Hombre ofreciendo dinero a una mujer de la pintora, Judith Jans Leyster. Nació en Harlem en 1609 y falleció en Heemstede.
Cuando escribí el relato
para "Mujeres pintoras- VisiBiliz-ARTE II", proyecto de Esther
Tauroni Bernabeu que dirige y, para formar parte de la segunda antología, Concha Cortéz López
en los comentarios, me decía que se había quedado con ganas de más y me retó a
seguir la historia. Entre bromas, le dije que lo haría. Tengo que aseguraros
que me gustan mucho los finales abiertos y que pienso que las segundas partes
no suelen ser buenas, sobre todo en aficionadas como yo me considero, pero como
las promesas se deben cumplir, aquí dejo
esta humilde parte segunda, de la abuela Teresa.
Te
puedo decir, que muchas cosas de las que hemos conservado y podemos contar de
la abuela Teresa, fue gracias a un diario que estuvo escribiendo desde aquellos
días tristes, en las clases que le impartían las carmelitas allá en tierras
americanas. Eran duros días de trabajo y aprendizaje, pero que aprovechaba con
mucho interés, ya que sabía que se trataba de su futuro. Desde muy pequeña
sabía que si no aprendía algún oficio, le quedaba seguir el mismo camino de sus
compañeras; unas criando desde la primera sangre derramada a cambio de un cacho
de pan, de las rameras que poblaban las calles, por ser protestonas o por no
encontrar otro camino, ser servidoras de los señores conquistadores o
adinerados, o en definitivamente, ser mojas como las carmelitas querían y
pretendían al acogerlas en sus conventos. Eso fue algo que sus padres le
enseñaron desde casi que empezaron a salirle las primeras muelas y ella, lo
supo entender desde entonces. Por eso aprendió a coser, a cortar y hacer sus
propios patrones, e incluso diseñar los vestidos de las señoras, los justillos
que resaltaban las curvas de las damas obsesionadas por sus cuerpos, los sombreros
y los lazos y complementos.
Las
prenda interiores las hizo algo más cómodas, siendo las señoras de la corte,
las que pedían aquellos justillos que sustituían a los corsé de hierro que les provocaban
llagas, e incluso infecciones con grandes calenturas y enfermedades irremediables.
Fue pionera en los pololos, que ajustados a las rodillas, con encajes y
bordados, estaban abiertos en la parte delantera y trasera de la entrepierna,
para facilitar las necesidades ordinarias del día a día y que llegaron a ser
muy apreciados por las mujeres de alterne en los años posteriores. Utilizaba el
lino, tanto para el corsé, al que introducía como mucho, unas ballenas de
hueso, como para los pololos que lo remataba con bonitos encajes de bolillos
que hacían para ella, las chicas que en su taller trabajaban.
También
tiene un boceto en dicho diario, de lo que sería más adelante, un sujetador de
paño higiénico para poder cambiarlo durante la menstruación y así evitar, las
numerosas infecciones que las mujeres tenían, por falta de higiene y de cambio
de dicha prenda. Era una especie de cinturilla con unas cintas que sujetaban el
pañal, que facilitaba el retirarlo y colocar otro nuevo, sin tener que quitar
las sayas y refajos que debían llevar todas ellas.
En
definitiva, fue una precursora de la comodidad y la elegancia, pero sobre todo,
de la higiene y la salud aplicada a las telas y el cuerpo que era el que sufría
las llagas, las escoceduras, los piojos y todo lo que genera la poca higiene.
Hay
otro apartado en el diario de la abuela que a mí particularmente, me ha llamado
siempre mucho la atención y es con relación al género masculino y poseedor de
todo lo que su mano lograba. Por eso decía siempre, que ella no pasaba por mano
alguna, que no fueran las caricias de su campesino amor, sus hijos, y más
tarde, los nietos que pudo disfrutar.
Cuenta
que un día fue ella la que llevó las prendas puestas de prueba, a una de sus
adineradas clientas; Doña Gertrudis del Mármol y Villanueva. Al llegar a la mansión, la señora se
encontraba algo indispuesta y tuvo que esperar a que las sirvientas la ayudaran
a vestirse, peinarla y adecentarla para recibirla en su salita particular. Allí
esperó un buen rato y cuando creía que entraba, ya que escuchó la puerta
abrirse, confiada en que sería la señora y distraída como estaba preparando las
pruebas necesarias, con la boca llena de alfileres, el que se acercó a ella era
el esposo de esta, que la cogió por el talle y la quiso forzar, quedando este
acribillado por lo que la abuela tenía entre sus labios y más tarde, se vio tristemente
amenazado por la tijera que siempre le acompañó en el bolsillo de la saya. El
hombre salió del recinto, según cuenta, con el rabo entre las patas como comúnmente se
suele decir y murmurando algo así como que con razón la llamaban: «La que
cortaba hasta el aire». En este caso, el señor de la casa salió como en otras
ocasiones les pasó a otros, sabiendo que la abuela era de armas tomar y que con
ella no se jugaba así como así. Qué a las mujeres se las respetaba y que no
estaban para ser poseídas, como ellos tristemente creían.
En
uno de los apartados dedicados a la alimentación contaba que echaba mucho de
menos la chirimoya y el aguacate (hoy lo consumimos nosotros con facilidad,
pero entonces, no era así), pero por tradición familiar y en recuerdo a ella, siempre
se ha consumido mucha batata en casa, cocinada de mil maneras, entre una de
tantas, la batata como base del pollo asado al limón, el maíz como complemento
y la harina de maíz para hacer bollos, pasteles, tortas e incluso, en
sustitución del pan. No todas las generaciones han sido aficionadas a sus
recetas, pero siempre hubo alguno o alguna que le interesaba la historia de la
abuela y seguía sus tradiciones. Las patatas por supuesto sí que se han consumido,
porque quizá era uno de los tubérculos que vinieron de allá y que aquí, han
crecido y se han adueñado de todas las cocinas de la tierra. La calabaza
también se consume en casa y con la fusión de las recetas de la abuela, y la
imaginación de uno de mis hermanos, hoy la comemos con bacalao siendo uno de
los manjares que nuestros pequeños comen con gozo, sobre todo en empanada o
empanadillas y por supuesto, en cremas y como base de potajes y aderezos o
guarniciones. Los tamales a su pesar al principio no pudo cocinarlos, pero ya
cuando empezaron a traer hojas de plátano de Canarias, los pudo preparar e
incluso hubo alguna señora que se los encargó, aunque ella prefería la costura.
Lo que no ha faltado en nuestra familia, han sido las arepas que sobre todo
cuando hemos sido niños, nos gustaban de forma especial y que se preparaban
para cumpleaños infantiles, celebraciones y cenas caseras, rellenas de sobras
de cocido, guisos de carne o ensaladas varias y como no, el delicioso sancocho
de mil maneras.
Y
bueno, podría contarte más cosas, pero prefiero dejar las cosas más íntimas para
la familia, porque es nuestro legado, nuestra herencia y el orgullo del que nos
nutrimos en esta familia de corazones hechos de trabajo, responsabilidad y
mucho respeto que es lo que al final de su diario, la abuela Teresa pide a
todos sus hijos, nietos, biznietos y generaciones siguientes.
Con
mucho cariño, para ti, Concha.
Nani.
Enero 2021