Soy
de esas generaciones que las vacaciones las pasábamos con los abuelos, ya que los
padres que podían, aprovechaban para irse a Mallorca “a los hoteles”. ¡Esa era
la definición y por consiguiente, los hijos nos quedábamos a cargo de los
abuelos en el pueblo!
Cuando
fuimos más pequeños los echábamos mucho de menos, aunque los abuelos hacían lo
imposible para que la nostalgia pasara rápido. Recuerdo cuando recurrían a los álbumes
de fotos y sobre todo, a las historias que se inventaban, diciendo que eran
cosas que habían ocurrido en el pueblo de al lado, en el propio o en Kuala Lumpur. De esa manera todo se iba
pasando y al final, quedábamos encantados.
Papá
y mamá cuando podían, nos llamaban al teléfono blanco que los abuelos tenían
sobre la mesita de la salita y nos contaban, pero más lo hacíamos nosotros, porque
las aventuras que teníamos día a día, eran tan sorprendentes que nuestra ilusión
era hablar hasta que nos decían que debían volver al trabajo. Después, la
abuela solía ponerles al día y terminaban con lágrimas en los ojos. Más tarde
supe que mamá le decía que le agradecía que fuera tan bonita con nosotros y que
deseaba pasara volando la temporada.
Creo
o casi estoy segura, que fueron los días más bonitos que he vivido, junto con
las navidades y el día de reyes magos. Siempre conseguían nuestros padres estar
libres y podernos llevar a pasar todos juntos, esas fiestas que nunca olvidaré.
Aunque
las vacaciones verdaderamente inolvidables, son las que pasamos cuando ya cumplía
los trece, mi hermano Pedro dos más y por debajo de mí, estaba Koke. El pequeño
escuché una vez a papá decir a mamá, había sido el descuido que tuvieron más
bonito de la vida compartida. Parecía ser que no esperaban ser más veces papás,
pero que fue algo que los renovó en todo y por todo. ¡Koke es muy lindo y eso
los de casa lo sabemos mejor que nadie! Tendremos que estar pendiente de él (en
cierto modo). Aunque sabe ser independiente y sobre todo, hacer feliz a todos
los que le rodeamos.
Pero
volviendo a esas vacaciones de mis trece inviernos como decía el abuelo, porque
según contaba, no cumplía como todas las chicas primaveras, sino inviernos ya
que llegué con la primera nevada de aquel año.
Pues
como decía, el año de mis trece y cuando nuestros padres se fueron a la
temporada de los hoteles, volvimos a reencontrarnos con las pandillas de años
anteriores. ¡Todos parecíamos otros! Los chicos eran ya jóvenes adolescentes y
las chicas estábamos muy distintas. Según los mayores que íbamos saludando,
apuntábamos a ser mujeres bonitas y alegres y los chicos, unos hombrecitos.
Cuando
nos saludamos, casi todos nos quedamos un poco descolocados. Al decir Pepe que
si nos íbamos a buscar ranas y saltamontes, sobre todo las chicas dijimos que
no nos apetecía, que preferíamos ir a la charca (así llamaban en el pueblo, una
piscina natural que el río dejaba en un surco) y que aquel año fue inolvidable.
Entre baño y baño, nos pasábamos las tardes recordando el curso, los profesores,
los libros que habíamos leído y algunos, comentaban lo que querían estudiar al
terminar en el instituto. Otros preferían seguir en el negocio de la familia y
así pasábamos grandes ratos.
Al
contrario de años anteriores, donde todos íbamos en grupo haciendo el gamberro
y alborotando por las esquinas y empinadas calles del pueblo, ese año como por
arte de magia nos estuvimos emparejando y nuestras charlas primeras, se convirtieron
en escapadas de parejas, aunque siempre íbamos y volvíamos en pandilla. Pero
sin saber cómo, uno enseñaba a otra un árbol que parece no habíamos percibido
anteriormente. Alguna florecilla o algo que apreciábamos y que nos había pasado
desapercibido anteriormente. También comíamos pipas de girasol con chocolate,
chufas y algunas chucherías que habían dejado de ser las piruletas o el regalí
que comprábamos en la farmacia de don José.
Yo
solía hacer pareja con Rami (Ramiro) y siempre nos escapábamos a ver un árbol
que las ramas y el tronco se había deformado de tal manera, que parecían que
unas y otro, se abrazaban entre sí. Uno de aquellos días, estábamos allí
mirando como la luz del sol se colaba por las copas de unos álamos, cuando Rami
se acercó a mí y posó sus labios sobre los míos, diciendo luego que sabía a
castañas pilongas y chocolate. Aquello me dejó un poco desconcertada, pero me
gustó y aquel año alguna escapada se repitió con sabores distintos y olores a
juventud. ¡Todo muy inocente y sutil!
Después
cuando nos fuimos haciendo mayores, muchos chicos y chicas no volvieron por el
pueblo o los de allí, se iban a la playa o a algún campin, por lo que nuestra
pandilla fue cambiando. Todos comenzamos nuestros estudios y a ubicarnos en
distintos lugares, e incluso ir menos por el pueblo, ya que nuestros padres no
hacían tantas temporadas fuera. Los abuelos ya iban necesitando ayuda en lugar
de proporcionarla y Koke, de todo nuestro mimo, así que a Rami no lo vi en años
sucesivos, pero los sabores y los olores se me quedaron impregnados para
siempre, en el recuerdo, la pituitaria y las papilas gustativas.
Aquel
año fue el comienzo de unas emociones que se quedaron para siempre, donde
aprendí a elegir y seguir mi camino en muchos aspectos. Aquel año empecé a ser
la chica que cumplía inviernos y ya son algunos.
#elveranodemivida
Nani.
Julio 2021