He
decidido que el viaje de este año en las vacaciones, va a ser a ese lugar que
siempre he ido posponiendo, desde que salí de aquel lugar donde conocí el amor.
La flor más bonita que hubo en el entorno, los hijos que no tuvimos y de la no
vida juntos, ya que la salud la abandonó. Pasados todos esos acontecimientos
nefastos, decidí salir de allí para no volver. Culpé de mi desgracia al pueblo,
a sus habitantes e incluso, a las estrellas que allí admiramos, fueron nuestros testigos
y en ellas veíamos a los seres que nos habían precedido y nos ayudaban en nuestro día a día.
Hoy
he decidido coger el Ave y vuelvo a reconciliarme con esas estrellas que no he
vuelto a ver en la ciudad y que tanto me dieron o nos dieron, sobre todo en las
noches de verano. Con la luna que me iluminaba, cuando de jovenzuelo volvía de
las verbenas de los pueblos aledaños. Con la tierra que me vio crecer y la que al mismo tiempo,
me ofreció hortalizas variadas, fruta jugosa y recién cogida del árbol. El
trigo y la cebada que nos sirvió para alimentarnos y hacerlo al mismo tiempo, con
los animales que nos proporcionaban alimento durante todo el año, en otoño las
almendras y las nueces y todo lo que me dio tanto y he querido culpar y
olvidar.
Quiero
recuperar los abrazos y sonrisas que me he perdido, de primos, tíos y demás
amigos. Volver a colocar las margaritas que tanto gustaban a mis padres y
rezarles una oración al mismo tiempo, agradeciendo todo lo que me dieron de
niño y de jovencito. Pedirles perdón por haberles culpado de mis pérdidas, de
las que ellos no tuvieron nada que ver. Al mismo tiempo, recuperar las puestas
de sol que tanto me gustaban, los trinos de los pájaros y el vuelo bajo de las
golondrinas. Ver correr el agua del arroyo, escuchar los caños de la fuente y
hacer una siesta de esas de duerme vela, al lado del nacimiento donde brota
limpia esa agua, quita la sed y reconcilia con la madre tierra. Leer un libro
bajo una noguera, mientras la brisa mueve las hojas y renueva el aire al que
por debajo, lee y goza. Bailar como hacía, cuando subía a la cima de las alpacas de paja, impregnarme
del polvo de la era y después, abrir los brazos para recibir la vida que me
ofrece el viento o la lluvia de las tormentas de verano y bañarme después en la
alberca helada. Disfrutar un canto de pan de pueblo, empapado de aceite de la
almazara del tío Juan.
En
definitiva, este verano vuelvo a recuperar la vida, simplemente haciendo el
viaje que sabía haría de nuevo, en algún momento. Vuelvo para reconciliarme con
la vida, esa que quise olvidar y no he podido.
#historiasdeviajes.
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