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Acabo
de llegar a la playa a la que solía acudir con mis padres y hermanos. Allí
alquilábamos un apartamento y todos apretaditos, disfrutábamos de unos días que
se quedaron para siempre en los recuerdos más apreciados que he tenido. Todo
aquello duró mientras fuimos críos. Ya cuando todos empezamos a tener escarceos
amorosos en nuestra propia ciudad o en el lugar de vacaciones, todo se
complicaba y mis padres decidieron que hasta que no volviéramos a ponernos de
acuerdo, no habría playa, ni días de viaje en el pequeño automóvil familiar
donde nos desplazábamos, que se calentaba a mitad de camino por la carga de
cinco seres, sábanas, olla a presión, aceite del pueblo y las legumbres en
cajas de galletas, además de nuestras propias mudas.
Mi
madre preparaba temprano una comida de cuchara, para cuando volviéramos de los
baños diarios, comiéramos con hambre canina, después de haber agotado las fuerzas
que nos proporcionaban las tostadas con leche, de la mañana.
Íbamos
con las hamacas, la sombrilla, las toallas y una nevera con agua, el tinto de
verano de papá y todo lo que a mamá le había dado tiempo a preparar, para tener
un picoteo entre chapuzón y chapuzón. Como éramos cinco, cada uno llevaba algo
con arreglo a sus posibilidades y fortaleza. La vuelta era más penosa, pero la
idea de unas lentejas con chorizo o unas papas con choco, nos daba los arrestos
para llegar cuanto antes, para tragar como energúmenos en edad de crecer y de
hacer trastadas, habidas y por haber.
Luego,
la siesta a veces era la batalla campal, pero acabábamos rendidos si queríamos
ir con la pandilla a tomar un helado y seguir gamberreando a nuestro antojo,
junto a las chicas que también veraneaban año tras año, como nosotros.
Hoy
al cabo de mucho tiempo, he vuelto a buscarte. Te dije que volvería y te
buscaría hasta debajo de las piedras, pero aquel año ya no volvimos y no tenía
ni tu teléfono, ni dirección alguna. Sabía que venías de La Mancha y tú supiste
porque te lo conté, que llegábamos de la Sierra Sur jiennense. Con estas
pistas por mucho que nos buscáramos era muy difícil encontrarnos, pero lo tenía
que intentar en mi primera escapada en solitario y con mis propios medios, ¡para
ello ya había ahorrado algunos euros! Y no, no te he encontrado, ni la plaza
está lo mismo, la cala parece otra y hasta la arena creo que es más fina. ¡Es
como si ya no hubiera nada de lo que había o fuimos!
¡Nada
sigue lo mismo, pero lo he intentado! He preguntado y hasta he ido a la
heladería (esa sigue igual) y el dueño ya muy mayor, me ha dicho que recuerda
cuando íbamos a tomarnos una leche merengada, ¡que éramos una pandilla muy
salada! Por lo visto ella tampoco volvió.
Nani.
Agosto 2021