La fotografía es de Garry Winogrand
De
pequeña mis padres nos llevaban al parque en el centro de la ciudad, donde los
domingos acudían muchas personas de la zona y alrededores. Había un templete en
el que la banda de música dirigida por un señor robusto y ya rozando la edad de
jubilación o quizá pasándola, dirigía a los músicos y ofrecían un delicioso
concierto, compuesto por piezas de Mozart, Beethoven o Ravel para comenzar,
mientras el personal se arremolinaba alrededor y se colmaba de espectadores que
lo que disfrutaban de verdad, eran las partes musicales de las zarzuelas Agua,
azucarillos y aguardiente, La Verbena de la Paloma o La Rosa del
Azafrán por nombrar algunas de ellas, siéndoles mucho más familiares.
Por
entonces aún era muy pequeña y junto a mis amigas y cogidas de la mano, dábamos
vueltas saltando al ritmo de las melodías, por todo el rededor de la glorieta donde
como por arte de magia, disfrutábamos de la armonía los más pequeños. Los padres
de pie y con una sonrisa, nos vigilaban mientras con voz inaudible, cantaban
las letras de todas las piezas que tan familiares resultaban a la gran mayoría
y que alguna vez que otra, rompía dicho placer el más travieso del pueblo
reventando algún que otro petardo a los pies de la concurrencia.
Las
jovencitas siempre más apartadas y en los bancos de madera o piedra, se
apiñaban para comentar los vestidos de las chicas más modernas que lucían
vestidos adquiridos en el Corte Inglés o Galerías Preciados y que
a las chicas más humildes, sus madres copiaban y confeccionaban durante la
semana en la salita de casa, para lucirlos al domingo siguiente. Otra cosa que
se hacía en aquellos bancos, era hablar de lo guapas o menos agraciadas que
iban algunas chicas y lo atractivos que eran los jóvenes que más apartados,
fumaban sus primeros pitillos en lugares donde no fueran vistos y reprendidos
por sus mayores.
En
aquellos bancos, la mayoría se ponía al tanto de todo lo que iba y volvía, las
tendencias que llegaban y fue una de las más cotizadas salas de estar y donde
se instituyó sin duda la tan cotizada prensa amarilla, rosa o quizá la apertura
y salida de detrás del visillo de la ventana, de la diversidad de cotillas que
suele haber en todos partes y que sin querer o queriendo, todos llevamos
dentro.