüentos y medicamentos que iba dejando
en casa de los parroquianos y así iba pasando esa vida que yo, mientras me
recreaba, dejaba retenida en mis globos oculares y después, en aquella Kodak que
compré con miles de fatigas y que me hizo en cierta manera, conocido. Capté muchos momentos, muchas situaciones e incluso, momentos muy importantes de nuestra época. Unos tristes, otros muy alegres y sobre todo, muy significativos en aquellos días. Hoy, ya
soy muy viejo para salir a la calle y volver a caminar como entonces. Ahora hay
demasiados coches, no se escucha algarabía de chiquillería, ni a las madres
gritando para que no se alejen o no hagan demasiado el burro, porque lo hacían o
lo hicimos y la verdad, es que se disfrutaba siempre al aire libre y
gamberreando a nuestro modo.
¡Cuando
vengo a vuestras casas y os miro, me da la impresión que no sois lo felices que
fuimos nosotros a pesar de no haber tenido nada. Una lata, un aro, una caja y
cuatro chinas, eran nuestros juguetes y reíamos a carcajada limpia, aunque tú
que me escuchas querido nieto, no te lo creas! ¡Pero igual me equivoco, verdad
es que son otros tiempos y aquellos eran los míos y estos son los vuestros!
Nani.
Marzo 2019