Mi
tía abuela Manuela, siempre me contó muchas historias. Me encantaba ir a dormir
a su casa. Todas las noches tenía una historia nueva y por la mañana, un
desayuno espectacular y variado, algo que mis padres no se podían permitir, ya
que sus horas eran siempre pocas para el trabajo, la casa y cuidar de los
abuelos; por ello, la tía Manuela soltera y ya jubilada, me dedicaba las horas
que podía y sobre todo, los fines de semana.
Me
contaba como en los años 60, estuvo trabajando en la isla de Menorca y cómo
llegó a ser integrante de una comuna de hippies de los que habitaron parte de
Baleares. Recordaba a la perfección las canciones que solían cantar, mientras
se fumaban un canuto o se bebían aquellas infusiones afrodisíacas que tanto les
gustaban. Al final me dijo que tuvo que dejarlo, porque cuando tenía que ir a
trabajar sin dormir, no rendía; pero que se lo pasó fenomenal, sobre todo con
aquel novio en el verano del 62. Me contó que se bañaban en las aguas
cristalinas de Menorca normalmente sin ropa o con un bikini de ganchillo
multicolor, que tejía una de las integrantes. Eran las que volaban menos y
cuidaban de los menores y costeaban gastos primarios con esas mismas prendas de
ganchillo, que luego en los mercadillos o ferias vendían a los turistas. Cada
una de ellas y ellos, desarrollaban su arte como sabían o les dejaban los altos
vuelos. Había quienes eran auténticos
prodigios, solo que las hierbas y otros vegetales les hacían detenerse e
incluso, quedar para siempre en ese limbo escogido o al que les llevó el azar.
Según
me contaba, decidió dejarlo por su trabajo que consistía en hacer ensaimadas y
la masa a veces salía poco esponjosa porque mientras la montaba, se dormía
sobre el banco de trabajo y fermentaban más de la cuenta o incluso, olvidaba
ingredientes, por lo que su jefe le tuvo que dar un toque de atención que según
la tía Manuela, le sirvió para espabilar. Ese fue el motivo por el que no
siguió con la vida hippie y se dedicó por entero a las ensaimadas y a degustar
la sobrasada, que le dejaba mejor sabor de boca y un sueldo que le sirvió para adquirir
el ático donde pasé mis mejores fines de semana de la niñez y la primera adolescencia.
Aunque le quedó el gusto de bordar margaritas incluyendo adornos para mi pelo y
vestidos.
Ahora
cuando veo o escucho algo relacionado con el mundo hippie, imagino a la tía
Manuela y pienso que se lo debió pasar verdaderamente bien, pero que como
siempre decía: “Todo lo que sabe bien, debe durar poquito, se disfruta más y se
saborea mejor. Cuando nos pasamos con algo, nos empachamos o aborrecemos y es
mejor tener buen recuerdo de todo lo que se vive, antes de apartarlo porque
hace daño o porque no queda más remedio”.
Nani
Junio 2021