Imagen
del fotógrafo estadounidense Romaint Laurent
Cuando
era pequeño había una vecina de los abuelos con la que me gustaba pasar grandes
ratos y no eran más, porque siempre decían algunos que no debía estar mucho
tiempo con ella, aunque los abuelos no le daban importancia. Más tarde supe que
todos los del pueblo la conocían como la hechicera y chamana, pero con los
abuelos se llevaba de maravilla, a mí me quería y yo le correspondía.
El
caso es que un día la abuela estaba muy triste. Me contaron que habían
encontrado el cadáver de su hermano Perico, el que se fue a Cuba por los años
sesenta siendo muy jovencito. Era artista y quería seguir su vida por aquellas
tierras, aunque en muchas etapas no supieron de su vida. Había sido su elección
y aunque lo respetaron, siempre sintieron su ausencia.
Ver
a la abuela tan triste me produjo mucha inquietud y como la vecina chamana
sabía que le pasaba, me dijo que me fuera a merendar con ella, mientras el
abuelo la llevaba a dar un paseo y que más tarde, me enseñaría algunos trucos
contra la tristeza de la abuela, así que sin pensarlo ni un minuto, la
acompañé. Me lo pasaba fenomenal con la chamana y si además me enseñaba algo
contra la tristeza de la abuela, iba con los ojos cerrados.
Ya
en su casa, me cortó una rebanada de pan hecho por ella en el horno de leña, y
me puso sobre este y bien untada, una buena porción de manteca colorá que me
supo a gloria. Cuando recogió todo lo que había sacado de su frigorífico, me
dijo si quería de verdad saber como alegrar a la abuela y yo, con la boca llena
le contesté asintiendo con la cabeza, ya que en ese momento no podía decir ni
pio.
Veras
─me dijo─, solo tienes que hacer un chasquido con los dedos corazón y pulgar de
la mano derecha y al mismo tiempo, haces lo propio con la lengua. Los
chasquidos debían producirse al mismo tiempo para que hicieran efecto en el
momento buscado y, si lo realizaba todo correctamente y con el deseo de que se
cumpliera mi pedido, desaparecería físicamente de los ojos del resto del mundo.
Una
vez realizado el juego ─ella le llamaba juego al ritual─, podrás desplazarte a
donde quieras y en este caso, irás al interior de tu abuela y le harás reír
como siempre lo has hecho, solo que ella creerá que recuerda o imagina y poco a
poco recuperará su alegría.
Cuando
terminé mi merienda, me lavé las manos porque los dedos me resbalaban, la manteca
colorá es pringona y no me hubiera dejado hacer chasquear los dedos. Una vez
limpios, comenzamos. Tuve que repetirlo varias veces hasta que salieron
coordinados, pensamiento, dedos y lengua. En ese momento me dijo la chamana que
estaba preparado e hice todo lo que me recomendó. De pronto, me vi cerca de la
abuela. Ella no me veía por lo tanto mi
desaparición había dado resultado y pronto observé como la abuela sonreía
recordando y agradeciendo que al menos, se supiera el lugar de descanso de su
hermano. Algún día iría a llevar unas margaritas ─dijo─, que por lo visto le
gustaban mucho y así, poco a poco conseguí desaparecer siempre que creí poder aportar
unos momentos positivos, aunque también hice alguna trastada y alguna broma
gasté, con la consiguiente amonestación y casi la eliminación de mi poder.
Hoy
soy mayor y no sé que ha pasado, pero por muchos chasquidos que hago, solo
consigo reír como un poseso, recordando mis escapadas y mis aventuras en
aquellas montañas perdidas en el mapa y es que cuando nos hacemos mayores,
perdemos todo el encanto e incluso, nos convertimos hasta cascarrabias.
Nani,
octubre 2024