Me
contó que aquel profesor le abrió los ojos al mundo. Había trabajado sin parar
desde casi niña y no tenía tiempo de nada, no sabía apenas escribir y le mostró
un mundo que casi la vuelve loca. Le habló de poetas, de historia, de las
mujeres ocultadas por sus maridos, padres o hermanos; que se apoderaban de lo
que ellas escribían o pintaban. Supo de descubridores, químicos y seres
especiales. Le contó que la vida no era como se la habían narrado o como le hicieron
creer.
Ella
le dijo que su afán era buscar y el maestro le contestó que siguiera esa
búsqueda, que ese es el objetivo del ser humano.
Le
aconsejó que dejara el pluriempleo, que viviera, pero aquello en ese momento no era posible y mientras tanto, le crecían
de manera incontrolable las ganas de saber, de aprender y, le aumentaba la
impaciencia, creyendo que no tendría tiempo de acudir a las citas que le
ofrecía la vida y el saber. Deseaba conocer los museos, las arquitecturas de
las ciudades, las veletas que culminan ciertos edificios y fue tan fuerte su deseo
de aprender, de ver y sentir, que como siempre suele pasar, surgió otro
acontecimiento que la paró en seco y no tuvo más remedio que tragar saliva,
tanta que la ahogaba, tanta que la atragantaba y tuvo que detenerse y recolocar
su mente, porque ya se había vuelto loca y no sabía si iba o venía.
Entonces,
volvió a buscar al maestro. Este le dijo que nunca hubiera imaginado que sus
conocimientos le causarían tanto efecto, que debería tomarse todo con calma,
que el aprendizaje se debe adquirir sin agobio ni frustración, porque de lo
contrario se quiere acaparar tanto, que no se asimila bien y hace el efecto
contrario, en lugar del resultado esponja, que es el que se debe conseguir.
Sería como si se atracara en un banquete. El bufet suele ser delicioso, pero ha
sido tal el cúmulo de manjares tragados, que con las mismas, se acaba vomitando todo y solo queda el sabor amargo de lo que pudo haber sido.
La
alumna tenía una edad y muchos palos dados. Experiencia en definitiva, para entender
todo lo que le decía su adorado maestro, tomándose la vida con calma, como le
aconsejó.
Al
final, ella terminó estudiando. Le dio tiempo a conocer mundo ¡tampoco necesitó
tanto!, porque descubrió su verdadera vocación y con ella; viajó, conoció
lugares y sobre todo cultura, esa que tanto deseó siempre. Consiguió hablar
algún otro idioma y lo que para ella era mucho más importante; plasmar en unas
cuartillas todo lo que en su alma se debatía desde que tenía uso de razón.
Gracias a aquel querido maestro, hoy es escritora y con resultados positivos.
Un
día me contó, que le agradecía entre muchas cosas a su querido maestro y
sobremanera, saber que podía escribir sin apenas faltas de ortografía y, más
que nada, le enseñara la manera de conseguir limarlas y corregirlas.
#MiMejorMaestro
Nani,
enero 2021