Ayer estuve en una sala de cine viendo la película “Adú”. Todavía tengo el estómago encogido de las escenas de ese film, que se me clavaron en el alma. Estuve tentada a salirme porque casi no soportaba la mirada de ese niño de seis años, de su hermana mayor (tan mayor para esos pocos años que tiene), que es capaz de sacrificarse hasta lo indecible. De ese joven superviviente que llora mirando el horizonte y duelen sus lágrimas tanto, que hoy las tengo prendidas en lo más hondo de mi ser. La controversia del primer mundo y el ¿tercero o cuarto? Algunas veces pienso que no es ningún mundo ese que tienen algunas criaturas. También me quedé impactada con Mateo, el personaje que representa a un guardia civil que se debate entre todo lo que está viendo, sintiendo y su deber. La imágenes son de esas que si están los protagonistas metidos en el agua, te duele hasta el alma del frío que sientes, si están corriendo de sus perseguidores, te cansas con ellos y esas miradas, esos primeros planos que me dejaron cautivada. Pero quizá fue la escena final la que me dejó más, ¿cómo decirlo? Mejor vais a verla si no lo habéis hecho todavía, necesitamos realidades y no tonterías de las que nos hacen preocuparnos sin saber lo que tenemos, desperdiciando nuestro tiempo y no valorando nada. Nuestra vida es un regalo y nos pasamos la existencia suspirando por más o por algo que ni siquiera sabemos que es.
Bueno, ya lo he dicho. Necesitaba echarlo fuera.
Ficha de la película: