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Me ha despertado algo que parece choca
contra los cristales de mi ventana. Como
el extraño ruido persiste, me levanto para ver si alguna rama roza, ya que me
está desvelando y me produce un cierto malestar.
Con cautela me aproximo a la reja que
hay en mi habitación, y miro a través del cristal.
Está mojado y empañado, ya que ha
llovido. El agua ha sido la que ha producido ese tintinear en el cristal y la causante
de mi despertar.
Hacía mucho tiempo que no llovía y al
ver los cristales llenos de goterones, me ha dado un vuelco el corazón de
alegría. Hacía tanto tiempo que no escuchaba ese tenue repique y motivo de mi
desvelo, que ni recordaba su soniquete.
A partir de ese instante, he imaginado como
bajaría el agua calle abajo, limpiando de polvo el asfalto y los zigzags que a
lo largo de los distintos callejones va surcando, hasta llegar al arroyo.
He pensado en la alegría que tendrán las
hojas blanquecinas por el polvo, de los olivares al sentir la tibia ducha que
los limpia y los deja respirar, así como sus raíces sedientas que, si pudieran,
bailarían al son de los valses más deliciosos. ¿He dicho si pudieran? ¿Quién
podría afirmar tal cosa? La naturaleza es tan mágica, que igual nos sorprenderíamos
si realmente supiéramos que bailan, que lo mismo y a su manera lo hacen, sus
raíces al menos se conectan.
He agudizado el oído para escuchar el tamborileo
de la gotera enorme que hace el canalón roto, al chocar contra el macetón que
hay a la derecha de la puerta de entrada. Seguro que mañana cuando salga para
el trabajo, estará radiante la palmera que se secaba por días sin remedio.
También se habrá mojado la ropa que
tenía tendida, pero bendito chaparrón que le ha caído. No hay prisa. A Dios
gracias, hay otras mudas y la mojada ya tendrá tiempo de secarse, hasta la
colada tendida lo va agradecer, como lo estarán celebrando los veneros, ríos,
manantiales, fuentes y nacimientos fluviales. ¡Hasta los escasos lavaderos que
aún quedan, darían saltos de alegría al verse rebozar!
Ya no me importaba el desvelo, porque
era hora de celebrar y ver caer el agua o la vida que nos ofrece el ambiente.
Después de estar un buen rato viendo
caer el maná líquido de manera acompasada, sacar las manos para que la belleza
hecha fluido me las limpiara de tanta mugre que a lo largo de la vida vamos
acumulando, decidí volver a la cama, pero por supuesto, sin cerrar la ventana.
Deseaba escuchar su sonido en el silencio de la noche y me acunara con su hermosa
nana. Esperaba quedarme dormido, sabiendo que el agua nos estaba ofreciendo su
poder de auto abrillantado, para que siguiéramos reluciendo y respirando con la
pureza del aire limpio.
Agradecía de antemano, la ducha que al
levantarme iba a recibir. El vaso de agua que iba a beber junto al desayuno y
el paraguas que iba a sacar, para ir al trabajo o quizá, ni lo abriría.
Y pensando en la belleza del agua, su
delicadeza y la grandeza tan inmensa que tiene, a pesar de ser tan humilde a
veces, debí quedarme dormido.
Al despertar en la mañana, he tenido la
sensación de haber soñado que bajo la lluvia me mojaba como a mí me gusta,
aunque he tenido que tirarme de la cama como un poseso, ya que o iba al váter o
me pasaría lo que al bebé de la vecina cuando se queda sin pañal. ¡Es lo que
tiene soñar con agua!
Más tarde, cuando me he aseado y me he
ido al cotidiano trabajo, no he cogido nada para protegerme, deseaba recibir el
chisporroteo en las mejillas. No me ha importado llegar mojado, porque hoy era
la alegría y la vida la que me envolvía. El agua es la fuente de vida y por
ello, siempre la celebro como lo único verdaderamente necesario. Sin el agua se
nos terminaría todo, sin ser lo suficientemente conscientes de que es lo más vital,
bello y natural que nos rodea.
Relato publicado en el Nº 36 de la revista Pansélinos. Os dejo el enlace para que podáis disfrutarla.
Nani, Enero 2025