viernes, 15 de mayo de 2020

EL CIRCO Y LOS PAYASOS




Filiberto era el payaso que venía con el circo todos los años, para la feria del pueblo. Comía en la casa de comidas que tenían mis familiares a los que ayudaba en días de mucho trabajo. Se sentaba siempre en la misma mesa, maquillado, con la peluca de color rojo y el bombín destartalado y mugriento, como si fuera a salir a escena en ese preciso momento. A mí que por entonces era una niña, me sonreía, me sonreía creo que mucho y me mostraba una dentadura destartalada y sucia. Un día me pidió que me acercara y a pesar que no me inspiraba mucha confianza, me aproximé. El olor que desprendía me echó para atrás y por inercia, mis dedos hicieron pinza en mis orificios nasales. Se enfadó mucho al verme realizar dicho gesto y me dijo con cierto aire de prepotencia,  que su olor era el mismo de sus amigos los leones con los que dormía todas las noches. Que era el aroma de la fuerza y de la supervivencia. Salí corriendo y pedí a mis tíos que cuando él viniera, sirviera la mesa otra persona, que no me gustaba ni su olor, ni su mirada. La tía Ana me sonrió y me dijo que no me preocupara, que sería ella quién le atendería. Cuando pasaron los años y volví a ayudarles siendo una jovencita, después de algún tiempo, de nuevo le vi y me gustó mucho menos su apariencia. Seguía  sucio y con ese hedor a fiera depredadora. Me produjo tal sensación que salí de allí asustada y desde entonces no he podido acercarme a un payaso. No sabría decir que era lo que me inspiraba, pero todo él, me daba pánico y poca confianza. Más tarde cuando después de pedir a los tíos que me sustituyeran en las mesas y salí para ir a casa, al volver la esquina salió y se interpuso en mi camino. Conseguí empujarlo y salí corriendo, ya era viejo y su fuerza no era la de antes, pero gritaba diciendo que no huyera que haría conmigo lo mismo que hizo con las otras. Los gritos eran de tal envergadura, que al mismo tiempo yo gritaba horrorizada. Cuando desperté, mamá me apretaba contra ella y me decía que todo había pasado. Que aquél hombre seguía apresado, que hacía mucho tiempo la policía lo había cogido. Que seguía en la cárcel, que aquel acoso de un día, ya había pasado y que sus faltas y crímenes, lo estaba pagando por siempre entre rejas. La pesadilla se repetía una y otra vez, por eso no soportaba el circo, los payasos ni nada que me recordara a aquel infernal hombre.

Nani. Mayo 2020

jueves, 14 de mayo de 2020

EL LEGADO DE LAS ABUELAS


Cuando  se hacían mayores todas se adentraban en el  bosque. La leyenda decía que pasaban a otra dimensión.  Lo cierto es que sabían que sin vista y ya sin fuerzas no eran útiles al poblado y una boca que alimentar no compensaba, por eso asumían la tradición, así había sido y así se aceptó; nunca tuvieron ni siquiera la posibilidad de pensar si les gustaba o no y unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, que con delicadeza retiró para que no la vieran las personas que en la habitación estaban. Su nieta se acercó y le limpio con su pañuelo, pidiéndole que llorara lo que hiciera falta, que aquello que les estaba narrando escocía demasiado para dejarlo dentro. Ella le sonrío y prosiguió su relato.
Cuando las madres las preparaban para pasar al siguiente tramo de sus vidas, sobre todo cuando mojaban de sangre la ropa del camastro, sabían que eran demasiado jóvenes pero no para la tradición. Les hablaban del momento que había llegado. De que ya era la hora de formar una familia. De cómo la montaría el que los ancianos le destinaran para ser el padre de sus criaturas. Del día del parto y el de la retirada definitiva. Todo esto se hacía ese día que dejaban de ser niñas para pasar a ser mujeres sin vuelta atrás. La mayoría de las madres o abuelas realizaban este ritual con delicadeza y lágrimas en los ojos que tragaban para no asustar a esa criatura, que de un día a otro había dejado de ser niña. Recordaban ese día que les tocó pasar por lo mismo y aunque hacía ya algunas lunas, no eran las suficientes para haber superado el miedo, el dolor y sobre todo, la soledad que día a día, era la herencia que les correspondía en ese mismo instante. El momento más duro era el de parir como siempre se le llamó (ahora se le nombra de otra manera más refinada)  ─ dijo, pero no le dirían nada a esa hija o nieta, no era cuestión de amedrentar a la criatura; todas sabían que cuando llegaba el momento por mucho dolor o soledad que se acumulara, se debían comportar como una loba y lamer a la criatura, arroparla con la jarapa que en la dote le correspondía, dar de mamar los primeros calostros, salir de allí cuando ya tuviera fuerzas y a luchar como todas lo habían hecho. Se retiraban al bosque solas con los primeros dolores  como mandaron las leyes, apoyadas en un fuerte árbol y agazapadas, desprovistas de todo lo que las oprimiera aunque hiciera un frío de mil demonios, allí empujaban, chillaban, se retorcían y más tarde, atendían en soledad  a sus crías como siempre se hizo. Si al cabo de dos días no volvían, eran la madre del esposo y la propia madre, las que buscaban imaginando que ya alguno de los miembros no vivía. Si era la madre la que había pasado a la otra dimensión, allí quedaba acompañando a las abuelas y las otras madres que no eran  fuertes para afrontar las tradiciones; recogían al bebé si se le veía con fuerzas para afrontar la vida solo y criado con la leche de alguna tía o  ama que se ofreciera; pero si era la cría la que no respiraba, la propia madre hacía el ritual y allí quedaba para acompañar a sus ancestros. Después y con ayuda o sin ella, salía a seguir el combate que los antepasados habían impuesto.
Los hombres nunca entraban en el bosque, estaba vetado a ellos pero lo que nunca se dijo es que les producía tanto pavor solo pensarlo, que les hacía sudar casi el suero de la vida, pero de eso no se hablaba. Ellos estaban venerados y atendidos hasta el final. Pasaban al otro lado cubiertos de mimos y de ritos en sus tiendas, rodeados por todas las mujeres e hijas de la familia, mientras que los varones cazaban y luchaban por los territorios conquistados, por los cereales y frutos y  por el orgullo donde escondían sus miedos, sus tradiciones y sobre todo, por  tapar las bocas de quien osara decir que aquellas tradiciones debían cambiar. A los dioses no se les podía ofender, siempre había sido así. Solo las abuelas y madres sabían lo que les esperaba a sus hijas, por eso cuando se quedaban embarazadas llevaban alimentos a la colina de la fertilidad. En realidad todas pedían que fuera un hijo en lugar de una hija la que naciera. En el fondo de sus almas pedían que no les tocara pasar por lo que ellas habían vivido. Después, si era mujer aceptaban de nuevo, bajaban la mirada y lloraban como locas cuando se adentraban en el bosque, fuera para lo que fuera; era la única manera que tenían de sacar algún dolor que sabían impuesto e injusto.
Eso es todo o casi todo lo que te podía contar, ─ comenta la abuelita. Quisiera ser la última mujer de nuestras tribus que pasa por todas esas cosas. Había costumbres muy bonitas también, pero cuando una mujer sangraba, ya dejaba los juegos y tenía que tejer, labrar la tierra, ir por el agua, criar a los hijos y sobre todo, estar siempre sola y más, en la hora de ir con los espíritus. Hoy sé que yo estaré con vosotros, tendré una mano y cruzaré el umbral con menos miedo y con serenidad. Espero que todo quede en historias para contar. Para que se sepa que no todo fue bonito y para que se recuerde que las cosas se pueden hacer de otra manera. Qué no por eso se es más fuerte, más hombre o mujer y que las religiones o las tradiciones pueden cambiarse y no por ello, los espíritus o los dioses se indignan, ni nos castigan. Cuando se hacen las cosas por miedo, se llega a los extremos y siempre habrá un verdugo y por lo tanto, un miserable esclavo, porque el esclavo por desgracia, siempre se siente miserable por mucho que duela decirlo.


#52RetosLiterup 


Nani. Mayo 2020

sábado, 9 de mayo de 2020

SIEMPRE CON AMOR


Batas.Plástico. Hilo. Plancha y Corazón. Página solidaria: cincopalabras.com


Cuando llegué, las batas de mis compañeras ya tenían prendidas muchas lágrimas y muchos desvelos, a la vez de temor y respeto. El plástico que me dieron, se rajaba con facilidad al someterlo a la desinfección, pero le sigo dando muchas puntadas con el hilo del amor. A ciertas prendas le  puedo pasar la plancha y así asegurar la confianza y puesta a punto, con la tranquilidad de volver todos los días con el corazón lleno de esperanza, ilusión y a la vez; una plegaria en los labios por aquellos que recordaré siempre a pesar de ser tantos.

(Pensando en Rocío, 21 años)


Nani. Mayo 2020

jueves, 7 de mayo de 2020

PRECIO JUSTO




Foto del  autor es @glenwexlerstudio


Creo que he adquirido el modelo adecuado al momento que vivimos. Me encuentro muy estirada y la espada que se me estaba deformando de tanto estudiar y pasar tiempo delante del portátil, la mantengo erguida y muy, como diría mi abuela: “Con orgullo de princesa”. Es que para ella siempre fui su princesa. ¡Las abuelas son así de generosas! Me siento bastante protegida, pero creo que debo cambiar la hora de  sacar al perro, mejor cuando anochezca o bien al amanecer. Con este sol de justicia que está cayendo, creo que me siento ahora mismo como un bombón medio derretido y mi pobre Luchi dentro de su burbuja, puede que no solo se derrita, sino que hasta se encoja como si estuviera dentro de la lavadora a 60º. Pero bueno, no me voy a rendir tan pronto, voy a seguir otro ratito, aunque no pueda notar la brisa, sí que veré el verde de los árboles, el jazmín que ya está apuntando, los claveles de las macetas en la ventana de mi vecina y sobre todo, que la vida va resurgiendo y  eso se da por bien empleado. Las personas hemos sacrificado a la naturaleza y el precio que estamos pagando, es el de verla pero no catarla, como diría el Justino. Esperemos que todo se limpie y aprendamos a respetarla.

Nani. Mayo 2020

lunes, 4 de mayo de 2020

RECICLANDO


Al final del pasillo no encuentro ese resplandor famoso, ni el rellano del ascensor. Solo hay una puerta en donde hemos colocado el cartel de “punto de salida” y estamos esperando que nos den el pistoletazo, pero mientras tanto; jugamos, cocinamos y hasta rezamos. Ahora con sabanas viejas hacemos mascarillas, pañales para el abuelo y del arcón, hemos sacado los pololos de la bisabuela, para quitarle el elástico que nos vendrá bien para sujetar al mismo tiempo, los besos, las palabras y no se contaminen fuera del confinamiento.

CASTILLOS E ILUSIÓN

Al final del pasillo los niños han colocado un castillo enorme, ¡total, no vamos a salir!, así que no impiden nada y podemos ver que la ilusión y la fantasía existen, ¡en los niños! A los mayores hace cinco semanas que se nos cayó la quimera y se salió por la rendija de la puerta. Ahora hasta quisiéramos ser como ellos para ver entrar por la ventana un rayo de luz, acompañado de color verde esperanza.

CON DEFECTOS DE FABRICACIÓN

Al final del pasillo y por debajo de la puerta, entra un tufillo extraño. Dicen que la naturaleza se está descontaminando, pero no veo sino por la ventana de la cocina, un bloque de adobe gris sucio, lleno de chorreones de la lluvia y de la porquería que la ciudad acumula, mezclada con todas las lágrimas de la vida. Si ahora no aprendemos a vivir, el día que me encuentre con el Creador, le diré que se le olvidó colocarnos el tornillo de la razón.

Nani. Abril 2020

domingo, 3 de mayo de 2020

LAS MANOS DE ELLA



Mi abuela tenía las manos con grietas y a veces con el frío y después de haber estado lavando en el agua cristalina y helada del arroyo o en el lavadero de la plaza, le sangraban. Usaba el jabón que ella hacía reciclando el aceite y decía que era el mejor remedio para curarlas, solo que el rasca a veces era demasiado agrío y por eso se ponían tan ásperas y rotas, pero de su boca nunca salió una queja, sino que era normal en una mujer de campo. Luego ya por la noche y cuando terminaba de arreglar las zahúrdas de los animales, dejarles el agua limpia, las mondas de las papas y desperdicios del día, recogía todo lo que el abuelo, mi padre y mis tíos traían del campo. Al terminar  se lavaba las manos en la palangana de loza desconchada, se las secaba con mucho cuidado y con zumo de limón y aceite de oliva batido, se las untaba mirando a la pared para que no viéramos el escozor que le producía, esa era su crema de manos y así conseguía que se suavizaran, (ella decía que así le sanaban), para a la hora de tirar del esbozo de la cama donde dormíamos tres arriba y dos  a los pies, terminara acurrucándonos y acariciándonos uno a uno. Nunca conseguí entender cómo lo hacía, pero sus manos a esas horas eran suaves y delicadas (decía que su crema hacía milagros), para no manchar las sábanas, ni nuestra caritas. Recuerdo aquella caricia tan suave y placentera, (que a pesar del dolor que siento cuando lo evoco), es más agradable la sensación de aquellos momentos. La recuerdo con tanta ternura incrustada en cada arruga de su cara, cada pata de gallo en sus ojos o las que se le pronunciaron alrededor de los labios, que tenerla  presente me produce tanto amor, que no sabría decir si era igual al que me entregaron mis padres. Lo pienso a menudo y no, era distinto, más tierno, más delicado y mucho más cómplice. Papá y mamá nos educaban y a veces tenían que ser más rígidos. Ella nos amaba, únicamente entregaba amor.

#NuestrosMayores

Nani. Mayo 2020


viernes, 1 de mayo de 2020

NUESTRO SECRETO






En un lugar apartado del jardín cubierto de hiedra y escondido tras unas piedras con movimiento, busqué aquello que solo mi hermano y yo sabíamos que existía. Prometimos no tocarlo, hasta que uno de los dos dejara de ser. Hoy que he vuelto con el fin de ordenar documentos, lo he recordado y no he resistido el deseo de saber. Ha pasado mucho tiempo. Hemos vivido en distintos lugares y aquello quedó olvidado o dormido, temiendo enfrentarnos a ello. La realidad me tiene delante de la cajita, el corazón se me sale, la abro y no puedo reprimir el llanto. Todavía estaba allí.

Nani. Mayo 2020